La huella de Joan Miró a 25 años de su muerte
Dibujos, pinturas, grabados, litografías, esculturas, collages, tapices. De todo y con todo experimentó Joan Miró. No se restringió a ninguna disciplina artística y fue en vida, uno de los más importantes artistas del siglo pasado.
"Que mi obra sea como un poema puesto en música por un pintor", dijo en una ocasión, en una frase que sería algo así como el lema para la vida y la obra del autor que, 25 años después de su fallecimiento, sigue tan vigente como siempre.
Mañana se celebra el aniversario de la muerte de este artista, definido por el poeta Rafael Alberti como uno de los "héroes de la pintura del siglo XX". Una frase no menos cierta, ya que la obra de Miró ha sido decisiva para muchos de los que lo siguieron, con sus elementos innovadores y su visión luminosa y universal de la pintura. En ella apeló a los elementos primordiales de la condición humana, influenciado en sus inicios por el impresionismo, el expresionismo, el cubismo y el futurismo, pero decantando luego en un lenguaje rigurosamente individual, que algunos consideran uno de los más personales del arte moderno.
André Breton lo calificó como "el más surrealista de todos nosotros", pero lo cierto es que él nunca se sintió plenamente surrealista. "Siempre me he preocupado mucho de la construcción plástica, y no sólo de las asociaciones poéticas. Esto es lo que me diferencia de los superrealistas", dijo. Pese a ello, firmó el manifiesto de 1924.
Tenía 90 años cuando murió en su casa de Mallorca, una tierra a la que el barcelonés estuvo íntimamente ligado. Dos años antes había sufrido una embolia cerebral y desde entonces los problemas de salud, que aparecieron ya en los años 70, le habían ido golpeando cada vez con más fuerza.
SU VIDA
Miró nació el 20 de abril de 1893 en el casco antiguo de Barcelona. Realizó estudios comerciales y sus reiteradas malas notas convencieron a sus padres de que lo mejor era que dejase de estudiar. Trabajó en una droguería y luego entró en una academia de arte de Barcelona.
A los 22 años ya había abierto su primer taller, pero su primera exposición, en 1918 en Barcelona, fue un fracaso. Sin embargo, un año después ya estaba en París conociendo a artistas como Pablo Picasso, Tristan Tzara y Max Jacob. Fue en ese tiempo cuando comenzó a pintar una de sus grandes obras, La Masía, un cuadro que le compró después el escritor Ernest Hemingway por 250 dólares.
En 1925 triunfó en París y desde ese minuto la proyección mundial del artista se hizo incontenible. El MoMA le compró obras, exhibió su trabajo en Nueva York y en la Exposición Mundial de París de 1937, donde presentó El Segador (Payés Catalán en Rebelión), junto a importantes obras como el Guernica, de Picasso, y la Fuente de Mercurio, de Alexander Calder.
La Guerra Civil (1936-1939) lo mantuvo exiliado primero en París y luego en Normandía, pero un bombardeo alemán en 1940 lo hizo regresar a España durante la dictadura de Francisco Franco. Allí emprendió un exilio interior: trabajó en su arte sin llamar la atención mientras exponía en ciudades como Nueva York y París.
"Se dan muy pocos casos en los que coincida el verdadero artista con el verdadero hombre y Miró fue uno de estos extraños casos", dijo de él el escultor Eduardo Chillida.
"Me ha repetido ya varias veces, siempre con una sonrisa en los ojos, que su última palabra de moribundo será: ¡Merde!", explicó su nieto David poco antes de su muerte, hace ya un cuarto de siglo en una tarde de Navidad.
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