Histórico

La otra cara de Río: Favela tour

En medio de protestas y circunstancias políticas y sociales complejas comenzaron los Juegos Olímpicos 2016. Miles de visitantes empiezan a llegar a Río de Janeiro para asistir a las competencias y pasear por la ciudad maravillosa. Este, en cambio, es un recorrido menos tradicional y más controvertido por una de las cerca de mil favelas que existen en esa parte de Brasil. Pese a su mala fama, estos barrios pobres son parte de la identidad de la ciudad y cada vez más un destino turístico.

Mientras visitaba el Corcovado, el distintivo cerro de Río de Janeiro, escuché a mi guía, Colin Chvany, decirles a unas chicas holandesas que su recorrido favorito –aunque el menos popular– era el Favela Tour.

“Qué triste”, le comenté, “que los extranjeros anden haciendo turismo de pobreza y se vayan a meter en las casas de personas que sufren las carencias y desigualdad”. Pero Colin me contestó que precisamente eso es lo que a él le parece interesante del recorrido: “Es una de las pocas instancias en las que los visitantes conocen la verdadera cara de Río”, dice.

La sede de los Juegos Olímpicos es una de las ciudades más visitadas de Latinoamérica y tiene muchos sitios atractivos entre los que están el Pan de Azúcar, el Cristo Redentor, los Arcos de Lapa, la Escalera de Selarón, la Catedral Metropolitana de San Sebastián, el Barrio de Santa Teresa, el Estadio Maracaná, además de sus playas y restaurantes, puestos callejeros y bares. Ahora sus favelas también se están convirtiendo en uno.

Actualmente existen cerca de mil de estos asentamientos informales en la ciudad en los que vive uno de cada cinco cariocas. La mayoría de ellos están en las laderas de los cerros y morros, y son lugares que los medios periodísticos, las películas, los libros y los músicos han presentado como territorios de guerra, violencia y narcotráfico, pero también como focos de cultura y lugares llenos de historias de superación. Las favelas hoy son parte de la identidad de la ciudad –y del país–, y por eso no es de extrañar que desde hace algunos años hayan aparecido agencias y servicios que, con el mismo discurso de Colin -“conocer la verdadera cara de Brasil”-, les ofrecen a los turistas llevarlos a recorrer estos barrios donde se concentran las personas más pobres de las ciudad.

Esto no es un hecho aislado, sino que parte de un fenómeno más grande. De acuerdo a la revista Forbes, el turismo de zonas urbanas marginales (que dependiendo de cada país tienen nombres como favelas, chabolas, campamentos, poblaciones, arrabales, o slum, en inglés) ha crecido hasta convertirse es una industria global que mueve millones de visitas al año a zonas pobres en Cape Town, Johannesburgo, Nueva Delhi, o incluso Los Angeles, Detroit, Copenhague y Berlín. De acuerdo a lo que explica en ese medio, Fabian Frenzel, profesor de la Universidad de Leicester y autor de un libro sobre el tema llamado Slumming it: The Tourist Valorization of Urban Poverty, lo que está detrás en gran parte es un interés por la inequidad.

Algunos de estos tours son organizados por los propios vecinos o residentes. En el caso de la ciudad brasileña que hoy es sede de los Juegos Olímpicos, en 2010 el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva quiso mostrar los avances de la pacificación de las favelas y la expulsión de los narcotraficantes a través de la fuerte intervención policial, y lanzó el programa  “Río Top Tour”, que capacitó a jóvenes de la favela Dona Marta para que trabajaran como guías turísticos en su comunidad.

De paseo por Rocinha

Alentada por mi guía, me decido, pago 90 reales –unos 18 mil pesos chilenos–, y reservo un cupo para el día siguiente. El tour comienza a las siete y media de la mañana cuando me pasan a recoger a mi hotel. Una vez en el auto el guía da una serie de indicaciones, entre ellas, no sacarles fotos a la gente que anda con armas o drogas. Hace un tiempo, explica Colin, un grupo de turistas se puso a grabar a una banda de traficantes quienes, al sentirse amenazados, les dispararon y terminaron heridos. Al ver que yo, nerviosa, trago saliva, explica sonriendo que si seguimos las indicaciones no vamos a tener problemas, que el tour es seguro.

Avanzamos en auto hacia la zona sur de la ciudad y, probablemente para mostrarnos los contrastes que hay en Río, nos estacionamos en Gávea, un barrio de clase alta con casas y complejos de edificios de lujo. Desde ahí caminamos unas tres cuadras hasta llegar a una subida empinada, rodeada por altos árboles, que marca el comienzo de nuestro tour por la favela Rocinha, una de las más grandes de Río de Janeiro. El sector abarca un territorio de casi 100 hectáreas que ocupan 70 mil personas. Al menos el 25 por ciento de ellas vive bajo el umbral de la pobreza.

Aunque Rocinha es una de las favelas que las autoridades han dado por controladas, la violencia no ha desaparecido completamente. Por ejemplo, en julio de 2013, pocos días antes de la visita del Papa Francisco a Río, se llevó adelante la operación “Paz Armada”, que dio como resultado a 30 personas detenidas y dejó en evidencia unos 100 puestos de venta de droga.

El área comenzó a ser ocupada en 1930, pero los asentamientos se aceleraron en los ochenta. Una parte significativa de sus residentes llegaron desde el noreste brasileño en busca de nuevas oportunidades, convirtiendo a esta favela en la más grande de todo Brasil, posición que desde hace algunos años ocupa la favela Fazenda de Coqueiro, ubicada en la zona oeste de la ciudad.

La primera parada en Rocinha es en la casa de Francisco, ex obrero de 80 años que nos lleva hasta su cuarto piso, que construyó a pulso él mismo a fines de los 70. Desde su azotea se puede ver la magnitud de los contrastes, de las construcciones precarias y de las mansiones con piscinas o incluso canchas de tenis.

Seguimos subiendo por calles que han sido asfaltadas improvisadamente, pasando por escaleras irregulares, pasillos angostos y curvas tan empinadas, que en un momento se me cae la botella de agua y es imposible alcanzarla cerro abajo. En la caminata vemos niños con metralletas y adultos trasladando bolsas, que luego nuestro guía nos dice que contienen droga. Nosotros, fieles a las instrucciones, no sacamos fotos en circunstancias tensas y desviamos la mirada para evitar problemas, pero también nos vamos encontrando con mucha gente que saluda amablemente a nuestro guía, quien es un conocido del barrio.

Con los años, Rocihna ha evolucionado y tiene servicios comerciales, locales de comida rápida, algunas sucursales de bancos y espacios culturales como la Biblioteca Parque Rocinha –conocida como C4– que desde hace cuatro años busca darle acceso a la cultura a la comunidad en un edificio de cinco pisos que alberga más de 14 mil libros, cerca de mil DVD, teatro, café y espacios para los niños.

Sin embargo, esta favela todavía sigue siendo un sector no completamente urbanizado y, al igual que en muchos campamentos chilenos, los residentes no cuentan con servicios básicos como electricidad. Para acceder a ella sus habitantes “se cuelgan”, es decir, instalan cables ilegalmente y por eso que en la mayoría de las fotografías de favelas se ve lleno de cables.

Colin nos hace pasar a otra casa, a una pieza de madera de tres metros cuadrados, con agujeros para que entre la luz, sin otro mueble más que un sillón en el que hay dos jóvenes ensimismados frente a una televisión plasma muy grande que está transmitiendo un partido de fútbol. Cuando nuestro guía les pasa unos reales, nos llevan por una escalera angosta para mostrarnos el techo donde se filmó una escena de El increíble Hulk –dirigida por Louis Leterrier– y desde donde se pueden ver las miles de casas de distintos colores que hay en la favela, montadas como legos, altas e irregulares.

Paramos a comer en un almacén de barrio que ofrece una variedad enorme de postres y preparaciones típicas brasileñas a precios muy bajos. Los dueños nos dicen que todo es barato no sólo porque los vecinos no pueden pagar más, sino porque como en la favela no se paga ni por arriendo, ni por energía, ni por impuestos, los costos de llevar un producto hasta un estante son menores.

Han pasado cuatro horas y ya casi es medio día, por lo que es la hora de regresar. Para hacerlo nos digirimos a un sector donde se estacionan un montón de motos-taxi, el transporte “oficial” de las favelas porque es el más cómodo para circular por sus calles angostas. Por tres reales –unos 600 pesos chilenos–, el conductor me pasa un casco, me indica que me siente atrás, que con la mano derecha tome un gancho que hay detrás del asiento y con la izquierda me agarre de su cintura. Acelera y avanza a toda velocidad por las curvas, pasando autos y hasta micros que parece que en cualquier minuto se van a quedar atascadas y van a bloquear la vía. El broche de oro para un recorrido breve por ese Brasil que también existe y que agradezco no haberme perdido.

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