La última confesión de Arthur Miller
En 2005, poco antes de morir, estrenó Finishing the picture, donde narra el rodaje de la última cinta en que apareció Marilyn Monroe. Robert Falls, director de la obra, recuerda su trabajo junto al autor.
Esos recuerdos, como tajos abiertos, Arthur Miller los sacudió en varias de sus obras. Acaso uno de los más sabidos haya sido la zancadilla que la Gran Depresión de 1929 le hizo a su padre, Isadore, un polaco de origen judío, dueño de una empresa textil en Manhattan. La crisis los obligó a dejar Nueva York y mudarse a Brooklyn, pero Arthur, de 14 años, no lloró. Lo anotaría años después en sus memorias, Vueltas al tiempo, de 1987, su única confesión formal tras su muerte, el 10 de febrero de 2005.
Un año antes, el célebre dramaturgo estadounidense de 89 años, Premio Príncipe de Asturias 2002 y quien este 17 de octubre cumpliría un siglo, se reencuentra con un viejo conocido: Robert Falls, director artístico del Goodman Theatre de Chicago, el mismo que el próximo año conducirá su propia versión de 2666, de Roberto Bolaño. Ambos se conocieron a fines de 1980. Falls recuerda: “El y yo pasamos a tener el mismo agente en Nueva York, pero nuestro primer encuentro fue en un evento social, años después”. Esa noche charlaron por horas. Miller le habló a Falls de sus planes de reestrenar El descenso del monte Morgan de 1991, un texto despreciado por varios directores. “Admiraba a Arthur y su trabajo. Junto con Eugene O’Neill y Tennessee Williams, fue uno de los grandes dramaturgos de EE.UU. Fue un gran honor que me lo propusiera, pero tuve que rechazar su oferta pues no comprendía bien el argumento de la obra como para dirigirla”. Pasarían algunos años antes de que volvieran a verse. En 1998, Falls se hace cargo de la reposición de La muerte de un vendedor, considerada su máxima obra y que ese año celebraba 50 desde su debut. Estrenada en Broadway en 1949, recaudó US$ 1.250.000 en sus dos años en cartelera, y lo arrojó a recibir el primero de los dos Pulitzer de su carrera, un Tony y el Premio de la crítica neoyorquina. Además, fue uno de los textos suyos en que reveló aspectos de su vida. El drama de su protagonista, Willy Loman, símbolo de la caída del sueño americano, era también la historia de su padre.
La versión de Falls volvió a encumbrar la obra de Miller, antes catalogado por la prensa estadounidense como “peligroso comunista” y el hombre que, alguna vez, fue “el marido de Marilyn Monroe”. Según Falls, su versión protagonizada por Brian Dennehy, “resultó ser el mayor éxito de la crítica y público en la historia del teatro en Chicago hasta ahora. Se mantuvo un año en cartelera, en 1999 volvió a Broadway y fue galardonada con cuatro premios Tony, tres Drama Desk y el Premio de la crítica”, recuerda. En el verano de 2004, Miller vuelve a contactarlo, esta vez desde su residencia en Connecticut, donde pasará sus últimos días aquejado de un cáncer y una fuerte neumonía. “Me contó que tenía un texto sobre Marilyn. En realidad, sobre un rodaje de 1961, cuando a ella le costaba mantenerse en pie sin echarse píldoras a la boca”, dice. Se refiere a la filmación de Vidas rebeldes, un guion con aires y tono de novela, ahora reeditado por Tusquets por sus 100 años junto a la antología Teatro reunido, y llevado al cine por John Huston.
Con Marilyn Monroe, su segunda esposa, Miller se casó en 1956, pero al cabo de unos años, la actriz no pudo con su adicción a los fármacos. “El set luce como la sala de espera de un hospital”, consignó el New York Times a días de iniciado el rodaje de Vidas rebeldes, que acabó siendo un fracaso a pesar de reunir a Monroe, Clark Gable y Montgomery Clift. Terminada la película, los tres actores fallecieron. Sin saberlo, aquel recuerdo suyo, dio origen a la última obra escrita y estrenada por Miller: Finishing the picture. Debutó el 5 de octubre de 2004 en Chicago, cuando el autor hizo su última aparición pública. Lucía más delgado, y “sus ojos parecían hundidos, como pequeños botones cosidos a un almohadón”, dice Falls.
¿Le complicaba lo que dijera la crítica de esta obra sobre Marilyn?
Absolutamente no. Fue algo que quería recordar y contar. Escribirla fue lo mejor que pudo haber hecho, decía. El escribía para sacarse cosas, dolores, recuerdos. En Las brujas de Salem (1953), por ejemplo, contó su verdad sobre la persecusión política que sufrió en los 50, por la sospecha de ser comunista.
Decían que no cedía sus textos a cualquier director. ¿Qué cree que vio en Ud.?
Confiaba mucho en mí, y le gustaba que lo invitara a los ensayos, pues era muy importante para él ver cómo las piezas del tablero se movían en frente suyo. Dudo que supiera que iba a ser su última obra, pero sí estoy seguro de que tenía claro que algún día volvería a escribir sobre Marilyn. Ya lo había hecho antes (en Después de la caída, de 1964), y ese vértigo de provocar a los críticos nunca dejó de gustarle. Y finalmente, volvió a conseguirlo.
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