Las amenazas del jihadismo en Medio Oriente
No actuar a tiempo frente a la expansión de estos grupos radicales podría tener repercusiones imprevisibles a nivel global.
EL RAPIDO avance del jihadismo en Medio Oriente, cuya máxima expresión es la violenta ofensiva del Estado Islámico de Irak y Siria (Isis) en el territorio iraquí, está dejando en evidencia la fragilidad del sistema institucional y político de varios países de la región, y enciende una luz de alerta sobre las repercusiones que el crecimiento de estos grupos puede tener a nivel global. La Primavera Arabe, iniciada en 2010, pronto dio paso a una espiral de violencia y caos en varios países, que ha sido aprovechada por grupos radicales para extender su poder. Esta nueva "primavera jihadista", como la han calificado algunos analistas, se extiende desde Libia -donde ha crecido Al Qaeda del Magreb Islámico- hasta el sur de la Península Arábiga, donde operan varios grupos ligados a los herederos de Osama bin Laden.
Para ampliar sus redes de influencia, estos movimientos supieron aprovechar el favorable escenario internacional. Por una parte, la Unión Europea ha estado más preocupada de su compleja situación económica interna que de involucrarse en desafíos internacionales -el caso del envío de fuerzas francesas a Mali en 2012, para detener precisamente el avance de los grupos ligados a Al Qaeda, fue la única excepción-, y por otra, la presencia internacional de Estados Unidos se ha debilitado en los últimos años, como consecuencia de la crisis financiera de 2008 y su mayor cautela en el uso de fuerza militar en el exterior, tras las experiencias en Irak y Afganistán. Ello volvió a quedar en evidencia con la decisión del Presidente Barack Obama de no desplegar nuevamente tropas en ese país, limitándose al envío de 300 asesores militares a Irak.
Además, en el caso de Isis, el grupo aprovechó el caos provocado por la guerra civil en Siria para ir armando una estructura que, según reconocen varios expertos en seguridad y ex agentes de inteligencia, hoy cuenta con al menos 15 mil combatientes, ingresos provenientes de múltiples fuentes -como el contrabando de antigüedades robadas en el este de Siria-, detallados balances anuales de sus operaciones y un claro objetivo político: la creación de un califato islámico en Medio Oriente. Entre sus miembros, además, se encuentran ciudadanos europeos que en el futuro pueden poner en riesgo la seguridad de sus respectivos países. El propio primer ministro británico, David Cameron, reconoció que se trata de la mayor amenaza que enfrenta hoy su país. Todo ello hace más urgente una respuesta eficaz de parte de la comunidad internacional, la que hasta ahora ha sido preocupantemente débil.
No actuar a tiempo podría tener repercusiones imprevisibles a nivel global, pues se trata de una zona que geopolíticamente resulta de alta sensibilidad. La región de Medio Oriente hoy concentra las mayores reservas de petróleo del mundo (Irak, de hecho, se ubica en el quinto lugar). Un bloqueo a esos recursos podría tener devastadoras consecuencias en un escenario económico internacional frágil como el que se vive actualmente. El asalto de los jihadistas a la mayor refinería iraquí, ubicada en el norte de Bagdad, debe ser tomado como una clara señal de alerta. Irak no cuenta hoy con la capacidad militar ni política para contener el avance de Isis hacia Bagdad, y la caída de Mosul la semana pasada es un claro ejemplo de ello. Esto obliga a la comunidad internacional a actuar con la urgencia que requiere la gravedad de los acontecimientos que se están sucediendo en Medio Oriente.
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