Opinión: Rebelde sin causa
La cinta no sólo le puso cara y una identidad inconfundible a las desdichas y rupturas de la adolescencia. También entregó a los jóvenes motivos y razones para no transigir.
Esta semana murió Corey Allen. Era el último actor del reparto de Rebelde sin causa que quedaba con vida. El deceso tuvo lugar días antes de cumplir 76 años y se produjo muy poco después de la muerte del legendario Dennis Hopper, otro de los rostros asociados a la cinta.
Allen, que hasta los años 80 actuó intensamente para Hollywood y la televisión, y que con posterioridad desarrolló una exitosa carrera dirigiendo series, tenía apenas 21 años cuando encarnó a Buzz Gunderson, el chico con el cual James Dean se enfrentaba en Rebelde sin causa en una pelea a cuchillo primero y después en una carrera nocturna de autos robados.
Qué imágenes y qué época. Han transcurrido exactamente 55 años desde el estreno de esa película memorable y fundacional, que pasó a ser una verdadera matriz sobre la cual hasta el día de hoy Hollywood sigue instalando el tema del inconformismo de los jóvenes. Rebelde sin causa fue la segunda realización, después de Al Este del paraíso, de las tres que James Dean tuvo la oportunidad de protagonizar y (precisamente porque los hechos están a la vista) no se necesita insistir mucho en que este trabajo tuvo efectos telúricos tanto en la representación fílmica de la juventud en el cine americano como en la construcción del que quizás sea el más breve y el más fuerte de todos los estrellatos de la historia del cine.
Por más que Rebelde sin causa haya terminado siendo hasta en el lenguaje popular una verdadera etiqueta del desencuentro de los jóvenes con el mundo de los mayores, el hecho no debiera ocultar que se trató de una película inmensa y muy coherente con la inspiración de uno de los cineastas más sensibles y singulares que salió de Hollywood.
Sin darse ningún margen para relativizar su juicio, Geoff Andrew no tiene ningún reparo en afirmar en 1001 películas que hay que ver antes de morir, que esta realización de Nicholas Ray fue por lejos la mejor película filmada en los años 50 del siglo XX. Hoy la cinta puede parecer un tanto reduccionista en la descripción de las desavenencias entre el padre y la madre del protagonista, pero sigue siendo insuperable como testimonio del malestar, la soledad y la confusión de los difíciles días de la juventud. No sólo eso: Rebelde sin causa fue también una cinta a su modo profética de los tiempos que vendrían. No es casualidad que algunas de sus momentos más intensos transcurrieran bajo la bóveda de ese planetario que le da una dimensión cósmica a la insatisfacción del personaje de James Dean, ni tampoco es anecdótico que junto a su chica -Natalie Wood- y al más incondicional y frágil de sus amigos -Platon Crawford, el personaje de Sal Mineo- el protagonista se termine recluyendo en una casa abandonada de Los Angeles para fundar entre los tres una suerte de familia alternativa.
Obra de emociones fuertes y de colores saturados, nadie diría que cuando Rebelde sin causa se empezó a filmar a fines de marzo de 1955 iba a ser una cinta en blanco y negro. Pero al comprobar el éxito atronador de Al Este del paraíso, tanto Ray como la Warner no dudaron un segundo en echar a la basura el material que habían rodado para comenzar de nuevo, esta vez con película en color. Fue una decisión providencial. Esta historia suponía tanto de tonos furiosos como de la complicidad que el cine de Nicholas Ray (Johnny Guitar, La rosa del hampa) siempre cultivó con los solitarios, los incomprendidos y los desesperados. En ese vértice delicadísimo, Nicholas Ray -un realizador querido por Truffaut y admirado por Wenders- labró lo mejor de su poética herida y desarraigada, demasiado fina para soportar las rudezas en que caería la industria en los años 70 y 80.
Rebelde sin causa no sólo le puso cara y una identidad inconfundible a las desdichas y rupturas de la adolescencia. No sólo le puso belleza y lirismo. Subterráneamente, también entregó a los jóvenes motivos y razones para no transigir. A eso la película debe indudablemente su vigencia.
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