Stella Díaz, la poeta maldita de la literatura chilena, revive en documental
La colorina, sobre la primera punk de las letras chilenas, se estrena en el Sanfic los días sábado 23 y domingo 24.
Fue maldita cuando el adjetivo apenas aludía a los artistas. Y fue ruda y provocadora cuando las mujeres no se permitían demasiados exabruptos. Stella Díaz Varín se convirtió en un mito de la literatura nacional por su actitud desafiante, y de eso Fernando Guzzoni, el director del documental basado en su vida, La Colorina, fue testigo de primera fuente: recibió un certero puñete en la mandíbula de la por entonces casi octogenaria poetisa.
"Me asusté, porque me dijo "te voy a matar" y me dio un combo en la boca", recuerda Guzzoni. "Fue intimidante porque a lo mejor no entendía el sentido del trabajo. El combo que me pegó era para marcar territorio: flaquito, aún tienes que seguir trabajando. Había que seguir conquistándola, y creo que eso lo logramos", explica el director.
Eso fue el 2005, cuando Guzzoni y el codirector Werner Giessen intentaban convencer a Díaz Varín de hacer un documental sobre su vida. Ha pasado un tiempo de ello, y luego de la muerte de la poetisa que fue amante de Alejandro Jodorowsky, el trabajo ya está listo y próximo a estrenarse en el Sanfic mientras acaba de ser seleccionado para el Festival de Cine de Montreal. En el certamen santiaguino, La Colorina integra la sección Foro Cine Chileno, categoría que tiene un premio auspiciado por La Tercera y que será entregado por votación popular. Las funciones serán el sábado 23 (20.00) y domingo 24 (18.00) en la sala 3 del Cine Hoyts de La Reina.
"Hay un personaje potente que traspasa las fronteras, y eso habla bien de la película", piensa Guzzoni. Stella Díaz, quien ayer hubiera cumplido 82 años, le inyectó furia y excentricidad a las correrías que en los cincuenta protagonizaron Alejandro Jodorowski, Nicanor Parra, Jorge Teillier, Enrique Lafourcade y Enrique Lihn, entre otros, fue una figura que a través de su pelo color fuego, su actitud rebelde, su tatuaje en el brazo y su capacidad para beber, generó un mito a su alrededor.
"Leí sobre ella sin saber quién era en los Antipoemas de Nicanor Parra", cuenta el director. "Era La Víbora. Esta historia me quedó dando vueltas y luego me encontré con el libro de Jodorowsky, La danza de la realidad. Ahí él se enamora de Stella y descubro que La Víbora de Parra era ella. Y me pareció alucinante empezar a descubrir sus mitos, que era boxeadora, que era alcohólica, que Teófilo Cid le había escrito unos cuentos. Habían muchos elementos punk y de marginalidad", explica Guzzoni.
El documental se organiza en el seguimiento que hicieron Guzzoni y Giessen al último año de su vida, más entrevistas a los compañeros de generación, amigos y familiares, y unas intervenciones animadas a su figura. El único que faltó -el villano de la película, como apunta Guzzoni- fue Enrique Lafourcade, quien recibió un mítico combo de la furibunda poeta-boxeadora. "Lo llamamos muchas veces, lo encaré en la calle, pero es un hombre bastante sagaz para darse cuenta de que iba a quedar mal en esta historia, así que diplomáticamente nos decía que no quería aparecer. Ese es el personaje que falta", recuerda.
El carácter impredecible de Díaz Varín fue comprobado en carne propia por los realizadores. "Ya teníamos confianza con ella, pero igual dependíamos de su comportamiento. Un día estábamos grabando y le pegó un manotazo a la cámara. "Ya, para de grabar", nos dijo. y se fue una semana", recuerda Guzzoni. "Otra vez fuimos a grabar, y voy a buscar a la Stella y no me abría la puerta. Después de 3 horas, y con el equipo esperando, nos fuimos a una plaza y le hicimos una entrevista maravillosa, que fue pura sincronía", cuenta el director.
Y mientras sus compañeros, enemigos y amantes se entregaron a los placeres artísticos y terrenales, Stella Díaz volcó su furia en una actitud marginal, de carencias económicas y de cierto aire de derrota existencial. "Conmovedora, en cierto modo patética, era una gran rebelde", dice José Miguel Varas en el documental, mientras Guzzoni afirma que pese a que sus pares le tenían un gran respeto, ella era muy rabiosa y le parecía que todos eran unos carajos que se habian entregado al establishment. "Daba arañazos desde su trinchera y encontraba todo muy viciado. Ella se moría de la risa de la poesía, pero no estaba dispuesta a cambiar de oficio", finaliza.
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