La Comisión de Régimen Interno de la Cámara de Diputados aprobó una moción para que la corporación cambie su nombre a "Cámara de Diputados y Diputadas", con lo cual se busca visibilizar el rol que cumplen las mujeres en el trabajo legislativo. La nueva denominación debería comenzar a utilizarse pronto en la documentación oficial de la Cámara, en tanto se prepara una reforma constitucional de modo que la carta fundamental consagre también este cambio.

No pudiendo estar en duda la importancia de promover la mayor participación de la mujer en todas las instancias de la sociedad, en cambio es discutible si iniciativas de esta naturaleza contribuyen a dicho propósito. Muchos legisladores probablemente estiman de buena fe que con pasos como éste se sintoniza mejor con las preferencias o sensibilidades de la gente, pero en cambio es probable que el efecto sea el opuesto, en la medida que más bien se percibe a los parlamentarios destinando tiempo y recursos -siempre escasos- en asuntos de escaso efecto práctico.

El mayor problema de nuestra política, y en particular del Congreso, tiene que ver con que sus preocupaciones en general están muy alejadas de los problemas más acuciantes de la población, además de prácticas de nepotismo o de privilegios indebidos que han terminado por desplomar la confianza ciudadana en el Congreso, donde solo el 23% aprueba el trabajo que dicha institución realiza, apenas por encima de la Iglesia Católica (Cadem, abril 2019).

Los esfuerzos de los legisladores deben estar puestos en la dictación de leyes que se hagan cargo de las principales demandas ciudadanas -desde luego es mucho lo que se podría avanzar legislativamente para ir cerrando las brechas entre hombres y mujeres-, procurando que las normas que dicha corporación dicta cumplan además con buenos estándares desde el punto de vista técnico, lo que con frecuencia no se cumple, profundizando el sentimiento de desprestigio.