Columna de Paula Escobar: La socialdemocracia en disputa
Doce de diciembre de 1999. Elección presidencial entre Ricardo Lagos, ícono de la socialdemocracia chilena, y Joaquín Lavín, emblema de la UDI. La primera vuelta fue mucho más estrecha de lo esperado: 47,95% versus 47,51%. Solo 30 mil votos (de siete millones) inclinaron la balanza por el primero. El alcalde mediático y conservador le pisaba los talones a uno de los principales líderes de la lucha contra la dictadura.
Durante esa campaña -tal como el expresidente Lagos afirma en el segundo volumen de sus memorias, Gobernar para la democracia- había dos derechas peleando contra él: una apelaba a que Lavín era el cambio, lo que, por cierto, los descolocó. Pero en paralelo operaba una derecha oculta, cuyo objetivo “era hablar del peligro que significaba votar por un socialista y marxista, ya que justamente eso había provocado el golpe militar”.
Para la segunda fase cambió estrategia, apeló al voto de centro, fue electo y gobernó justamente con el ideario socialdemócrata.
Agosto de 2020. El carismático alcalde de Las Condes se declara socialdemócrata. Hace una semana, tanto en La Tercera como en Tolerancia Cero, no solo se puso ese traje, sino que se explayó en su adhesión a políticas propias del sector, como la lucha contra la segregación urbana, la promoción de la educación pública como lugar de encuentro e, incluso, la igualdad. También puso en el tapete el Ingreso Básico Universal, que consiste en darles un cheque mensual a las personas vulnerables sin trabajo, incluso aunque lo recuperen, para garantizar la subsistencia a todos. Es considerada una de las políticas más progresistas, y para muchos en la derecha, un pensamiento ya no de izquierda, sino utópico.
Lavín se declara así, un “Lagos”, pero sin cambiar su domicilio político. Sigue en la UDI, sigue en el corazón gremialista, sigue siendo conservador y, aunque explicó que había cambiado el mundo, lo que no quedó claro es cómo cambió él. Porque la socialdemocracia no es una “lista de supermercado” de la cual se pueden tomar solo algunas cosas.
El proceso de repensar el socialismo y desde allí impulsar su renovación no fue ni trivial ni casual en Chile. Fue un proceso duro y doloroso, de analizar lo sucedido en la UP y en la dictadura. Desde el exilio, muchos vieron florecer la llamada primavera mediterránea: Mitterrand gana el 81 en Francia, ocurre la Revolución de los Claveles Rojos en Portugal, Felipe González emerge como una figura importante en el socialismo español. Los socialdemócratas del Viejo Continente, como ha dicho Paul Krugman, son “defensores de una economía impulsada por el sector privado, pero con una red de seguridad social más sólida, mayor poder de negociación para los trabajadores y una regulación más estricta de las malas prácticas empresariales”. O como dice Norberto Bobbio, busca que todos seamos iguales en algo. Y en democracia, qué es ese algo -y cómo evoluciona a través del tiempo- lo define la ciudadanía y no el mercado.
El aporte de ese socialismo renovado en Chile lleva años siendo demolido o vaciado, tanto por la derecha como por la izquierda. Por la derecha, por sus dos caras: la desalojadora, que durante los gobiernos de Lagos y Bachelet se dedicó a esparcir la idea de que la Concertación era la fuente de toda corrupción (pero que ahora añora y reivindica esos años). Y ahora por la derecha “vaciadora”, en franco intento de apropiación política, tomando algunos de sus atributos, pero no el esencial.
Pero el daño más grande ha venido, sin duda, desde la izquierda. Primero fueron los “autoflagelantes” de la Concertación y NM, cuya posta la tomó luego el Frente Amplio. Su estrategia para lograr la hegemonía en la izquierda chilena ha sido “matar al padre” concertacionista sin pausa ni tregua. El nuevo presidente del partido Comunes, Jorge Ramírez, dijo: “Hay que enfrentar a la derecha y a la casta de la Nueva Mayoría”, agregando que “la demanda ciudadana que se ha manifestado desde el 18 de octubre no es solo contra la derecha, es contra el consenso de la transición, el modelo y la forma en que han hecho política la derecha y la ex Nueva Mayoría”. Es decir, para este líder frenteamplista, Lavín es igual a Lagos.
Quizás esta vorágine política desatada por Lavín le dará voz a ese electorado de centroizquierda, moderado, silencioso y huérfano. Y temeroso de que la segunda vuelta de la próxima elección presidencial sea entre candidatos de los partidos de los polos: la UDI y el Partido Comunista.
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