Opinión

“Enchular a las viejas”

“Enchular a las viejas”

“A mí me encanta que les vaya bien a los mineros, ojalá que se compren una camioneta más grande, ojalá que enchulen a la vieja si quieren, porque ellos todo el día están preocupados de cómo vivir”. Tales palabras fueron emitidas por Franco Parisi en un reciente encuentro de aspirantes a La Moneda, organizado por estudiantes de Ingeniería de la Universidad Católica. Apenas pronunciadas, ellas dividieron a la audiencia. Mientras unos premiaron su locuacidad con una carcajada, otros emitieron una sonora “pifia”. Parisi dijo no entender esta última reacción. Y, tras el debate, su entorno se ha esforzado por descartar el significado subterráneo que muchos atribuyeron a sus dichos: sexismo. Así, su vocero, Pablo Maltés, adujo que la fórmula empleada por el candidato (“enchular a las viejas”) aludía a las camionetas y no a las cónyuges (o parejas) de los mineros. ¿Qué tan creíble es esta versión? En verdad, muy poco. De hecho, en el mismo foro, y antes de proferir la polémica frase, Parisi aludió, reiteradamente, a los mineros, llamándolos: “esos viejos que están ahí”.

¿Es esto un traspié cualquiera o una mise-en-scène cuidadosamente planeada para atraer la atención mediática? (la tesis de Pamela Jiles). Más que un ejemplo cualquiera de acto fallido, me parece que este caso ilustra bien un fenómeno emergente: el uso del lenguaje sexista encubierto como estrategia política. Su objetivo es sintonizar con un electorado que valora un conjunto de rasgos o atributos tradicionalmente considerados la esencia de lo masculino. Estos rasgos presuponen y legitiman la subordinación de mujeres y diversidades sexuales; y rechazan formas de masculinidad igualitarias.

Hay sexismo encubierto si, por ejemplo, un hablante devalúa o denigra lo femenino y, acto seguido, lo niega o le atribuye otro propósito a su discurso. Quienes recurren a esta estrategia retórica resignifican las palabras sin el menor pudor. Apelan a la broma, a la ironía o –como ocurrió con Parisi– al simple malentendido (según ellos, originado más en la impericia de los oyentes que del hablante). En resumen, el sexismo encubierto consiste en insinuar más que decir, y esconder la mano luego de lanzar la piedra. ¿Por qué lo hacen? Así consiguen pasar un mensaje a su electorado, e inmunizarse o, incluso, victimizarse frente a sus críticos. Si quien critica es una mujer, logran presentarla como exagerada o sobreideologizada, haciéndose de esta manera con un triunfo simbólico.

¿Cómo identificar esta clase de sexismo? No siempre es tarea sencilla, pero el orden en que los términos son emparejados y la correlación entre estructuras lingüísticas e ideológicas pueden ayudar a descifrar el estatus desigual que subyace a ciertos enunciados. De muestra un botón: en el discurso de Parisi las mujeres son equiparadas a cosas o posesiones (como las camionetas), cuya virtud principal consiste en conferir a través de su belleza (de ahí la referencia al “enchulamiento”) estatus a los hombres.

Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público Universidad Austral de Chile

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