"Fiat iustitia, ruat caelum"
No sé muy bien por dónde empezar. Fui alumno del Colegio San Ignacio y pese a que no soy creyente hace muchos años, siempre tuve una admiración por la Compañía de Jesús. Veía en ella la expresión de una fe volcada hacia la acción, la que desafiaba las fronteras y nos interpelaba sobre los temas más complejos de nuestro tiempo. Felicitaba su sagacidad, influencia y poder, pues siempre entendí que, de lo que al final se trataba, era de poner a las personas que más sufren en el centro de su vocación pastoral. Fue así que nos alegrábamos cuando disentía de la voz mayoritaria de una iglesia moralizante, levantando la voz contra la injusticia, la desigualdad o la indignidad.
Escribo esto en pasado, o más precisamente intentando poner una pausa, porque no estoy seguro de cómo aquilatar todo lo que hemos sabido durante estos meses y años sobre algunos jesuitas. ¿Estamos frente a lamentables y terribles excepciones, los que premunidos de la impunidad que les daba ser los herederos de San Ignacio de Loyola, pudieron y se permitieron cometer tales fechorías, propias no de pecadores, sino de crueles delincuentes? ¿O quizás, junto con una prevalencia estadística de la maldad humana en cualquier organización, hay también algo más estructural de la Iglesia en general y la Compañía de Jesús en particular?
Lo recopilado en la investigación sobre los delitos y abusos cometidos por Renato Poblete sugiere ambas posibilidades. No solo estamos en presencia de una persona con un extraordinario talento para disfrazar un lado profundamente oscuro detrás de esa imagen de bondad, lo que ciertamente hizo muy difícil sospechar lo que hoy ya sabemos con certeza. Creo también, que esa vocación por la influencia, que hace a varios jesuitas codearse con el poder, para después tenerlo y ejercerlo sobre muchos, en algún sentido facilitó la corrupción moral, pervirtiendo hasta el más noble de los fines. Si sumamos el dejo de superioridad ética, intelectual y mediática, como también paradojalmente social, creo que se allanó el camino para que de verificaran prácticas, estilos y conductas -nada menos que enfermizas- a vista y paciencia de los que callaron o no quisimos ver.
Decir esto ahora es fácil, dirán algunos. No, no es fácil. Creo que muchos pueden imaginar la sorpresa, la vergüenza y la culpa, que hoy experimentan los sacerdotes jesuitas y también todas las personas que nos sentimos ligadas a esa comunidad. Pero ese dolor, nuestro dolor, será siempre insignificante frente al que experimentaron y siguen padeciendo las víctimas. Por lo que hoy, y junto con que se sepa toda la verdad, nuestro mayor deber es exigir que se haga justicia… aunque el cielo se caiga y la Compañía de Jesús con él.
Lo último
Lo más leído
2.
3.
5.
6.
¿Vas a seguir leyendo a medias?
NUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mesTodo el contenido, sin restricciones SUSCRÍBETE