Opinión

Mujeres, anticoncepción y baja natalidad en Chile

Foto: AP

El conocido fenómeno del Baby boom, es decir el significativo crecimiento demográfico vivido por Europa y Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, se extendió hasta mediados de la década de 1960. En rigor, se trata del último periodo histórico en que el alza de natalidad se combina con una etapa de prosperidad económica.

Hasta esa época, la tasa de fecundidad - es decir, el número de hijos promedio por mujer - era una estadística que podía experimentar cambios leves o drásticos debido al desarrollo económico, a la emergencia de crisis sanitarias, a conflictos bélicos.

No obstante, la implementación de programas de planificación familiar en el mundo occidental a partir de la década de 1960, y con ellos la difusión de métodos anticonceptivos ha sido uno de los factores centrales de la disminución gradual de la tasa de fecundidad en la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad. Se trata de una disminución sostenida que, puede ser sensible, a cambios en las politicas sanitarias como la falta de provisión de métodos anticoncepcionales o a cambios en las politicas sociales que sean sensibles a orientaciones de carácter político o religioso que cuestionen el acceso a ellos por parte de la población femenina.

Pero lo mas relevante es que diversos estudios tanto médico-clínicos como sociológicos reafirman que el acceso a la anticoncepción es bienvenida y valorada por la población femenina pues ha permitido planificar el número de hijos, postergar la maternidad o, derechamente, evitarla.

Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, los países de América Latina que el 2024 registraban las tasas de fecundidad más bajas de natalidad eran Chile, Costa Rica, Cuba, Uruguay y, en promedio, no superaban los 1,6 hijos por mujer. Brasil y Colombia exhibían cifras del 1,6 y 1,7, respectivamente.

En la mayoría de estos países, el control de la natalidad fue materia de políticas públicas a partir de mediados de la década de 1960. Particularmente, en países como Chile, Costa Rica y Uruguay, la población femenina ha experimentado procesos de alfabetización y de incorporación al mercado laboral relativamente similares, si bien Uruguay ha destacado en esta última estadística. Dicha población ha visto incrementar sus posibilidades de crecimiento en el ámbito educativo y laboral, administrar mayor independencia económica, incrementar los márgenes de libertad individual.

La preocupación global por la baja natalidad y las consecuencias económicas que trae consigo no son responsabilidad de las mujeres en particular. La posibilidad de separar la procreación de la actividad sexual fue un aporte del conocimiento tecnológico que liberó parcialmente a las mujeres de una pesada carga: ser las únicas responsables del cuidado de hijos no deseados, buscados o esperados.

Pensar como revertir las bajas tasa de natalidad en América Latina supone atender a los proyectos de vida de esta población femenina, heredera del uso de planificación familiar desde hace mas de 50 años. La disponibilidad de este recurso ha contribuido a una autonomía que las mujeres – de distintas clases sociales, de distintas visiones políticas y religiosas - no están dispuestas a ver amenazada. El uso de bonos que estimulen la decisión de tener hijos o de tener mas de uno no parece estratégico ni útil. Los bonos son para solventar una situación especifica y acotada en el tiempo: los hijos son para toda la vida.

Las politicas que reviertan la baja natalidad suponen un diseño que incluya las perspectivas, los temores, los proyectos de vida de las actuales generaciones de mujeres y las que están por venir. Es deseable que el diseño de esas politicas no comunique que la mayor y más valiosa contribución femenina a la construcción de la nación es la maternidad, como fue en un pasado no muy lejano. Esa contribución nunca fue especialmente importante para las mujeres: lo fue para los políticos.

Ante la diversidad de objetivos que entusiasman a las mujeres jóvenes de hoy, parece urgente levantar un diseño de política social que piense a las mujeres más allá de su entorno individual, en una red familiar - en sus diversas modalidades y realidades - como un espacio resguardado y sostenedor que otorgue sentido y valor a la maternidad, entendida como un deseo, pero del que no sean las únicas garantes. Los hijos tienen padres, quizás sea el momento de que las politicas piensen cual es el lugar, responsabilidad y compromiso que ellos tienen en esta denominada crisis mundial de fertilidad.

Por María Soledad Zárate Campos, historiadora, Universidad Alberto Hurtado.

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