Opinión

Mujica, los jóvenes y la “utopía del amor”

Mujica, los jóvenes y la “utopía del amor” Pablo PORCIUNCULA / AFP PABLO PORCIUNCULA

El día de la muerte de “Pepe” Mujica di una charla en el colegio San Gabriel a jóvenes de segundo medio, y el jueves di otra en el Colegio Nuestra Señora del Camino. En ambos, como cada vez que doy charlas en colegios, intento lo mismo: convencer que, ante la condición trágica de la vida, una que los más jóvenes experimentan hoy de forma preocupante, la filosofía –como las artes, la historia y otros saberes-, proporcionan herramientas que, si bien no remedian esa condición existencial, dan consuelo y sentidos propios que permiten sobrellevar la vida, e incluso, amarla.

Tras la muerte de Mujica aparecen tantas de sus célebres frases. Ellas expresan que lo suyo fue una forma de vida casi filosófica, una comprometida con un vivir lleno de propósito y que jamás fue mero ideal teórico, sino viva pasión. En ello, Mujica fue claro, y la suya fue la de transformar el mundo en lo que creía sería su mejora. Su austeridad no fue falta de ambición, sino ambición de la más noble. Junto a su mujer, dice Lucía Topolansky, ambicionaron ambos “unir dos utopías”, la “utopía del amor y la utopía de la militancia”.

Hoy pareciera que, a los más jóvenes, aunque no sólo a ellos, les faltan utopías. El pragmatismo, la celeridad y la mediatización de la vida contemporánea ofrece tantos y de los más variados servicios y bienes disponibles que se apoderan de todo espacio vital. Especialmente de los trascendentes e inmateriales. La ficción, el sueño, la utopía no caben en un mundo que valora contabilizando. Pues ¿cuánto vale un ideal?, ¿cuánto dignifica un sueño?, ¿cuánto honor da un propósito?, ¿cuánto orgullo procura una pasión?

La “utopía de la militancia” se extingue. Pero peor aún, la “utopía del amor”. Nunca vivimos una era tan abierta a las emociones y a los afectos como la de hoy y, paradójicamente, nunca fuimos tan pobres en amor. No hay cursilería en comenzar a tomar en serio el profundo desamor de nuestra era –uno que es también falta de pasión, de eros- y su impacto en la sociedad. ¿Cómo asegurar un mejor convivir si no existe una voluntad de amor o incluso, al menos, una pulsión de proximidad con los otros? Con otros que no sean siempre los más cercanos, amigos, adeptos o familiares, sino un amor incluso al extraño, al desconocido, al opositor.

Quien quiera hallar consuelo y propósito en su vida, más le valga dejar de mirar tan dentro de sí, porque cual Narciso la caída es inevitable; es sano olvidarse de los traumas y dolores propios por un rato, y trascender estos mirando fuera de sí, en alegrarse por el milagro de estar vivo y la locura mayor, de ser vida consciente; disfrutar de un atardecer debatiendo sobre el mundo y su devenir, o dormir cansados tras el laburo, pero gozando el abrazo del amado. El sentido de la vida no está en uno, está unido con los otros, con el mundo, tras alguna amada utopía.

Eso quería decirles a los secundarios, eso me digo a mí que, como Mujica y tantos otros hoy, no tenemos hijos, pero sabemos que vivir es querer, amar, trascender.

Por Diana Aurenque, directora del Centro de Ética Aplicada, Universidad de Chile

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