Partidos instrumentales
Podría extrañar el aumento significativo que ha tenido la formación de nuevos partidos en este tiempo, dada la consistente baja en los niveles de confianza de los que estos gozan, que está en apenas el 2% según la última encuesta CEP. Se suma una acelerada baja en la identidad con los partidos, con una caída de más de 30 puntos en más 10 años, esto aún cuando hoy la representación parlamentaria cuenta con nuevos actores. A ello se suma, por cierto, la caída significativa que existe de la autoidentificación en el espectro izquierda-derecha, donde la opción "ninguno" llega hoy al 72%. En un contexto de desconfianza generalizada que, por cierto, es fruto tanto de la crisis de la democracia representativa y de los escándalos de corrupción que han afectado a varias tiendas hace varios años, la intención de ir por la formación de nuevas alternativas políticas parece un riesgo. No obstante, no es raro si se considera que uno de los temas en discusión en el último tiempo ha consistido, precisamente, en cómo buscar canalizar adecuadamente la incapacidad del espectro político de generar ofertas satisfactorias para la ciudadanía y la excesiva elitización de estos, percepción que se ha profundizado ante la inminencia del proceso constituyente y la falta de espacios reales para que los independientes puedan ser parte de la convención, si esta es finalmente la opción que se impone en abril.
En efecto, no es raro que ello ocurra en momentos donde la necesidad de generar nuevos canales de participación es parte de la discusión más inmediata, buscando la creación de partidos instrumentales tras la consecución de este fin. El dilema es que ello esconde un problema más de fondo, que es la necesidad de pensar efectivamente en que una democracia necesita imperiosamente de estas instancias de representación porque son la manera que conocemos hasta ahora de generar una intermediación entre los ciudadanos y el Estado. No hay democracias sólidas que no tengan un sistema de partidos que permita canalizar correctamente las demandas ciudadanas, o dicho de otro modo, está lleno de ejemplos de sistemas políticos débiles o en decadencia donde el sistema de partidos es frágil, está capturado por la corrupción o es afín a los intereses sólo de la elite. En tal sentido, es comprensible el interés de crear partidos instrumentales para enfrentar el momento político que tenemos, pero es imperioso pensar en cómo hacer para fortalecer nuestro sistema político en el mediano y largo plazo, en un clima de descomposición acelerada del debate público.
Sin duda, los partidos en su versión tradicional son hoy un actor en decadencia que requieren re mirarse para atender a las demandas de una sociedad en transformación. En esto juegan también un rol sus principales liderazgos, que debieran estar apostando por buscar caminos de entendimiento y no de polarización, cuestión esencial para la democracia y para evitar que las alternativas populistas emerjan con el único objetivo de socavar las instituciones que nos van quedando y que requieren pronta cirugía.
La buena noticia, entre la desesperanza que a ratos reina, es una cuestión no menor que muestra el reciente estudio de PNUD "Auditoría a la Democracia". Pese a su mala evaluación, el 43% de las personas sigue pensando que los partidos son indispensables para la democracia. Será resorte, entonces, de los propios líderes partidarios o de otros que vendrán lograr convencer en el largo plazo a los "demócratas escépticos" -categoría usada en este estudio- de que efectivamente es posible transformar la realidad y estar a la altura de los desafíos que tiene nuestro país.
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