Opinión

Perplejidad y desolación

El panorama de la candidatura de Matthei es desolador. Su declive en manos de la ultraderecha de Kast obedece a una tendencia mundial, en la que la derecha tradicional ha ido perdiendo terreno ante sus primos más extremos. Pero esto no es una casualidad: Matthei y Chile Vamos han caído en la misma trampa que el resto de su sector en otras partes del mundo. Agobiados por la amenaza desde el extremo, reaccionan tratando de acercarse en vez de buscar marcar su propia identidad. Y, al menos hasta ahora, eso no le ha resultado a nadie.

La ultraderecha, ese sector de la derecha que se siente menos comprometido con los valores de la democracia liberal (y a veces de la democracia a secas) es la fuerza política más exitosa del momento. Hoy gobiernan países hegemónicos, como Estados Unidos o India, además de otros con gran simbolismo, como Israel, Hungría, Argentina y El Salvador. En todos ellos, tienen recetas similares, en las que buscan generar sociedades excluyentes, bajo una concepción de democracia (cuando creen en ella) que sólo le sirve a un grupo de la población. El resto, ya sean inmigrantes, mujeres, minorías sexuales u otros grupos históricamente discriminados, deben acatar los designios de la mayoría, incluso si es que va en contra de sus derechos fundamentales.

Detrás de esa tendencia se esconde une nostalgia distorsionada de un supuesto tiempo mejor, en el que ciertos grupos – usualmente hombres – ostentaban privilegios sin cuestionamientos. Su atractivo nace, entre otras cosas, de prometer un mundo mejor basado en fórmulas simplistas y nostálgicas, donde sólo hay ganadores y perdedores, en vez de cooperación y entendimiento. Esa obsesión con un pasado que no existe los lleva a posiciones absurdas (como cuestionar el consenso científico cuando se trata de cambio climático) o simplemente peligrosas (como prometer reeditar la dictadura, tal como hizo Kaiser la semana pasada).

Uno esperaría que la derecha tradicional chilena, esa misma que ha luchado por décadas por deshacerse de su legado dictatorial, puede ofrecer una alternativa que se base en una propuesta moderna y democrática. Pero mientras algunos en su sector prometen que sí existe una derecha liberal, que se construye en el legado que dejaron los gobiernos de Piñera, Matthei y su entorno se encargaron por semanas de desmentirlo. Hoy, agraviados por el error estratégico y ante la derrota del socialismo democrático en la primaria, algunos en su campaña buscan orientarse hacia posturas más tradicionales de su sector, pero el daño parece ya estar hecho.

Una de las lecciones más importantes de las investigaciones sobre la ultraderecha y su éxito es que se alimentan directamente de la crisis que viven las derechas tradicionales. Este sector se ve como el defensor de privilegios y de un sistema económico en crisis. Y su reacción es pura perplejidad, pues en vez de reafirmar los valores democráticos que la sostienen, la derecha tradicional (en Chile y en el mundo) se ha volcado a tratar de parecerse a la ultra. Con ello, normalizan sus barbaridades y, de paso, le hacen campaña gratis. Los votantes que buscan esas posturas van a preferir el original a la copia. Esa es la tragedia de la democracia actual: la derrota de toda noción de una derecha democrática, liberal y moderna.

Por Javier Sajuria, Profesor de Ciencia Política en Queen Mary University of London y director de Espacio Público.

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