
Javier Sajuria
Profesor de Ciencia Política en Queen Mary University of London
Pareciera ser que algunas instituciones chilenas, particularmente a nivel constitucional, gozan de buena salud en términos de su fortaleza. Pero es precisamente su contenido el que tiene a una población descontenta y movilizada.
La pandemia ha obligado a pensar de forma creativa. En el caso de las elecciones, ha faltado creatividad y ha sobrado intransigencia, a costa del derecho de miles de personas.
El gobierno ha ido construyendo, lentamente, una retórica y una política antiinmigración que, lamentablemente, está permeando en la población. En términos políticos, la primera señal la dio el retiro inexplicable del Pacto Migratorio. De ahí, hemos visto una construcción sistemática de la migración como un problema y de los migrantes como un estorbo.
Hay grandes diferencias entre quienes se acercan a la realidad en busca de una anécdota con la que confirmar sus prejuicios, y entre quienes buscan la evidencia como una forma de saber si sus teorías están en lo correcto.
Una constitución moderna, progresista y/o feminista sólo será operativa si establece un sistema político basado en esos mismos principios.
Tanto Garín, Harboe o cualquier otra autoridad electa que quiera competir por la CC en el mismo territorio que representa, cuenta con una ventaja frente al resto de los candidatos que es muy difícil de superar (...) Pero, asimismo, la discusión constitucional va a requerir de personas con experiencia y habilidades políticas, profesionales de su actividad, para poder representar, dialogar y decidir.
El FA no sólo arriesga perder a sus votantes más moderados (que, por lo pronto, son muy críticos del legado de la Concertación), sino que además sale a la caza de los votantes de izquierda. Y nadie va a preferir la copia (el FA) si pueden votar por el original (PC).
La pandemia ha puesto en evidencia que el ingreso, la salud, las pensiones o incluso el acceso a transporte público dependen cada vez menos del esfuerzo individual y más de lo que podamos hacer como sociedad, a través del Estado.
Una cosa es criticar la forma en que se constituyen las élites, su falta de conexión con el resto de la sociedad, o sus persistentes comportamientos erróneos. Otra cosa muy distinta es asignarles a esos comportamientos maldad o intenciones de generar daño.
El plebiscito muestra, y muchas investigaciones lo confirman, que la ciudadanía está hastiada de una pelea constante que no es más que una performance. Las declaraciones cruzadas en redes sociales, las interrupciones constantes en peleas de matinales, las acusaciones ante la prensa son una muestra de una élite que está más polarizada y preocupada de sus desacuerdos que de las expectativas de la población.
El plebiscito no es el punto de inflexión que muchos esperan, sino más bien el inicio de un proceso en que la diversidad que ha explotado en Chile en los últimos años se va a ver expuesta. Lo que viene hacia delante es incierto, pero necesario.
Una de las razones principales de la victoria de los proyectos verdes exitosos en Europa descansa en la convicción de sus dirigentes y militantes de que la única forma de ejercer el poder es -vaya sorpresa- obteniéndolo.
Así como las empresas han ido, de a poco, entendiendo la importancia de centrar el diseño en los usuarios finales de sus productos y servicios, algo similar es necesario a la hora de plantear políticas públicas.