Opinión

Un nuevo rumbo para Estados Unidos

Un gobierno en manos demócratas, pero con un Senado controlado por los republicanos, abre una oportunidad para las negociaciones y el equilibrio, algo esencial en un país muy dividido.

BRENDAN SMIALOWSKI

El exvicepresidente de Estados Unidos Joe Biden se encaminaba a convertirse en el Mandatario número 46 de ese país. Un objetivo que no ha sido fácil para él, no solo porque ya lo había intentado en dos ocasiones anteriores sin éxito, sino también porque el resultado de la actual elección estuvo lejos de lo que muchos preveían. La “marea azul” que adelantaban las encuestas -y que nuevamente fallaron en sus pronósticos- estuvo lejos de producirse. Es verdad que Biden, con más de 73 millones de votos, superó por más de cuatro millones a su contendor y se convirtió en el candidato presidencial más votado de la historia de Estados Unidos. Pero ese logro no se debió a un desplome del apoyo del Presidente Donald Trump -quien de hecho sumó casi siete millones de votos más que hace cuatro años-, sino a la mayor movilización de los ciudadanos estadounidenses. La participación marcó un récord y podría superar el 65%.

Por ello a estas alturas sería altamente perjudicial si Trump, alentado por la alta votación que obtuvo así como por el respaldo que los republicanos obtuvieron en el Senado, insistiera en su afán por impugnar los resultados y lo consiguiera, porque con ello desconocería que más de la mitad de los electores votó por su contendor y quieren un cambio.

Los resultados, cuya demora en entregarse se debe en gran parte al alto número de votos por correo y al virtual empate entre ambos candidatos en al menos cinco estados, dan cuenta de un país profundamente dividido y polarizado. Una nación separada por variables geográficas -las costas y las zonas urbanas son mayoritariamente demócratas, mientras que el interior y las áreas rurales, republicanas-; raciales -los hombres blancos con menor educación se inclinaron mayoritariamente por Trump, mientras que más de un 85% de los afroamericanos votaron por Biden-, y generacionales -los menores de 29 años favorecieron en más de un 60% al candidato demócrata, mientras que entre los mayores de 50, más de un 55% respaldó a Trump. El nuevo Mandatario deberá leer adecuadamente esa realidad para gobernar, pero también para intentar recomponer un clima social y político severamente dañado durante los últimos cuatro años, como consecuencia de un Mandatario que utilizó el discurso divisivo y confrontacional como una herramienta política, y que tensionó las instituciones de forma no vista en dicho país.

De ratificarse su triunfo, el exvicepresidente demócrata no puede obviar el hecho de que prácticamente la mitad de los estadounidenses se inclinaron por Trump. El actual Mandatario ha apelado a un sector de la sociedad estadounidense que se siente marginado y frustrado, viendo en él a la persona capaz de concretar sus anhelos y aspiraciones. Su estilo disruptivo y populista, que según sus críticos denigra la autoridad presidencial, no fue impedimento para que casi 70 millones de estadounidense lo apoyaran. Un número que, además, podría haber sido mayor, porque no cabe olvidar que el resultado de la elección estuvo mediado por la pandemia -mal manejada por el gobierno de Trump- y por las protestas raciales que vive el país, las mayores desde 1968. Antes de que eso sucediera, Trump se encaminaba a una fácil reelección, apoyado en una economía que mostraba cifras promisorias y la menor tasa de desempleo en 50 años. Precisamente la creación de empleos y asegurar el crecimiento aparecen como uno de los mayores desafíos que habrán de enfrentar los demócratas, algo que a juzgar por el veredicto de las urnas para una parte importante sigue despertando muchas dudas de que lo puedan lograr.

Con Joe Biden en la Casa Blanca es posible prever un giro importante en la política exterior de Estados Unidos, en especial en lo que se refiere a la relación con sus aliados europeos y en el apoyo a iniciativas como el Acuerdo de París, que el Presidente Trump decidió abandonar. Sin embargo, no debería suceder lo mismo en política interna, porque de confirmarse las cifras, Estados Unidos tendrá un Mandatario demócrata, pero un Senado que seguirá en manos republicanas y una Cámara de Representantes con una mayoría demócrata menos abultada. Dentro del complejo escenario por el que atraviesa el país, se trata de una positiva señal de equilibrio político, que exigirá a ambas partes transar sus posiciones y llegar a acuerdos. Es evidente que en el clima de polarización que vive el país, no es un objetivo fácil, pero es una buena señal que muchos de quienes llegaron al Congreso representan a sectores moderados de sus partidos. El país sigue tan o más dividido que en la elección de 2016, por lo que es difícil sostener que ha comenzado una nueva era, pero quizás sí se ha abierto una ventana para recomponer en algo su deteriorado clima político.

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