Amar como nos amaron




“Amamos como nos amaron” pareciera ser una de esas frases cliché que suena bien, pero que tiene poco sustento. Sin embargo, muchos profesionales de la salud mental han tomado esta expresión que -al parecer tiene mucho mas asidero científico del que parece a simple vista- para resumir un fenómeno que afecta a muchas personas en su vida amorosa. Al decir que amamos como nos amaron, los especialistas no se refieren a que queremos a otros marcados por las heridas de relaciones pasadas o experiencias negativas con ex parejas, más bien apuntan a cómo fue que percibimos un vínculo mucho más profundo y primario: el apego.

El concepto de apego fue introducido a fines de la década del sesenta por el siquiatra, sicólogo y psicoanalista británico John Bowlby. Junto a él, otros especialistas como Harry Harlow y Mary Ainsworth, modernizaron el concepto hasta entonces imperante de apego, que lo entendía como simplemente establecer una relación con el recién nacido que cumpliera con satisfacer sus necesidades básicas como alimentación y abrigo. En su lugar, propusieron que el apego es mucho más que eso. Y que las implicancias de un apego sano impactan a lo largo de toda la vida de la persona.

La psiquiatra española Marian Rojas Estapé, define el apego como un vínculo emocional entre dos personas. El objetivo de este lazo es generar una cercanía que proporciona seguridad y protección en momentos de amenaza.

En su libro Encuentra tu persona vitamina, la especialista explica que “el apego tiene que ver con la cercanía, la gestión emocional y la capacidad empática”, y que, además, “entender el apego es clave para comprender los mecanismos psicológicos que hay detrás de la manera de relacionarnos con otras personas, de elegir pareja o de interactuar con nuestros hijos”.

Pero, ¿cómo puede un vínculo del que tenemos poca o nula noción afectar nuestras relaciones como adultos? Aún más, ¿cómo la forma en que nos amaron nuestros padres o cuidadores primarios incide en cómo amamos a nuestras parejas?

La psicóloga clínica Soledad Grunert, quién ha enfocado su práctica al estudio del apego y las relaciones, explica que este concepto es una necesidad de tomar contacto con una figura en momentos de estrés en busca de contención, protección y seguridad, y que viene cableada desde nuestro nacimiento, asociada a circuitos neuronales en nuestro cerebro más primitivo. “Esta necesidad de apego con la que nacemos y que tiene propósitos de supervivencia, es una necesidad que no se extingue a lo largo de la vida porque los seres humanos seguimos siendo vulnerables”. Es por esto que, si bien vamos ganando autonomía a lo largo de la vida, el apego siempre estará presente. “Siempre vamos a necesitar contar con otros porque no podemos hacerle frente a todas las adversidades por nuestra cuenta, no somos seres autosuficientes”.

Grunert explica que los bebés nacen equipados con mecanismos de búsqueda de ese apego, como el llanto o la sonrisa, que tienen como objetivo capturar la atención y que acudan a ellos en situaciones críticas. “Cuando la respuesta es oportuna, sensible, consistente, se va configurando un apego seguro. Vamos internalizando la idea de que podemos contar con un otro en momentos de necesidad”, explica la psicóloga. Pero además, estas respuestas determinan cómo nos percibimos a nosotros mismos: soy valiosa, mis necesidades son importantes, puedo expresarme y ser escuchada, soy querible. Soledad agrega que todas estas no son solo creencias, sino que constituyen experiencias emocionales que marcarán nuestro autoconcepto y nuestra autoestima.

Por el contrario, respuestas poco sensibles o la ausencia de respuestas de las figuras cuidadoras van configurando patrones de apego inseguro. En un bebé el cerebro interpreta la inseguridad vincular como una amenaza mortal porque el apego está asociado a la supervivencia. Cuando no existe un apego seguro, se generan mecanismos adaptativos para darnos esa seguridad que nos hace falta. De ahí surgen los patrones de apego inseguro que podemos llevar a lo largo de nuestra vida. Incluso hasta la adultez afectando nuestras relaciones de pareja.

Soledad explica que se trata de reglas según las cuáles nos conducimos en momentos críticos. Ese patrón también afecta nuestro autoconcepto y muchas veces nos hace creer que no somos personas queribles o que no es posible contar con otros en momentos de crisis, que es mejor no esperar nada de los demás. En estos casos existe una minimización de nuestras conductas de apego o apego evitativo. Por el contrario, otros tipos de apego inseguro, como el ansioso, generan la creencia de que debemos maximizar las señales si queremos lograr cercanía con el otro. “En razón de esas experiencias infantiles yo aprendo qué es lo que tengo que hacer en momentos de necesidad”, comenta Grunert. “Maximizar las conductas de búsqueda en situaciones de estrés: persigo, protesto, insisto y me aferro, que sería un apego mas ansioso. O por otra parte, minimizo mis conductas de búsqueda: prescindo de los otros, suprimo la conexión con mi necesidad de contacto y me las arreglo por mi cuenta sin expresar lo que me pasa. Así lleva uno estos patrones a la adultez”.

Sue Johnson, sicóloga clínica y una de las terapeutas de parejas más reconocidas a nivel mundial, ha enfocado su carrera en los vínculos románticos en adultos y el apego. En su libro Abrázame fuerte explica que “nuestra historia con los seres amados da forma a nuestras relaciones presentes. En los momentos de desconexión, cuando no podemos interactuar de manera segura con la pareja, tendemos de manera natural a los mecanismos de defensa que aprendimos en la infancia y que nos permitieron aferrarnos a nuestros padres incluso de forma mínima”.

Soledad Grunert agrega que, cuando nos involucramos en una relación de pareja, operan las mismas reglas aprendidas a cerca de como tengo que conducirme en el terreno vincular y voy a desplegar exactamente las mismas estrategias que yo ya aprendí. Se trata de un aprendizaje que no es congnitivo sino que es implícito. Esta almacenado en la memoria corporal y, por lo tanto, incluso cuando no tengamos recuerdos de esta etapa de nuestras vidas, son vivencias que marcan la pauta respecto de cómo nos relacionamos románticamente. “Si en la relación de pareja yo siento mis necesidades emocionales desatendidas, se activan esos mismos circuitos neurales que ponen en marcha estrategias aprendidas de aferramiento, de persecución, en busca de una respuesta emocional”, explica Grunert. “O por el contrario, voy a desactivar mi sistema de apego y voy a tomar distancia y voy a huir a mi bunker emocional”.

Para poder justificar estos patrones aprendidos que nos entregan esa sensación de seguridad —pero que es solo aparente— en el caso del apego ansioso, “voy a necesitar relacionarme con personas que sean exigentes, demandantes o intrusivas”, dice Grunert. En la medida que yo elija parejas de ese tipo, voy a poder seguir desplegando esa versión conocida de mí y reafirmando que tengo que protegerme de otros porque son exigentes, demandantes, que las necesidades y las expresiones emocionales son fuente de conflicto. “Eso es lo que aprendí y eso es lo que voy a seguir reforzando en la medida en que siga eligiendo a ese tipo de personas para vincularme en la adultez”.

La especialista explica que es clave entender el tipo de apego que desarrollamos en la infancia para poder establecer relaciones sanas como adultos. Ya que, no solo amamos como nos amaron, sino que nos amamos a nosotros mismos como nos amaron y aprendemos las reglas del amor a partir de esas experiencias tempranas.

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