Escribir para sanar

Quien narra las páginas de los diarios de vida en realidad suele ser el subconsciente, así que esta práctica también es una forma de revisar la propia identidad e historia.




Quien narra las páginas de los diarios de vida, en realidad suele ser el subconsciente, que en la escritura es capaz de revisar la propia identidad e historia. Así, toda escritura que proviene del interior es una intervención psíquica, psicológica y literaria. Mónica Bruder, psicóloga de la Universidad de Palermo, PhD de la Universidad de Texas y especialista en cuento y escritura terapéutica, explica que “la acción de volcar en el papel lo que sentimos es una ciencia de la sanación exacta y estudiada, y que nos lleva a entender traumas y dolores en distintas modalidades”.

Es un hábito que, sobre todo durante la pandemia, “se ha ido recuperando para entender las angustias de esta época, porque está comprobado que el acto mejora el bienestar psicológico, la sintomatología física y la afectividad positiva”, explica la especialista. Pero, a pesar de sus beneficios, es una práctica que muchas veces queda relegada a lo holístico o alternativo y eso se debe a que “en Chile, el cuento y la escritura están muy escolarizados y tienden a mirarse como objetos moralizantes, con fábulas que entregan una enseñanza aceptada por la sociedad”, explica Lorena Bonasea, profesora en educación diferencial de la PUCV y fundadora de la organización Cuentos y Alma de cuentos terapéuticos.

Sin embargo, “el cuento no es una escritura que pretenda que todos lo escribamos o leamos de la misma manera, sino que de hecho es todo lo contrario”, agrega Lorena. Y es que poner las ideas sobre el papel, habla directamente de algo subjetivo. Según explica Paul Anwandter, Máster en programación neuro-lingüística y Presidente de la Asociación Chilena de Coaching y Mentoring, “cuando la persona escribe, está hablando de sí misma, independiente de que uno crea que no y se trate de disociar del relato. El ideario que se trama es parte también de la identidad y desde ahí nacen los distintos tipos de escritura en los que se puede trabajar”.

Aquí es donde entran los tipos de formatos para hacer una narración sanadora. Según los especialistas, hay una diferencian entre lo que es la “escritura terapéutica” narrada en primera persona –como la del diario de vida– o el “cuento terapéutico” en tercera persona, que significa realizar un proceso mucho más elaborado que requiere de acompañamiento profesional.

Después que Bianca Belmar (27) viviera un abuso por parte de un compañero de curso en la universidad, decidió denunciarlo a la rectoría de su facultad. “Muy pocas personas sabían lo que me había pasado y esperé casi un año a que me llegara una respuesta a la denuncia que había hecho en ese establecimiento, por lo que pasé mucho tiempo ocultando mis emociones”, dice. “Cuando llegó la carta que decía que la denuncia no sería acogida, pasaron tres días en que tenía la sensación de que si no le contaba al mundo lo que estaba pasando, jamás me podría liberar del trauma”, recuerda.

Bianca decidió escribir un post en Facebook en una especie de narración estructurada de todo lo que había pasado. “Si bien me llegó apoyo y retroalimentación sobre mi vivencia, todos los días despertaba cuestionándome si compartir lo que me había pasado me había ayudado. No fue hasta más o menos después de un año de terapia que me sentí realmente preparada para avanzar en mi vida y un día, Facebook me recordó ese post. Me sentí incómoda al reencontrarme con esa historia, después de todo el esfuerzo que había hecho por superarla y en un arrebato la borré para no volver a pasar por eso”, cuenta.

Y es que cada persona puede enfrentar de forma distinta la catarsis que entrega la escritura personal. Por eso, según Mónica Bruder, “hay que elegir cómo y con quién se comparte el relato y tener en mente que el anonimato es una opción muy recomendable. Puede ser que luego den ganas de mostrarlo, ya sea al terapeuta o a un grupo de personas con el que una se sienta segura, pero también hay personas que escogen romper o borrar la escritura para siempre, porque ya la lograron elaborar y no quieren saber más del tema”.

Es más, la especialista explica que no todas las personas están habilitadas para entrar en ese mundo de simbolismos de un día para otro. Por ejemplo, las personas a las que les cuesta conectarse con sus emociones y que también están deprimidas, no estarán en condiciones de escribir una ficción de su propia historia. Pero, si no se ha desarrollado la elaboración del dolor a través de simbolismos, “la persona sí puede de igual forma aventurarse a escribir en primera persona”, agrega.

Según Mónica Bruder, la escritura terapéutica puede “ayudar a analizar la historia, concientizar los traumas y llevar al escritor a una catarsis al organizar el pensamiento. Esa situación hace que haya una mejoría, aunque no haya un compromiso emocional tan fuerte o una elaboración simbólica”. Pero para hacer una intervención donde realmente se logre elaborar las emociones, “se debe acudir al “cuento” terapéutico, donde todo que estaba inconscientemente guardado se revela en el papel y se elabora mediante metáforas y simbolismos que nacen a partir de un trabajo emocional. La clave, es que aquí se elabora un final positivo a ese relato inspirado en nuestros dolores, pero siempre ficcional”.

En esta diferenciación de técnica de escritura es donde hay que tener especial ojo y cuidado. Según explica Paul Anwandter es importante mirar las aristas de la escritura con cautela, porque “si no hay nadie que esté supervisando el proceso y si uno se encuentra en un momento de la vida muy deprimente o con pensamientos dañinos, no será bueno que se traspase al papel la emoción sin elaborar. Cuando uno tiene un lugar donde anotar, este puede tener un “efecto terapéutico”, tal como lo puede tener pasear por el borde del mar, pero eso no significa que habrá un profesional apoyándote a sacar lo necesario para sanar”, explica.

Para que las palabras funcionen

Son varios los académicos internacionales que han estudiado el método, pero el más avanzado se llama James Pennebaker, quién publicó hace 10 años un estudio que posicionó la escritura expresiva como una alternativa para sanar traumas y dolores. Comprobó que si se le daba a las personas la tarea de escribir diariamente por al menos 30 minutos, durante 5 días consecutivos, se generaría “un evento repetitivo que terminaría por entregar determinantes para facilitar el proceso de sanación a lo largo del tiempo” y, además, que para generar un cambio significativo no bastaba con escribir y ya, sino que debía haber un “reconocimiento emocional que fomente los cambios cognitivos importantes en nuestras mentes”.

Paul Anwandter lo entiende desde la neuro-lingüística, explicando que el efecto de reconocimiento de estas emociones se da porque “estamos constantemente poniendo etiquetas a lo que vemos, producto de una construcción semántica de la realidad. Entonces, al darle a las cosas ciertas características y hacer metáforas, también conectamos emociones, conductas y creencias a la palabra. Por eso somos capaces de crear estos simbolismos en la escritura, que siempre hablarán de quienes somos”.

Lorena Bonasea entrega algunas recomendaciones para comenzar un camino en el cuento terapéutico: “Primero, quien escribe su cuento debe pensar en el receptor, los personajes principales y el mapa de ruta de lo que se va a escribir. Se puede tener una especie de bosquejo que cree un esqueleto de las escenas y temas a tratar. Luego, el personaje principal deberá vivir un proceso dentro de la historia”, continúa diciendo, “pero ojo con cómo se le caracteriza, porque el creador deberá enfrentarse a sus dolores en el papel. Por eso, se recomienda que el personaje sea fantasioso o lo más distinto posible de una misma, para que así el encuentro con nuestra propia historia –y muchas veces, los traumas– no genere un rechazo inmediato. Por eso casi siempre se utilizan animales o personajes inanimados para describir situaciones profundas y que tienen que ver con acciones humanas”.

Ya el hecho de escribir es saludable, guardar el texto para uno y no compartirlo, también, y si se llega a mostrar –aunque sea desde el anonimato– “dará mayor cantidad de beneficios si es un espacio seguro”, según Mónica Bruder. “Además, esta es una herramienta de salud de bajo costo y en la que uno puede meterse a explorar en muchos momentos de la vida. Un buen comienzo puede ser escribir cartas”, según recomienda la especialista: pueden estar dirigidas a personas que uno quiere, también a las que uno no conoce e, incluso, a las cosas y a las situaciones. Como una carta al encierro, por ejemplo.

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