Identidad en tránsito

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Ganas de desarrollarse a nivel personal y profesional, mejores oportunidades laborales, crear proyectos de vida junto a la pareja, por amor o mera curiosidad. Estas son algunas de las razones por las que Giovana Franceschetto (40), Florence Collin (51) y Widenska Andre (19) decidieron dejar atrás sus países natales y desplazarse en búsqueda de nuevas posibilidades. Ellas son parte de los más de 1.251.000 extranjeros que actualmente viven en Chile y que representan, según las cifras entregadas por el INE en 2018, el 6,6% de la población local. Las tres llegaron en distintos momentos de sus vidas, pero coinciden en que el proceso de adaptación a una cultura nueva ha significado una transformación personal; en estos años han mantenido su esencia, pero también han incorporado prácticas, hábitos y costumbres que han ido modificando sus personalidades. Las une esa sensación de no pertenecer del todo, que da paso a una pregunta diaria de cómo se logra un equilibrio entre lo propio y lo ajeno. Entre mantener lo que se quiere heredar y romper con lo que hay que dejar atrás.

Giovana llegó de Brasil hace dieciséis años, luego de haber estudiado arquitectura en Porto Alegre, de la mano de su entonces pololo chileno. Florence, diseñadora textil originaria de Lyon, llegó hace diez años junto a su marido chileno y su primer hijo. Widenska llegó de Haití -luego de haber vivido en República Dominicana- hace cinco años. Se vino con su hermana y su tío un tiempo después de que sus papás se instalaran en Santiago en busca de mejores oportunidades laborales. Y si bien las razones de su llegada son diferentes, las tres se reconocen como una recopilación de fragmentos de distintas tradiciones y culturas. Se han insertado en una sociedad consolidada pero en transición y son, de alguna forma, híbridos culturales que combinan lo mejor de diversos mundos.

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Son las diez de la mañana y la primera en llegar al estudio en barrio Italia es Widenska. Su pelo está amarrado, pero sus rulos se notan a la distancia. Desde que llegó a Chile, a los 14 años, dice que no ha logrado dar con el producto ideal para su tipo de pelo. Es por eso que se junta cada cierto tiempo con otras haitianas y comparten datos de belleza para pieles oscuras y pelos crespos. Además de ser la última Miss Haití, está terminando cuarto medio en un colegio técnico en el que le enseñan a administrar empresas. Si bien se siente de aquí y de allá, admite que ya no le resulta fácil hablar en creole, razón por la que varias de sus amistades de la infancia no perduraron. Pero eso no la hace desconectarse de sus raíces. "Quiero aprovechar las oportunidades que he tenido acá para después aplicar mis conocimientos en Haití y devolverle algo de lo aprendido a mi gente". Cree que de haberse quedado en su país natal no habría tenido la posibilidad de estudiar y trabajar. "Somos muchos los haitianos que llegamos buscando oportunidades, y al ser muy trabajadores nos hicimos indispensables para el desarrollo económico de Chile. Eso es parte importante de nuestro aporte".

Giovana llegó cuando tenía 24 años. Había vivido en varias ciudades de Brasil, pero el lugar con el que más se identificaba hasta entonces era Porto Alegre, donde estuvo durante trece años. Llegó ilusionada por conocer una cultura nueva, aunque el proceso inicial de adaptación no fue fácil. "En Brasil la gente es expresiva y le gusta interactuar; no existen los límites entre lo que uno es en la intimidad y lo que es hacia afuera. Esos límites estaban muy marcados acá, y si bien se han difuminado siguen estando presentes", reflexiona. En eso Widenska concuerda. Lo que más extraña de Haití es la calidez de la gente, pero por sobre todo la manera en la que los haitianos plantean el acto comunicacional. "En Haití todo es una excusa para expresar, y no se le teme al enfrentamiento. Acá, en cambio, discutir se asocia a algo negativo".

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En ese sentido, para Florence la gente en Chile es mucho más cariñosa y abierta que en su país de origen. "Cuando llegué me impresionaba mucho que al entrar a un negocio me saludaran diciendo 'hola, cariño'. Y es que allá somos fríos y abrazamos poco", cuenta. Sin embargo, al llegar a Santiago -cuya población es mayor que la de París- sintió que estaba en una provincia chica. "El hecho de que exista una élite que tiene cierto poder y que todos conocen es propio de una pequeña ciudad. Pero siendo extranjera, he asimilado lo bueno y no me he sentido parte de esos códigos", dice. Por lo mismo, a sus dos hijos trata de inculcarles ciertos hábitos propios de su cultura, como que no dependan de ayuda en las labores domésticas. Cuando llegó hace 10 años abrió su propia tienda de ropa, El Trato, que rescata técnicas de tejido artesanal y se inspira en las antiguas fábricas textiles del país.

En estos 16 años Giovana ha ejercido como arquitecta y urbanista independiente, y hace un tiempo fue nombrada directora de la fundación Ciudad Emergente. Parte de su proceso de adaptación incluye un trabajo personal continuo. "Sigo siendo la misma persona espontánea y natural, dispuesta a dejar mi corazón en la mesa, pero la inteligencia emocional radica justamente en saber cuándo es bueno hacerlo y cuándo no. Siento que ahora tengo la capacidad de discernir entre lo que se puede decir y lo que quizás me va a exponer en ciertas situaciones. Esto en parte es porque he madurado, pero también porque aprendí los códigos sociales y conocí mejor la idiosincrasia", dice. "Como extranjeros creo que tenemos que armar tribu, aprender el idioma e insertarnos, pero también contribuir desde nuestra propia esencia". Además de su experiencia, por su trabajo ha visto cómo el aporte de los inmigrantes se siente  en las lógicas urbanas: "Se imponen nuevos estilos, colores y sabores. Al querer crear comunidad, existe una apropiación natural del espacio público en pos de generar vida de barrio. Eso da paso a una vida urbana totalmente nueva".

Lo cierto es que las tres han sido capaces de forjar una identidad en la que confluyen ciertos hábitos y costumbres heredados -una suerte de patrimonio personal- y otros adquiridos. Esa fuerza, muy característica de lo femenino, ha hecho que transiten por los cambios propios de un proceso de adaptación. También han sido testigos, desde distintas veredas, de cómo Chile ha cambiado en estos últimos años. Mientras Giovana y Florence llegaron a un Chile en el que no existía mucha diversidad, Widenska llegó en un minuto en el que el país estaba abriendo sus puertas a distintas culturas y esta influencia se notaba en las calles. "En este tiempo la clase media explotó y se ha gestado una generación de jóvenes profesionales que reciben una educación que quizás sus padres no tuvieron. Ese cambio de paradigma es relativamente reciente, y ha dado paso a que la ciudad y las mentalidades se expandan", dice Florence. Para Giovana, parte importante de ese cambio se debe a la apertura a nuevas culturas. "La migración ayuda a preservar la especie, porque si nos quedáramos estancados nos extinguiríamos. Finalmente, migrar es una forma de evolucionar".

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