Irene del Real y su fascinación por todo lo que brilla

Geóloga de profesión, Irene se dedica a investigar cómo se forman los depósitos de metales en nuestra Tierra. Reconocida con el Premio L’Oréal Unesco para mujeres en la ciencia, aquí profundiza sobre la relación de la sociedad con los metales, su rol en el día a día y la participación femenina en su área de estudios.




Cuando le dijo a sus padres que iba a estudiar Geología, ninguno de los dos le entendieron.

–¡Pero si nunca has recogido una piedra en tu vida! –le dijo su madre.

“Mi mamá tenía razón cuando hizo esa broma. Es real. De hecho, todavía no soy una coleccionista de piedras”, reconoce Irene del Real.

En realidad, lo que le encantaba de los metales era la historia detrás de ellos. Cómo se formaban, cómo eran los procesos geológicos, qué tenía que pasar para que se formaran metales en grandes cantidades, cómo son los procesos industriales. Esa curiosidad sí tenía que ver con su infancia: creció en un hogar que fomentaba eso, donde siempre había revistas científicas y enciclopedias, donde las vacaciones consistían en acampar. En resumen: siempre había espacio para la duda, para querer saber más y más.

Además, en Santo Domingo -donde creció-, conoció a una persona que estaba estudiando geología que le contaba de la experiencia de ir a terreno, de conocer lugares y pensar en la relación de entender mejor su entorno.

Irene fue detrás de esos conocimientos. “Fue una decisión que tomé con mucho ímpetu”, comenta. Supo que estaba en lo correcto en su primer visita a terreno, en la zona de Lo Valdés, en el Cajón de Maipo. En el lugar hay estratos de rocas marinas de millones de años de antigüedad. “Se formaron en el fondo del mar de manera horizontal y están ahora en la Cordillera de los Andes de manera vertical. Eso muestra un mundo dinámico y al pensar eso me di cuenta de que realmente la geología era lo mío. Más que por las rocas -como bromea mi mamá-, por los procesos, por esa cosa de gran escala, de movimiento, tectónica”, recuerda.

Se acuerda de pensar en el pasado. Pensar que no somos capaces de entender y sentir la temporalidad que significan esos procesos. Que vivimos en una escala de tiempo completamente desacoplada de lo que nos rodea. Que nuestro planeta tiene cerca de 4500 millones de años de historia geológica y cambia todos los días. “Todo eso lo encontré alucinante”, comenta.

Su fascinación rindió frutos: estudió la materia inorgánica que representan las rocas y la historia que se desarrolla subterráneamente. La composición, la estructura, la dinámica y el origen del planeta. Hoy, es geóloga de la Universidad de Chile, investigadora postdoctoral de la misma casa de estudios y doctora en Geología de la Universidad de Cornell de Estados Unidos. Es, además, académica de la Universidad Austral y se especializa en investigar cómo se forman los depósitos de metales en nuestra Tierra.

Un elemento vital

En un determinado momento de su carrera, Irene se dio cuenta de que estaba totalmente dedicada a investigar los procesos geológicos que forman los metales y no a la importancia que estos tenían para la sociedad. “Yo amaba la investigación, pero empecé a cuestionarme a quién le ayudaba haciendo esto”, se acuerda.

Uno de sus profesores la guió en ese proceso:

–Nosotros buscamos metales, ayudamos a encontrarlos, pero piensa para qué sirven –le dijo.

Ahí estaba la respuesta que buscaba. Aunque al pensar en los elementos vitales para el desarrollo diario nos detengamos a pensar en la alimentación y en la salud, lo cierto es que nuestras vidas se hacen muy difíciles sin los metales. “Los metales nos permiten tener cosas esenciales para la cotidianidad como computadores, celulares, materiales de construcción, cables eléctricos, cubiertos para comer, resortes para colchones y un muy largo etcétera. Somos dependientes de ellos: sin metales la sociedad actual no tiene mucho espacio para funcionar, y la cosa se pone aún más compleja cuando reflexionamos sobre el futuro y la evidente urgencia de modificar la manera en la que nos estamos relacionando con el entorno”, dice Irene en su libro “Todo lo que brilla” (La Pollera, 2023).

“Cuando caí en cuenta de eso, también caí en cuenta de que la relación que tenemos como sociedad con los metales es casi inexistente. Hay una relación en términos estéticos que me encanta, pero esa parte de la utilidad que tiene, o de lo esenciales que son en nuestras vidas, pasa totalmente desapercibida. Esa percepción tan silenciosa me empezó a perturbar y preocupar”, comenta.

A menudo, dice Irene, la sociedad plantea que quiere un futuro más sustentable y carbono neutral, pero se olvida de que es necesario contar con materia prima para llegar a ese futuro, y gran parte de esta son los metales. Estos nos permiten contar, por ejemplo, con paneles solares, autos eléctricos y otros productos imprescindibles para la transición libre de petróleo.

Bajo esa preocupación, decidió escribir sobre los metales.

“¿Serán los metales los salvavidas del futuro? Por supuesto que sí. Pero no va a ser tan fácil ni sencillo, porque junto con reunir metales, debemos cuestionar el estilo de vida que estamos llevando y hacia dónde queremos ir en el futuro”, plantea en el escrito.

Las mujeres y los metales

En las culturas precolombinas los metales siempre han estado asociados a lo espiritual. El oro y la plata no se asociaban al precio: su belleza se vinculaba a las representaciones del sol con el oro y la luna con la plata. “Para mí, la estética de los metales trasciende la idea de solo usarlos como joyería. Tiene mucho peso histórico”, dice Irene.

Se autodefine como una gran coleccionista de joyería. Le gusta traer metales en su cuerpo. Le genera curiosidad que sean maleables, que se puedan convertir en herramientas. Sigue a joyeros en redes sociales y se pasa mucho tiempo analizando sus trabajos.

Pese a eso, dice, las mujeres tienen mucho más que aportar en lo vinculado a los metales. Que se les asocie al uso de joyas, plantea, es solo una de tantas otras capas de posibilidades de vínculo entre ambos.

“Las mujeres tienen un rol fundamental en la geología, así como en todas las formas de ciencias”, dice Irene, reconocida en 2020 con el Premio L’Oréal Unesco por sus “contribuciones significativas a sus respectivos campos científicos al trabajar para encontrar soluciones efectivas a los desafíos más apremiantes que enfrenta la sociedad”.

“Yo parto siempre de una premisa súper simple: considero que los desafíos que tenemos hacía el futuro son desafíos realmente tremendos y cuando hay un desafío tremendo, uno siempre tiene que pensar cuál es la forma en que se pueden encontrar las mejores soluciones a estos. Está comprobado que las mejores soluciones, las más creativas, etc., vienen de equipos diversos en términos de género, edad, geografía, entre otros”, comenta.

Para fomentar eso, la geóloga sostiene que la representatividad es muy importante, por lo que siempre busca explorar espacios donde las mujeres muestran la ciencia que hacen: “Creo que es clave el rol que tienen las mujeres que hacen comunicación o difusión científica. Son figuras relevantes para que más mujeres jóvenes sientan que la ciencia o las carreras científicas son un espacio para ellas. La ciencia lo necesita, es una urgencia global”.

¿En qué nuevos roles podremos verte a futuro?

Todavía estoy cerrando proyectos y estoy dedicada principalmente al cobre. Estoy pensando en abrir el abanico de metales que me gusta investigar a otras cosas, pero yo creo que mis investigaciones van a seguir buscando entender la geología detrás de que se formen depósitos metálicos. Mi pasión por los metales sigue intacta, pero quiero potenciar el rol social de los metales. Quiero pensar más en políticas públicas de desarrollo, en geopolítica, acercar también los metales a una perspectiva más histórica y de desarrollo social.

A seguir atenta a todo lo que brilla…

(Se ríe) Sí, todo lo que brilla es de mi interés.

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