Julio Fernández: “Depende de uno si dejas que el dolor tome el control de tu vida”




Cuando tenía 22 años tuve una rotura del menisco grave en la rodilla izquierda. Fui operado y quedé bien, al menos en seis años no me molestó, hasta que volví a tener la misma lesión en 2008; esta vez con mayores consecuencias porque tuve un desplazamiento de la rótula. En ese entonces tenía 28 años y el gran problema fue que, cuando me operaron, lo hicieron por el menisco y cartílago, no por el desplazamiento de rótula. Solo por esa omisión, tuve que someterme a dos intervenciones más al año siguiente y la recuperación fue extensa.

A pesar de seguir la terapia de kinesiología al pie de la letra, me dijeron que debía volver a intervenir esta zona, sin embargo, justo en ese momento me detectaron un cáncer en otra parte del cuerpo. Debido a esto tuve que postergar mi tratamiento en la rodilla. Estuve un tiempo con radioterapia y quimioterapia, y cuando me dieron de alta y el oncólogo dio el pase para retomar mi tratamiento en traumatología, ya era tarde. El doctor me dijo que la operación ya no era viable porque a raíz de la quimio había perdido musculatura en la zona de la rodilla.

Desde entonces vivo con dolor, pero tengo la suerte de haber encontrado a una kinesióloga, que me apoya mucho hace algunos años. Es buenísima. Me enseñó todas las cosas que puedo hacer para no forzar mi rodilla. Además, como tengo una pensión que me permite no tener que trabajar, sólo hago algunas pegas freelance, para sentirme activo, y es un privilegio contar con esto, porque yo no sé si el día de mañana me podré levantar o no. Mi dolor es uno que va y vuelve.

Sí reconozco que hasta ahora no es un dolor invalidante. Sufro más por las noches o cuando hay cambios de temperatura muy bruscos. De repente incluso me pasa que me quedo dormido por cansancio temprano y luego me despierto a las dos de la madrugada a causa del dolor punzante que muchas veces me impide conciliar el sueño.

También aprendí que hay cosas que no puedo hacer y a veces me pasa, como en estos días, que no soy cuidadoso, hago un mal movimiento o camino más de la cuenta y la rodilla se me inflama. Es como si tuviera una venda apretando la rodilla, que no me impide caminar, sin embargo, estoy incómodo. Me cuesta agacharme o desplazarme en general. Aún así, puedo manejar, pero en automático. Los autos mecánicos los evito, ya que al presionar el embrague con la pierna me molesta la rodilla.

A veces siento limitaciones personales. De lo que más me cuido es de exponerme a las aglomeraciones de gente, como un mall en plena navidad, porque me da susto que me pase algo. No es paranoia, es que la gente cuando camina, muchas veces pasan muy rápido y hay ocasiones en las que te pueden pasar a llevar sin querer. Una vez, un niño pasó corriendo a mi lado y me pasó a llevar la rodilla. Si el golpe lo hubiese recibido en la derecha, no me hubiera dolido, pero como fue en mi rodilla mala estuve semanas con dolor. Aprendí a vivir muy pendiente de mi metro cuadrado.

Y es que cuando uno vive con dolor hay cosas cotidianas que no funcionan igual que el resto de la gente. Soy de Villa Alemana y cada vez que vengo a Santiago tengo que comprar dos asientos en el bus, porque no puedo estar dos horas con las rodillas recogidas. Si quisiera ir a un concierto, tengo que invertir en una entrada cara que me garantice que voy a tener lugar para poder sentarme y estar cómodo, sin atochamientos ni empujones.

Actualmente vivo solo y por eso mismo he aprendido a arreglármelas solo. Este año tuve una lesión por un mal movimiento en la rodilla, que me dejó unos días en cama y tuve la suerte de que mis vecinos me ayudaron a entrar las compras del supermercado que había pedido por internet. Incluso me fueron a dejar almuerzo algunos días. Eso fue muy lindo.

Muchas veces voy caminando y la percepción de la gente es que ando enojado y no es eso: simplemente estoy concentrado en evadir la sensación de dolor. Tengo un amigo que se encuentra en situación de discapacidad a causa de un accidente en moto, y justamente se dedica a restaurarlas. Cuando hay cosas que él no puede hacer, como mover las motos, yo lo ayudo. Con él me he dado cuenta de que uno tiene que fortalecerse mentalmente para salir adelante.

De repente por estos problemas, como vivir con dolor, uno puede tender a victimizarse y eso pasa hasta que te encuentras a alguien con una dificultad mayor a la tuya. Es ahí donde te cambia la percepción del mundo y de tu vida; “si él puede, yo también”, pienso. Y así es como aprendí a concentrarme en otras cosas o actividades que me ayuden a evadir el dolor. Y no es que cuando hago esto o cuando me río el dolor no exista, es simplemente que lo evado o lo omito, porque al final, depende de uno si dejas que el dolor tome el control de tu vida.

Julio Fernández es retirado de las Fuerzas Armadas, tiene 41 años y es mecánico de sistemas eléctricos de aeronaves.

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