Anita Mena Milao: una culpa y muchos desafíos
En la Expo Osaka 2025, el pabellón de Chile se estructura en torno a un manto de 242 metros cuadrados tejido por 200 tejedoras mapuche, entre ellas las de la agrupación Witraltu Mapu. Las historias de estas mujeres muestran que, más que una técnica artesanal compleja y laboriosa, el textil mapuche es un lenguaje. Aquí una de ellas.

Anita Mena Milao (49) tiene tres hijos. Aunque uno de ellos ya no esté en esta tierra, ella lo menciona y se culpa y carga con esa culpa como una cruz desde hace 12 años.“Yo estaba trabajando en el telar, cuando se produjo el accidente. Fue un descuido. Es muy triste mi historia”.
Esforzada, madre a toda prueba, ha sacado adelante a sus otros dos niños sola, tejiendo y ahora trabajando puertas afuera como empleada doméstica para tener un ingreso más estable que el que provee la artesanía.
Su hijo mayor, de 26 años, está terminando ingeniería en la Universidad de Concepción, “gracias a la Beca Bicentenario y a la gratuidad”. Y Valentina estudia Pedagogía en Matemáticas en Temuco y vive con ella en Padre Las Casas urbano. “Yo ahora tejo de noche, porque en el día no puedo. Llego del trabajo a tejer”.
Su mamá quedó viuda cuando Anita tenía 5 años. No recuerda a su padre, quien era mestizo e hijo de padre mestizo, pero sí tiene fijo en la memoria el esforzado trabajo de su madre con el telar para sacar a su familia adelante.

“Yo no quería ser tejedora. Mi mamá tejía lamas, alfombras mapuche. Piezas de dos metros por un metro y medio, que implicaban un tremendo trabajo, que no se pagaba en lo que valía. Yo quería algo mejor para mí, menos sacrificado, porque en esa época teníamos que hacer todo: hilar y teñir la lana, encontrar leña seca para hervir los tintes... Pero terminé en lo mismo, aunque ahora es distinto. Más fácil. Hay más posibilidades, mayor innovación, existe demanda por piezas utilitarias, decorativas, más chicas”.
Pese a su reticencia, a los 13 años sus hermanas le enseñaron a tejer, pero fue algo muy natural. “Nunca me costó, nunca me esforcé, creo que es algo que se lleva en la sangre. Además, en mi casa siempre había un witral armado, siempre se podía tejer”. Finalmente, siguió su vocación y su destino, pero con una enorme inquietud por organizarse, armar cooperativas con otras tejedoras y, sobre todo, por innovar, perfeccionar la técnica y aprender el significado de los diseños.
“Me gusta mucho experimentar. Hago trabajo de patchwork, he aprendido técnicas de eco print, cosas que a algunos puristas no les gustan, pero que la gente compra. Yo nunca había postulado a ser proveedora de Artesanías de Chile, pero cuando participé en el concurso Sello de Excelencia 2014, me vieron y me han hecho partícipe ahora de este trabajo de rescate patrimonial”.
La pieza con que Anita postuló al sello de excelencia es un finísimo poncho femenino de lana de oveja, teñida de manera artesanal con tintes naturales. Inspirado en piezas de alfarería mapuche y adaptado a los tiempos actuales, con la mejor técnica textil tradicional mapuche.
–¿Por qué ahora elegiste recrear trariwe y no mantas?
–Honestamente, por mi disponibilidad de tiempo, porque trabajo solo en las noches y pensé que quizás no alcanzaría a hacer algo tan grande. Aunque también porque me gustaron mucho los trariwe.

Los trariwe son femeninos y feministas. Son una prenda exclusiva del mundo femenino mapuche. Y cuentan mucho más que cualquier objeto o manifestación ligada al universo masculino. En los trariwe se conserva y expresa la cosmovisión de este pueblo. En ellos, los símbolos reflejan el orden social y territorial de quien los usa y cuentan el mundo que rodea a su usuaria. Por eso hay mucho contenido por desentrañar.
En distintos escritos, las investigadoras Margarita Alvarado y Angélica Willson señalan que esta prenda es significativa dentro del mundo femenino mapuche. En un escrito de 1988, Margarita Alvarado es bien precisa al señalar: “El apego e identificación de la mujer adulta mapuche con su trariwe es tan significativo y es una pieza tan sustancial de su atuendo, que cuando se desprende de él, está abandonada de su fuerza primordial”.
Más comprensible aún es lo que le pasó a la artesana Anita Mena en el Museo Nacional de Historia Natural. “Allí pude hacer el trabajo interpretativo y comprender el mensaje de los trariwe que escogí para recrear. Eso me fascinó”.
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