Hablemos de Amor: Bienvenida, era del celibato
Después de un tiempo de muchas citas Constanza sintió un vacío. No el vacío triste, ese que se llora. El otro. El que te deja mirando al techo pensando: “¿Era esto? ¿Todo esto para nada?”
¿Se acuerdan de los trágame tierra de la revista Tú? Yo los esperaba con ansias cada mes. Fui de esas niñas que coleccionaba revistas: primero la Tú, después la Seventeen, Women ‘s Health… y por supuesto, Paula. Me dolió cuando dejaron de publicarse en papel, especialmente la Seventeen. Sentí que me quitaron la biblia de la pubertad.
Pero volviendo al punto, esto que estoy a punto de contar podría ser perfectamente un trágame tierra. Solo que versión 31 años, con más conciencia corporal y con menos hormona descontrolada. Aunque algo de eso hay.
Es una historia sexual. Porque hay cosas que el cuerpo pide y una de ellas es el deseo.
Un día, en un impulso de “a ver qué pasa”, me bajé una aplicación de citas. La idea era simple: mirar, reírme un rato, ver si pasaba algo. Spoiler: pasaron cosas.
Como buena ingeniera me hice un Excel. Sí, un Excel real, con fechas, nombres (o apodos), notas de química, notas de conversación, desempeño físico y una columna final que decía: “¿Repetirías?”.
Hubo algunos con cinco estrellitas, otros con una, y muchos con comentarios tipo “nunca más”. No fueron tantos, pero sí los suficientes para reírme y, también, para entender que una puede pasar de la risa a la incomodidad.
Porque aunque hubo química, la sensación final era siempre la misma: vacío. Y no el vacío triste, ese que se llora. El otro. El que te deja mirando al techo pensando: “¿Era esto? ¿Todo esto para nada?”. Así que de estar sexualmente activa, pasé a lo que yo llamo mi era de celibato.
No fue por trauma ni por drama. Fue porque apareció uno de esos amores imposibles que siempre habían estado ahí, oculto, pero que nunca me había atrevido a nombrar —ni siquiera a sentir del todo— hasta ese día. Nos vimos sin haberlo planeado, sin expectativas.
Ambos veníamos de fiestas distintas, y nos encontramos tarde, fuera de contexto. Pero había algo pendiente, algo que necesitábamos cerrar. Esa noche no hubo sexo, solo una conversación larga, honesta, llena de cosas no dichas durante años. Nos reímos, nos abrazamos, y dormimos juntos.
Pero más allá de lo físico, lo importante fue que se sintió como una verdad compartida, sin necesidad de ir más allá. Como si nos dijéramos —sin palabras—: “Esto nunca será, pero podemos seguir siendo lo que siempre fuimos, sin forzar nada”.
Desde ese día, cambié todo el enfoque. Llevo como diez meses sin nada y, como va la cosa, parece que serán doce. O toda la vida, no sé. Pero estoy bien. De verdad.
Así comenzó mi era del celibato. No por castigo ni por culpa, sino porque entendí que merezco más que lo inmediato, que deseo más que él deseo. Para mí, celibato no es hacer un voto religioso ni volverse monja, es simplemente no tener sexo con alguien que no me haga sentir completamente yo. Es no transar con lo que no se siente real. Es un acto de amor propio. De pausa. De volver a preguntarme: ¿esto me nutre o me vacía?
No hay Excel. Ni estrellitas. Ni satisfacción inmediata. Solo yo, mi cama hecha, y la esperanza de que lo próximo valga la pena. Bienvenida, era del celibato.
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