Larga vida al Café Torres
SUS PAREDES albergan 134 años de historia. Ni el eventual remate en 2002, por el cual Julio Martínez lloró en televisión, ni el incendio en el Palacio Iñiguez en abril, han logrado derribarlo. La Confiteria Torres -desde 1879- es un imperdible del centro de Santiago.
Representa el "patrimonio vivo", dice su administrador, Claudio Soto -de 52 años y casado con la dueña del lugar, Patrizia Misseroni-, quien además recuerda que Pablo Longueira dio su apoyo a Laurence Golborne firmando un acuerdo en las mesas del Torres. "Aquí se ha construido la república, dentro de estas cuatro paredes se ha ido tejiendo la estructura social, política y económica de este país", argumenta Soto.
Todo partió con José Domingo Torres, un mayordomo de una de las casas de familias de alta alcurnia ubicadas en el sector. Conocido por sus dulces y manjares, Torres era requerido por todos los palacios de la época. No dando abasto, su patrón decidió instalarlo en un negocio: Confitería Torres.
Desde entonces, la confitería ha sufrido una suerte de posta: de dueño en dueño. Luego de Torres, la tuvieron unos yugoslavos del año '30 al '60, del año '60 al' 90, el dueño fue Bartolomé Alomar Arellano, luego Jaime Vargas y ahora están al mando Soto y Misseroni. Estos necesitaron dos años para restaurar el lugar, que estaba en evidente deterioro. Del original, quedan las sillas de la cafetería, el piano, el reloj y la barra.
José Santos es el garzón más antiguo. Con 85 años de edad y 55 de trabajo en el Torres, ha atendido a personajes como Salvador Allende, Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Patricio Aylwin y Sebastián Piñera. "Yo llegué el 28 de agosto de 1958. Han cambiado las generaciones. Los clientes traían a sus hijos que estudiaban acá en el San Ignacio -refiriéndose al San Ignacio de Alonso Ovalle- y ahora esos hijos traen a sus hijos", cuenta Santos.
De hecho, uno de los habituales de la confitería era el hoy santo Alberto Hurtado. Llegaba con sus alumnos del San Ignacio a tomar una bebida o un café.
Ramón Barros Luco también frecuentaba el café. Siempre pedía un sándwich de carne con queso, de ahí el nombre. Cuenta el anecdotario que la comitiva presidencial de Arturo Alessandri Palma pasó frente al Torres y el presidente exclamó: "Estoy que me rajo de sed, ando con los fierros calientes" y entró a tomarse una caña de chicha.
Hoy además del local de Alameda, están el de La Moneda y el de Isidora Goyenecha.
La cocina del Torres, además de ofrecer el clásico Barros Luco a $5.400, tiene otros platos de la cocina tradicional chilena. Se puede disfrutar de un chupe de locos por $9.800 o un filete al cilantro a $8.900.
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