Una falsa alarma sobre China
La perspectiva de una debacle económica en China ha estado generado temblores en los mercados financieros a comienzos de 2016, pero son miedos exagerados. Si bien no se deben tomar a la ligera las turbulencias en los mercados bursátiles y monetarios chinos, el país sigue haciendo avances alentadores en la senda de los ajustes estructurales a su economía real. En último término, ha de resolverse esta disparidad entre las medidas de reequilibrio económico y los contratiempos en las reformas financieras, ya que China está entrando en una fase crítica de su transición a un nuevo modelo de crecimiento. Sin embargo, la situación no presagia una crisis inminente.
En consonancia con su larga experiencia en planificación centralizada, el país sigue destacando en la reingeniería industrial. Las tendencias de 2015 fueron un caso ilustrativo: la expansión de 8,3% del sector servicios superó a la manufactura y la construcción, antes dominantes, que en su conjunto crecieron solo 6%. El llamado sector terciario ascendió a 50,5% del PIB chino, muy por sobre el objetivo de 47% fijado en 2011, cuando se adoptó el XII Plan Quinquenal, y diez puntos porcentuales por sobre la proporción de 40,5% de las actividades del sector secundario (manufactura y construcción).
Este importante cambio en la estructura económica china es de vital importancia para la estrategia de reequilibrio centrada en el consumidor que el Gobierno se ha propuesto. El desarrollo de los servicios impulsa oportunidades clave de empleo urbano, componente central de la generación de ingresos de las personas. Puesto que los servicios chinos requieren cerca de un 30% más de empleos por unidad productiva que la manufactura y la construcción combinadas, el poder relativo del sector terciario ha desempeñado un importante papel para limitar el desempleo y prevenir la inestabilidad social, que ha sido por largo tiempo el mayor fantasma del país. Por el contrario, incluso ante la perspectiva de un PIB en desaceleración, la creación de empleo en las ciudades llegó a 11 millones en 2015, por encima del objetivo de 10 millones que se había fijado el Gobierno, y en lo que supone un ligero aumento con respecto a los 10,7 millones de 2014.
La mala noticia es que los impresionantes avances de China en la reestructuración de su economía real han venido de la mano de importantes retrocesos para su agenda financiera, expresados en el estallido de una burbuja de activos, un cambio de política monetaria que se podría haber manejado mucho mejor y un éxodo de capitales financieros. Se trata de sucesos que tendrán sus consecuencias, especialmente para un país que tarde o temprano deberá alinear su infraestructura financiera con una sociedad de mercado basada en el consumo. A fin de cuentas, China nunca logrará tener éxito si no sincroniza mejor sus reformas financieras con su estrategia de reequilibrio de la economía real.
Las reformas de los mercados de capitales, especialmente el desarrollo de mercados de bonos y activos más sólidos para aumentar la escala de un sistema de intermediación crediticia que por largo tiempo ha estado centrado en los bancos, son esenciales para este objetivo. Sin embargo, tras la crisis de la burbuja de los mercados de valores, la alternativa de financiación de capital no es viable en el futuro inmediato. Solo por esa razón, las recientes dificultades del sector financiero chino son particularmente desilusionantes.
Pero no es lo mismo una dificultad que una crisis. La buena noticia es que las enormes reservas en moneda extranjera de las que China dispone la protegen de manera importante ante una crisis clásica de divisas y liquidez. No hay duda de que sus reservas se han reducido mucho (en unos US$700 mil millones) en los pasados 19 meses. No se puede pasar por alto su vulnerabilidad externa si se considera la acumulación reciente de pasivos denominados en dólares, que el Banco de Pagos Internacionales estima en US$1 billón (millón de millones) en la actualidad (para el conjunto de la deuda de corto y largo plazo). Pero, habiendo alcanzado los US$3,3 billones en diciembre de 2015, las reservas de China siguen siendo suficientes para cubrir más de cuatro veces su deuda externa de corto plazo, muy por sobre el criterio general de que un país debería poder financiar todos sus pasivos exteriores de corto plazo en caso de no poder endeudarse en los mercados internacionales.
Por supuesto, este fondo de contingencia se desvanecería si las reservas extranjeras siguieran cayendo a la misma tasa de US$500 mil millones anuales reportada en 2015. Este era precisamente el mayor temor durante la crisis financiera asiática de fines de los ‘90, cuando muchos pensaban que China sería el siguiente de los llamados milagros económicos del este asiático en perder sus reservas frente a un ataque contagioso a sus monedas. No ocurrió entonces, y ciertamente tampoco será así ahora que sus reservas en moneda extranjera son 23 veces mayores que los US$140 mil millones de 1997-98. Más aun, China sigue teniendo un gran superávit de cuenta corriente, en contraste con los exagerados déficits externos que tantos problemas causaron a otras economías asiáticas a fines de esa década.
Incluso así, persisten los temores de que China no pueda detener una fuga de capitales, en caso de que esta se intensificara. Nada más lejos de la verdad. Su memoria institucional es profunda en cuanto a las crisis y sus consecuencias, y eso se ejemplifica precisamente con la experiencia de los ‘90, cuando sus autoridades vieron de primera mano cómo una corrida contra las reservas y el colapso monetario resultante podían causar estragos en economías aparentemente invencibles. De hecho, esa constatación, junto con una constante búsqueda de estabilidad, hizo que China amasara las mayores reservas de moneda extranjera de la historia moderna. Si bien las autoridades no desean cerrar la cuenta de capitales tras haber tomado en los últimos años varias medidas importantes para abrirla, ciertamente reconsiderarían su postura si la fuga de capitales se convirtiera en una amenaza más seria.
Sí, China ha tropezado con la reciente implementación de muchas de sus últimas reformas financieras. En este respecto, el fiasco del mercado de capitales es muy llamativo, así como lo fue la falta de aclaraciones sobre las intenciones oficiales del ajuste de su política cambiaria en agosto de 2015. Estos desaciertos no se pueden tomar a la ligera, en especial a la luz del alto nivel de compromiso del país con las reformas de mercado, pero están muy lejos de la crisis cuya inminencia muchos temen.
*El autor es académico Universidad de Yale, ex presidente de Morgan Stanley Asia y autor de “Unbalanced: the codependency of America and China” (“Desequilibrados: la codependencia de los Estados Unidos y China”). Copyright: Project Syndicate, 2016.
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