Revista Que Pasa

Gigantes y rivales

La reciente publicación de una biografía de Lucho Gatica, "El rey lucho cantaba boleros", recuerda detalles de su tradicional rivalidad con Antonio Prieto. Los chilenos más exitosos en una época apenas se cruzaron.

Al menos cuarenta páginas de la nueva biografía de Lucho Gatica (El rey Lucho cantaba boleros, de Pablo Márquez) están dedicadas a Antonio Prieto. La solapa habla de una “sabrosa rivalidad”, entre uno y otro, y es lógico que una figura tantas veces cruzada en la vida del mayor bolerista chileno ocupe un capítulo completo de este recuento, el segundo hasta ahora en libro (existía ya Contigo en la distancia, de Gonzalo Rojas). Es un trabajo apegado a los datos de archivo, en deuda con la profundización en los motivos, pérdidas y ambición de tan internacional personaje, pero con un buen resumen sobre ese cruce de carreras que en Chile alguna vez obligó a tomar partido: o te gustaba “El reloj” de Antonio Prieto, o te quedabas con el de Lucho Gatica, ambos grabados en 1956 (quizás sorprenda saber que la prensa de la época se entusiasmó mucho más con la primera, y que el rancagüino incluso fue criticado por “el uso de recursos que no domina y la sobreinterpretación del tema”, según revista Ecrán).

Es curioso que trayectorias tan comparables apenas se toparan físicamente. El libro consigna que, en sus inicios, ambos participaron con una semana de diferencia en un mismo concurso radial (La feria de los deseos, con Raúl Matas) y apoyaron parte de sus carreras en sus hermanos (el cantante Arturo Gatica y el compositor Joaquín Prieto). Luego partieron a probar suerte al extranjero con similar y juvenil arrojo, y consiguieron hits comparables en su impacto (“La novia” por allá, “Contigo en la distancia” por acá). Su comparación es también la de dos estilos y, en ese ring, se hace inevitable concederle a Prieto el favor de su versatilidad. Era, en parte, su marca profesional: la de un actor de cine y animador televisivo. Pero también la de un hombre dispuesto a soltarse los corsés del bolero para incursionar en géneros más amplios y desafiantes, como la chanson actuada, a-lo-Bécaud. De los veloces cambios en el mundo musical de los años 60, sólo el iquiqueño creía necesario acusar recibo. Convertido ya en figura en México, en cambio, Lucho Gatica “no necesitará tanta renovación, pues era tal la solidez de su estilo y la magnitud de su carrera que sencillamente continuó haciendo lo mismo que hacía desde comienzos de los años cincuenta pero adaptándose a los límites que con el paso de los años le estaba imponiendo su voz”, como explica el musicólogo Juan Pablo González en el valioso estudio anexado al libro.

Se miraron de reojo por décadas, se ocuparon en las más exitosas carreras musicales de su tiempo para nombres chilenos, y, sin embargo, nunca llegaron a cantar en un mismo escenario. Eso, hasta que la organización del Festival de la Canción de Viña del Mar estimó conveniente rendirles un homenaje en 2002. Fue un paréntesis tan mal organizado y de tan obvio playback que los tibios aplausos del final son parte de un mismo despropósito, coronado por el insólito regalo con que la modelo los despacha a camarines: un sombrero de huaso y un chamanto “para que sigan paseando por el mundo los símbolos de nuestra patria”, en palabras de Vodanovic. Como si ya no hubiesen hecho suficiente.

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