El groupie como autor
<div><i>Salinger</i>, la esperada biografía/documental sobre el autor de <i>El guardián entre el centeno</i>, no es más que una farsa publicitaria: quizás la suma de todo lo que está mal en una cultura que insiste en seguir siendo literaria, cuando lo que realmente está en juego es el espectáculo y la moral reality.</div><div><br></div>
Salinger, la nueva ultrapublicitada biografía de casi 700 páginas del mítico autor que aumentó su fama al huir de ella, apareció en librerías la semana pasada, unos días antes del estreno en Estados Unidos de “su hermano gemelo”, un documental del mismo nombre. El libro no está en la sección de no-ficción (biografías literarias) sino a la entrada de la Barnes & Noble de un suburbio de Denver, desde donde despacho esto. Quizás debería estar en la sección True Crime: crímenes reales. De hecho se encuentra cerca de la nueva biografía de Charles Manson, que también se titula sólo con su apellido, como si éste fuera una marca registrada: Manson.
Salinger, escrita por Shane Salerno con ayuda de un ser llamado David Shields que cree en el plagio como arte y considera que la autoría es algo relativo, suma muchas páginas, pero no dice nada realmente importante y posee poco espesor literario. Donde funciona mejor es cuando especula sin tener demasiadas fuentes. Una de sus revelaciones es que al autor de El guardián entre el centeno nunca le bajó un testículo y que quizás ésa es la razón de su obsesión (tanto literaria como vital) por chicas muy menores ya que las niñitas (de catorce, de diecisiete) poseen “altos grados de inocencia e inexperiencia sexual” (o sea, según el libro, no tienen tan claro que los hombres generalmente poseen dos testículos y no uno).
Nunca entendí del todo por qué J. D. Salinger (1919-2010) optó por huir del mundo. Ahora me queda más que claro y lo respeto más. Por suerte no siguió publicando libros que luego iban a ser malinterpretados por gente que lee pero realmente no entiende. Lo único que me dejó claro el libro/documental es que Salinger no era un recluso. No lo era, no lo fue. Cortó con la fama, con la prensa, con el ruido; no con la vida como sostiene el libro, que insiste en psicoanalizar cuando tiene pruebas que dicen lo contrario. Salinger no fue un Howard Hughes de las letras. Manejaba, estaba suscrito a The New Yorker, veía mala televisión, viajaba, iba a Nueva York a ver amigos, cenaba en restaurantes, y antes que se inventara el VHS tenía una colección de filmes antiguos que amaba (como Horizontes perdidos, una cinta acerca de una ciudad de los Himalaya donde la gente no envejece).
Salinger (la biografía y el documental, dos caras de la misma contaminada moneda) es quizás la suma de todo lo que está mal en una cultura que insiste en seguir siendo literaria (pura pose), cuando lo que realmente está en juego es el espectáculo y la moral reality. Salerno, el autor del libro (bueno, coautor) y el responsable del documental en que está inspirada la biografía (sí, leyeron bien; como esas novelizaciones de Duro de matar o Infierno en la torre “basadas en la cinta del mismo nombre”), no es más que un fan con suerte y dedicación. El que debe tratarse es él: pocas veces alguien tan básico y necesitado ha logrado penetrar el ambiente cultural con tan poca sustancia. Lo suyo es mediático, es inmenso, es chanta. El eterno dilema del huevo y la gallina queda aclarado en la portada del libro: se trata del libro “oficial del aclamado film documental”. ¿Libro oficial? ¿Como las poleras que venden a la salida de un concierto de Justin Bieber o los afiches de Crepúsculo? ¿Aclamado film documental? ¿Aclamado por quién? No por A. O. Scott, de The New York Times, que destrozó el filme de una manera francamente deliciosa: “El filme es tan falso como los falsos que desprecia Holden Caulfied”.
Salerno, hijo de Hollywood, no esperó vender los derechos para la adaptación sino que hizo un documental mediocre y televisivo y luego armó un libro enorme basado en lo que filmó. El libro se autobendijo como un evento antes de tiempo, porque así es como se hace ahora: que la gente crea que es importante aunque no lo sea. Es cosa de ir a Metacritic para ver el puntaje del documental (38 de 100).
Lo que sucede es que realmente no es un documental: es un infomercial. Pero en estos tiempos, todos podemos caer si te mienten de manera constante y segura. El filme cerró el Festival de Telluride hace un par de semanas con una función matinal repleta con más de 600 personas cultas, incluyendo curiosos como Salman Rushdie y Michael Ondaatje, que picaron ante tanto bombardeo mediático.
EL LIBRO-OBJETO
Salinger, el filme (aún sin fecha de estreno en Chile), es como si E! Entertainment hiciera un largo especial de su E! True Hollywood Story. Salinger odiaba a Hollywood y dejó en su testamento la prohibición: que jamás se filmen sus libros pero, claro, este desastre no lo pudo atajar. Si Salinger ahora no se está revolviendo en su tumba por todo este huracán de sobreexposición es porque, de alguna manera, lo anticipó. Por eso cortó lazos con “lo público” y por eso gastó tiempo y dinero en atajar intentos de usar sus textos y cartas para biografías. Su “muerte literaria” ocurrió al publicar su último libro -Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: Una introducción-, hace exactamente cincuenta años, cuando decidió “alejarse” de una cultura que despreciaba, pero que al mismo tiempo ayudó a crear. Salinger logró lo que anheló siempre y, cuando captó que lo tenía, optó por huir. Pero la gente lo acosó aún más.
Tipos como Salerno dicen amar a Salinger, pero más se ama a sí mismo y la posibilidad de acceder a este grande del siglo XX y a muchísima gente de gran nivel que -quizás engañada, quizás seducida- aceptó participar en esta charada. Esto no es literatura; es la compulsión del groupie por colarse a un lanzamiento de un libro de Pilar Sordo creyendo que se trata de uno de Clarice Lispector. El libro -que llega a Chile en febrero del próximo año- no es más que pegoteo, cut and paste; no es más que la suma de frases transcritas de entrevistas y trozos de otros textos remixeados manipuladoramente, insertados para lograr subrayar cierta ideas de alguien que recién ha entrado a terapia.
La tesis central del libro/documental es que Salinger se transformó en Salinger por el trauma que le significó combatir y ver los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Al autor de Franny and Zooey le tocó ingresar al campo de concentración de Dachau, en Alemania. Así las cosas, El guardián entre el centeno no es la caída libre de un chico ultrasensible llamado Holden Caulfield sino que es una novela en clave acerca de un ex soldado de origen judío intentando recuperarse del síndrome de estrés postraumático.
El libro es al final un objeto: un truco para legitimar un filme mediocre y ladilla. Desechable, morboso, chatarra, grasa. Se lee de una, tal como se procesa el documental, que tiene el ritmo y la delicadeza de un blockbuster con recreaciones de matinal y una música sobregirada que intenta transformar en un thriller algo que perfectamente pudo intentar acercarse al tono menor de la prosa de Salinger. Pero Shane Salerno, tal como Mark David Chapman y Charles Manson, al final ganó. Este tipo de gente sin pudor ni moral siempre gana. Salió adelante e hizo un documental que tiene la distribución de una cinta de superhéroes y al mismo tiempo se transformó en autor de un libro “serio”. Dos por uno. Dos veces más prensa, dos veces más ruido. Vea la película antes y luego compre el libro. El afiche es igual a la portada, así nadie se pierde, nadie se enreda. Que la portada es bella, lo es. Y logra el engaño. Reproduce una ajada portada roja-con-letras-amarillas de El guardián entre el centeno. Es más que nada un objeto. El libro como objeto, el documental como promoción del objeto. Tal como escribió Nathan Rabin, en el sitio web cinematográfico The Dissolve, Salinger “es un documental acerca de un escritor hecho para gente que no lee ni menos ve documentales”.
Salerno, que escribió el guión de ese bodrio-de-culto acerca del fin del mundo llamado Armaggedón (dirigido por Michael Bay, que al parecer es su director favorito), no pudo matar a Salinger en vida o no tuvo los cojones como Mark David Chapman, quien asesinó a Lennon y luego le echó a la culpa a Holden Caulfield. Shane Salerno, un gordito loser que va al programa de Charlie Rose con una camisa de seda calipso arriba de una polera negra, no es más que un fan al que -para horror de todos- también le gustó y se identificó con El guardián entre el centeno. Esto es quizás lo más aterrador de toda esta ola salingeriana impuesta por la maquinaria publicitaria que apoya esta farsa: quizás hay una Hermandad Holden, quizás más de 100 millones de personas aman los libros de Salinger, pero -ojo- no todos son iguales. Entre esos lectores hay gente como Chapman.
Y como Salerno.
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