Los voluntarios que decidieron salvar el 2020

Ilustración: Camila Aravena

En un accidentado año escolar lejos de las aulas, los especialistas concuerdan en que los niños de primero básico -que este año deben aprender a leer y escribir- han sido los más afectados. Por eso, un proyecto creado en mayo y que ya tiene 1.300 voluntarios, busca ayudar a que estos niños puedan pasar a segundo básico con un nivel adecuado. “La lectoescritura es la base para el proceso de aprendizaje y desarrollo de los niños”, dice la descripción del programa.


El 60% de los niños en Chile no logra el nivel de aprendizaje adecuado en la lectura (Mineduc, 2018) y, aunque las bases curriculares establecen que los estudiantes deben adquirir esa habilidad en primero básico, el Mineduc señala que cerca de 158.000 alumnos no alcanzan este objetivo a cabalidad. Si a este diagnóstico se le suma la dificultad de un año de educación remota en medio de la pandemia del Covid-19, el fenómeno es aún más complejo. Si bien todavía no existen cifras claras sobre el efecto de estos meses de clases a distancia en el proceso de aprendizaje a leer y escribir, las autoridades reiteran que los primeros básicos serían el grupo de mayor riesgo.

Con esta problemática en mente fue que un grupo de jóvenes decidieron levantar el proyecto Salvemos el 2020 (www.salvemosel2020.cl), una red de voluntarios al servicio de los profesores y familias que busca apoyar la enseñanza de la lectura y escritura desde las casas, para que así la mayor cantidad de niños llegue a segundo básico con manejo de ambas habilidades. Los tutores postulan y se capacitan, luego son asignados a un colegio y a un niño a quien acompañan cada semana para fortalecer estas áreas de aprendizaje. Estos mentores deben ser mayores de edad y graduados de enseñanza media, y son apoyados por coordinadores del área de la educación.

Del grupo directivo sólo una de las integrantes trabaja en el área de educación y se desempeña como una de sus directoras ejecutivas. Los demás mantienen sus trabajos en labores que van desde la agronomía hasta la arquitectura y dividen sus tiempos para llevar adelante un proyecto que ha crecido más de lo que esperaban. Como en su mayoría no son expertos en el área, los líderes fueron buscando asesorías en distintas personalidades de la materia como Susana Claro, Rodrigo López y Pilar Aylwin, constituyendo así un consejo de asesores que ayudaron a armar el grueso del proyecto.

Lo que empezó en mayo como una idea entre desconocidos con ganas de aportar a la educación, hoy se ha transformado en una red de más de 1.300 tutores y 1.300 niños que funciona en 50 establecimientos en seis regiones del país.

“El proyecto se levantó por el diagnóstico de un problema a nivel nacional que se evidenció y agravó con la pandemia. Por eso busca no ser sólo un parche en esta época, sino que permanecer y aportar con la convicción de que la educación es el motor del cambio”, dice María Jesús Valenzuela, una de las directoras ejecutivas.

Dos x uno

El lunes 2 de noviembre, como cada semana, Amanda Verdugo (25) se conectó a una videollamada con Sofía Núñez (6). La tutora le había propuesto a la niña de la comuna de Maipú que en ese enlace celebraran Halloween y al prender la cámara ahí estaba Sofía, vestida como la princesa Elsa de Frozen. Amanda se vistió de bruja. Esa sesión debían practicar la letra “B”, así que había planeado actividades que tenían que ver con su disfraz.

Al lado de Sofía estaba su hermana gemela Rafaella, que no se quiso quedar fuera y se disfrazó de gitana. “¿De qué estoy disfrazada?”, le preguntó Amanda a las niñas, haciéndolas identificar la primera letra de su personaje, la B de bruja. Así practicaron la pronunciación y la identificación de la letra, formaron oraciones y repitieron palabras. La sesión duró entre 30 y 40 minutos, que es lo que los coordinadores les recomiendan a los tutores para que los niños mantengan la atención.

Amanda se unió a Salvemos el 2020 en agosto, tras enterarse del proyecto a través de una amiga. Como trabaja de abogada independiente, decidió dedicarle tiempo a la educación de un niño que en ese entonces no conocía. Pasadas las Fiestas Patrias, Amanda conoció a Sofía, a quien acompañará hasta fin de año para estimular su lectura.

En la misma época, Giovanna Cecioni (43) leyó un mensaje publicado en un grupo de WhatsApp de amigos donde se describía la iniciativa. Se interesó, se contactó, tuvo la entrevista de selección e ingresó a los voluntarios del proyecto. Giovanna, a diferencia de Amanda, sí tiene conocimientos previos en el área porque es educadora de párvulos y sicopedagoga, además de trabajar en un colegio con niños de dos a cuatro años. Giovanna llegó a la misma familia que Amanda, pero ella sería la encargada de acompañar a Rafaella Núñez, la gemela de Sofía.

Las gemelas Sofía y Rafaella son parte del programa Salvemos el 2020.

La madre de las niñas, Yasna Orellana, era la más feliz con la ayuda de las tutoras. La mujer llevaba seis meses a cargo de la educación remota de sus hijas y la labor no le resultaba fácil. “Me pasaba que mis hijas no querían que yo les hiciera clases; me decían que querían ir al colegio o que viniera la profesora”, cuenta la mamá, que dividía el tiempo entre las tareas y las labores del hogar. Yasna sabía que la meta más importante del año era que sus hijas aprendieran a leer, pero veía que a las gemelas no se les hacía fácil la materia: “Lo que me costaba a mí era que me daba cuenta que mis hijas tienen niveles diferentes de aprendizaje. La Rafa lee más que la Sofía, entonces ella necesitaba un apoyo especial, pero aquí hacemos la clase entre las tres y entre las tres la sacamos adelante, además de sacar el desayuno, el almuerzo y un montón de cosas que implican estar encerrados en la casa”, dice.

Por eso cuando el colegio de las niñas les preguntó quién se interesaba en el proyecto de acompañamiento de lectura, Yasna se inscribió con ambas niñas. Así fue como cada una llegó a tener una tutora con quien tienen sesiones individuales dos veces a la semana. Aunque Amanda acompaña a Sofía y Giovanna a Rafaella, cada niña suele sumarse a la sesión de su hermana. Las tutoras ven cómo la otra gemela se pasea detrás de la cámara y la invitan a participar.

Es una hora conectada con una niña encantadora como es ella, amorosísima, con su hermana que es un caramelo y no me cuesta nada. La retribución es tremenda, cuando ya las veo riéndose, leyendo y cuando las felicito y sonríen, es impagable

Amanda Verdugo, voluntaria.

Yasna recuerda entre risas cómo cuando hace dos meses les decía que leyeran “L-A”, las niñas leían “PA”. Cuenta que Rafaella juntaba sílabas, pero Sofía se demoraba en leer una sola palabra y cuando llegaba a la última sílaba no recordaba lo que decía la primera, entonces no leía una palabra completa. “¡Ahora leen oraciones completas!”, dice la mamá, que agradece la voluntad y el entusiasmo de las voluntarias.

Pero las tutoras también están agradecidas. “Es una hora conectada con una niña encantadora como es ella, amorosísima, con su hermana que es un caramelo y no me cuesta nada. La retribución es tremenda, cuando ya las veo riéndose, leyendo y cuando las felicito y sonríen, es impagable”, dice Amanda Verdugo. Giovanna también disfruta cuando la otra gemela se suma a la sesión. Dice que les pone karaoke y que así practican la lectura: “'Un día te voy a invitar a mi casa', me dice. Son esos pequeños regalitos al alma que al final representan la máxima retribución”, cuenta la tutora, que espera poder hacer una actividad las cuatro juntas.

Sofía y Rafaella aún recuerdan ese lunes de disfraces de Halloween. “Lo pasé súper bién, es muy entretenido”, dice Sofía, “Yo me disfracé de gitana, ¡lo pasé de miedo!”, dice Rafaella, que ese día se sumó voluntariamente a la sesión. “En las tutorías lo pasamos superbién”, dice Sofía. “¡Muy bien!”, agrega Rafaella.

De Lima a Pucón

Eligio Salamanca es un docente de cierto prestigio. A cargo de la pequeña escuela rural de Quelhue -ubicada unos 10 kilómetros al noreste de Pucón, en La Araucanía-, fue elegido el mejor profesor de Chile en 2016 y también es ganador local del Global Teacher Prize. Pero aún así, este año estuvo complicado con sus alumnos de primero a tercero básico que están en el proceso de aprender a leer y escribir. Su problema era el mismo que el de muchos maestros en el país: no podían verse ni reunirse con los niños y muchos de los alumnos no contaban con una conexión a internet ni telefonía para recibir la materia.

“Quedamos como aislados de los estudiantes porque muchos de ellos no tenían ni siquiera conexión permanente a WhatsApp, que es el medio más expedito para comunicarse cuando no hay señal telefónica tampoco”, cuenta Salamanca, quien originalmente probó con el envío de guías, instrucciones y pautas de trabajo para los estudiantes. Pero esto era distinto: el docente comenta que enseñar a leer y escribir no es sencillo para padres sin competencias pedagógicas. “Estos procesos que son más específicos, como la lectoescritura, tienen que ser dirigidos por un profesor o alguien idóneo con una mínima capacitación para asegurar buenos resultados”, señala.

Así fue como se contactaron con la fundación Mar Adentro, quienes a su vez les presentaron a otra fundación llamada Sara Raier de Rassmuss. Ellos les ayudaron a conseguir con la empresa Wom chips telefónicos con datos móviles, los que fueron entregados a los estudiantes para conectarse. Luego tuvieron que resolver cómo implementar un programa de tutorías pedagógicas a distancia y cubrir la matrícula de 37 alumnos de la escuela con los tres profesores que trabajan de planta, más los educadores que toman materias específicas como inglés o lengua indígena.

Es un trabajo lento, que requiere tiempo y esfuerzo. Esta fue la gran solución y estamos viendo ahora los resultados cuando algunos niños están leyendo, algo que para nosotros a principios de año era imposible de lograr

Eligio Salamanca, profesor de la escuela Quelhue.

“Como no podíamos atender tan continuamente a cada estudiante, ahí entró el colectivo Salvemos el 2020. Ellos apadrinan a algunos estudiantes contribuyendo a que este proceso de la lectoescritura sea más permanente. Es decir, si nosotros podíamos llamar una vez por semana a los estudiantes, con estos voluntarios se hacen sesiones más seguidas”, explica Salamanca.

Una de las alumnas de esta escuela es Naroa Douzet, quien vive en Pucón con sus padres y sus dos hermanos. “Antes no podía leer ni escribir y ahora puedo leer algunas cosas y me sé algunas letras”, dice la niña de siete años, y menciona: “papá”, “mamá”, “no”, “sí”, “una”, “uno”. Su mamá, Daniela Bórquez, cuenta que hace cuatro meses tiene clases de lunes a viernes por videollamada con Paula, una voluntaria de Salvemos el 2020 que vive en Lima, Perú. “La clase la hacen con el libro de Alfadeca y bajo ese orden van trabajando y cada semana aprenden dos letras. Van haciendo las tareas y resolviendo las dudas, como qué es un párrafo”, cuenta Bórquez.

A partir del trabajo de los voluntarios, la escuela rural de Quelhue ha ido rotando algunas tablets que tenía para que todos los alumnos puedan tener clases desde sus hogares. A eso le han sumado tutoriales que les han enviado a los padres sobre cómo apoyar el proceso de aprendizaje de sus hijos. “Es un trabajo lento, que requiere tiempo y esfuerzo. Esta fue la gran solución y estamos viendo ahora los resultados cuando algunos niños están leyendo, algo que para nosotros a principios de año era imposible de lograr”, reconoce Salamanca.

Eso lo han notado también a partir de actividades solidarias de la escuela en que ayudan a las familias de los alumnos más vulnerables, por lo que realizan visitas semanales o quincenales a sus casas en las que recogen las impresiones de los apoderados. “Hay algunos que llegaron este año por motivo de la pandemia, que han venido de escuelas donde pagaban mensualidad y ha bajado su nivel económico”, explica Salamanca. El profesor agrega algo que muchos padres se confiesan con él: “Ellos nunca pensaron que una escuela tan pequeña y aislada podía ser capaz de generar un apoyo tan significativo, pese a todos los obstáculos que hay en un sector rural que está privado de muchas cosas desde el punto de vista socioeconómico”.

Por eso, para el premiado profesor es importante que esta iniciativa no se restrinja a la pandemia y siga cuando pase la emergencia sanitaria. “Si muchos universitarios son capaces de vincularse con las problemáticas que hay en la educación, sin duda generarían un espacio para brindar una educación mucho más significativa y contextualizada con la sociedad que necesitamos construir”, opina Salamanca.

De Coquimbo a Santiago

A sus 67 años, Héctor Téllez no había tenido ninguna aproximación a la educación básica. Lo más cerca había sido cuando ayudaba a sus hijos con las tareas del colegio. Él vive en Coquimbo, es ingeniero pesquero y trabaja hace décadas en el rubro, que es el área que conoce y maneja. Pero en medio de la pandemia le llegó un mensaje de su hermana que lo empujó a salir de su zona de confort. El texto explicaba en breve el programa e invitaba a personas que les interesara ser voluntarios. “Hay un niño que necesita apoyo porque el año ha sido difícil y queremos mejorar su lectoescritura”, dice Héctor que explicaba el mensaje, por lo que decidió inscribirse. Pasó las etapas de selección y estuvo atento a la capacitación hasta ingresar como tutor al proyecto.

“Hola, por favor, discúlpenme, soy nuevo en la materia, soy ingeniero y voy a preguntar bastante porque quiero hacerlo bien”, decía el primer mensaje que mandó al grupo de WhatsApp de los otros voluntarios. Héctor cuenta que en su mayoría los participantes son mujeres y que no todos están relacionados con el mundo de la educación. Él no tenía conocimiento alguno de docencia, pero sí la intención y ganas de ayudar a un niño, que en ese momento le informaron sería Samuel Allende (7).

Los miércoles a las cuatro de la tarde y los sábado a las nueve de la mañana, Héctor y Samuel se conectan a una videollamada. El tutor desde la Región de Coquimbo y el niño desde la zona Metropolitana. Antes de la sesión, el ingeniero planifica las actividades con el material que le entregan desde el colegio del menor y la coordinadora de Salvemos el 2020. Suele preguntarle a esta última cómo puede acompañar de mejor manera al niño, sigue los manuales, anota en su libreta los avances y continúa con las clases.

Desde un principio que los dos se llevaron bien, dice la mamá de Samuel, Nathalie Beltrán. “Las primeras sesiones fueron de conocerse y ahora él espera sus sesiones. Lo hace leer, le hace ver los sonidos, trata de ser dinámico, de entretenerlo”, señala la apoderada.

Samuel se conecta con su tutor Héctor los miércoles y sábados.

Antes de empezar con las sesiones, Héctor y Nathalie estaban en contacto. El tutor le preguntó qué era lo que más le costaba al niño para reforzar esa área. En ese entonces eran las palabras con dos consonantes juntas, vocablos que ahora ya maneja bien. Siguen en contacto, ella le cuenta cómo ve al niño y él con esa información consulta a los especialistas acerca de cómo se puede mejorar. El nuevo desafío es la comprensión lectora. “Lee como caballo de carrera, entonces tenemos que trabajar el entender lo que lee”, dice Yasna. “Así yo le pregunto para que, además de unir letras, él comprenda lo que está leyendo”, agrega el ingeniero. Él la llamó para felicitarla y agradecerle por su compromiso, y ella en la última reunión de apoderados también cuenta que agradeció en voz alta al programa y al tutor de su hijo.

“Yo sé que Héctor es voluntario y no es profesor, pero el tema principal es la llegada con el alumno, la interacción, la relación y el tipo de amistad, así es como los niños se incentivan a hacer algo y eso pasa con Samuel”, dice la madre sobre la relación que se ha forjado. Ya llevan 12 sesiones por videollamada y aunque los sábados la clase comienza temprano, Samuel no se la pierde y se conecta aunque tenga sueño y esté despeinado. “Me he divertido con el tío Héctor y he leído harto, hemos hecho muchas clases, y jugamos con los juegos que él tiene”, cuenta el niño.

Fuera de la lectura, Yasna piensa que su hijo ha reforzado aprendizajes que el aislamiento de la pandemia había frenado: “Ha ayudado también a Samuel en el tema de comunicarse con otras personas, porque igual él es tímido, se amurra, observa desde lejos, llega calladito pero después entra en confianza, y a Héctor le tiene confianza, habla con él y se desenvuelve”, dice.

Ahora el ingeniero se propuso comenzar a mezclar las actividades con la materia que él maneja, como los barcos, los peces y el mar. Piensa que a Samuel le puede interesar conocer ese mundo y que es capaz de hacerlo desde la lectoescritura. Ya está dicho que cuando Héctor vaya a la capital, visitará a Samuel y a su madre. La otra opción es que sean ellos los que vayan a Coquimbo y se encuentren en el mar.

El proyecto Salvemos el 2020 hoy busca constituirse como fundación, postular a fondos y cambiar su nombre a “Letra libre”, para continuar el próximo año nivelando a los segundos básicos y acompañando a los de primero. Cuando Héctor se enteró de que la iniciativa se prolongará, su respuesta fue inmediata: “Dije altiro que yo estoy disponible, ¡Yo encantado de la vida!, es un proyecto maravilloso”.

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