20añero a los 40: La inmadurez




Un joven tiene un accidente. Cae en coma y despierta 27 años después. Todo ha cambiado: la ciudad, el país y el mundo. Su padre murió. Su familia languidece en la vigilia de ese sueño forzado, llena de deudas, quebrada de modo silencioso.

Afuera las cosas están peor: su novia embarazada se casó con su mejor amigo. Mientras, el personaje trata de encontrarse a sí mismo, de entender todo. No puede. Su rostro no es el que recordaba. Su cara es otra. Alucinado y confuso, se aferra a lo único que tiene; a los recuerdos que chocan y se deshacen en su memoria rota y a las ropas que usaba en el pasado, que se le vuelven un fetiche que le permite acomodarse a sí mismo y relacionarse con los otros.

Lo anterior podría ser un drama pero es en realidad una comedia. En medio de una polémica sobre el plagio de su argumento, Veinteañero a los 40, la nueva teleserie de Canal 13, trabaja con una idea viejísima, la de alguien que al ser desencajado de su tiempo se vuelve un héroe anacrónico. Aquello, que está en obras tan disímiles como La zona muerta de Stephen King, películas como Capitán América o mangas como Barrio Lejano de Jiro Taniguchi, sirve para componer relato ligero dirigido por Herval Abreu. Pero donde otros armaban fábulas políticas (King) o reflexiones sobre la vida precaria de una comunidad familiar (Taniguchi), a Abreu lo hace retornar a su tema predilecto, que es el de cómo funciona la educación sentimental de la generación que hoy orbita los 40 años.

Pero Veinteañero a los 40 no aborda esa preguntas con gravedad. Por el contrario, es un culebrón rápido y algo descerebrado donde la elección de Francisco Pérez Bannen como protagonista solo acrecienta el vértigo de una alegre confusión. Aquello es interesante. Pérez Bannen tiene talento para la comedia y es notable cómo Tamara Acosta, su interés romántico, construya a su heroína a partir de lo contrario, clausurándose a sí misma, acomodando sus sueños a la medida de lo posible. Se trata de un desbalance que le da sentido al melodrama pues le permite cierta movilidad y amplitud de registro. Todo resulta divertido pero en realidad es una pista resbaladiza: el abandono, el envejicimiento de los cuerpos, la renuncia a los ideales. Por lo mismo, Veinteañero a los 40 es interesante. Bajo los decorados luminosos de Abreu hay en realidad una tragedia sorda pues la teleserie presenta a dos protagonistas quebrados, demolidos porque la imagen que el espejo les devuelve no se parece a la que imaginaron alguna vez para sí mismos.

Lo anterior se agradece. En un panorama dominado por las teleseries turcas y las comedias familiares del Mega, el nuevo culebrón del 13 marca una diferencia no menor porque posee una frescura que no veíamos hace un par de años en el formato. Por supuesto, aquello es engañoso porque Veinteañero a los 40 es en el fondo un relato tristísimo, la puesta en escena desde la ficción de los mundos que dating shows como Solteros o Espías del amor presentan desde lo documental. Acá el tono de comedia permite procesar lo que un reality es abordado con la luz cruda del fracaso sexual. Pero lo que hay en el fondo sigue ahí y es el tema predilecto de su director, que acá vuelve sobre los temas que le daban sentido a las dos partes de Soltera otra vez, su último éxito. Son preguntas que están en el aire y que acá los personajes encarnan no sin desconcierto: cuál es la distancia entre el amor y el deseo, cuáles son los costos emocionales de madurar y qué o quién es lo que debe olvidar o abandonar en el camino.

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