Que 40 años no es nada
No puedo negar que a pesar de que mi corazón es verde, en algún momento de la vida tuve la certeza de que enfrente de mí había un equipo que era extraordinario, que practicaba el mejor fútbol que yo había visto hasta entonces, y que llevaba en el pecho, sobre un fondo azul, una banda amarilla. Era mediados de los 70, yo vivía entonces en Valparaíso, encaramado en la punta del cerro San Juan de Dios. Con mi pandilla de amigos respirábamos fútbol. Volvíamos de clases y jugábamos pichangas eternas, que no finalizaban tanto por la caída de la noche como por el urgente llamado de nuestras madres que nos conminaban volver a casa para comer y acostarnos.
El mundo del fútbol seguía obnubilado con lo que había hecho Colo Colo en la Copa Libertadores de 1973, pero para los habitantes de los cerros porteños la fiesta tenía otros matices. Wanderers había saltado de la frustración a la gloria gracias a la llegada de dos argentinos que le cambiaron la cara al equipo verde. Oscar Cachín Blanco y Jorge Dubanced -un crack con todas sus letras- revolucionaron Playa Ancha y llevaron a los caturros de pelear su permanencia en la serie de honor a disputar la final de la Copa Chile en 1974, nada menos que ante Colo Colo.
Del otro lado de la frontera -esa línea imaginaria, trazada por la división de la Escuela Industrial, que separaba a Valparaíso de Viña del Mar-, Everton se recomponía luego de dos años en el Ascenso. Una sociedad encabezada por Antonio Martínez y Juan Cueto se hacía cargo de la administración del club y prometía una revolución. Para concretarla trajeron como asesor a Alfredo Asfura -que en rigor funcionaba como un gerente técnico- y se hicieron de los servicios de Pedro Morales, quien en 1974 había sacado campeón a Huachipato.
La cartera de refuerzos que presentaron en el verano de 1976 era alucinante. El mismo Asfura los enumera en su libro Mi vida es una pasión redonda.
"De los 25 jugadores que tenía el plantel '75, sólo quedaron once, entre ellos Guillermo Chicomito Martínez, Sergio Charola González y Camilo Benzi. El grueso del plantel modelo '76 vino de fuera: Vallejos y Spedaletti, procedentes de Unión; Azócar, Salinas y Cáceres llegaron desde Huachipato; Humberto López, de Lota; Colo Colo dejó partir al gran Mario Galindo; Rubilar fue comprado a Santiago Morning, Núñez a Green Cross y Orellana a Aviación. La lista de extranjeros incluía los nombres del arquero Rafael Grillo, los zagueros Ángel Brunell y Carlos Luthar, y José Luis Ceballos".
Me tocó ver jugar a ese equipo en varios amistosos internacionales que se hicieron en el verano del 76 y en el del 77. También asistí a muchos partidos de la campaña de 1976, que finalmente coronaría -un 27 de noviembre de hace 40 años- a los ruleteros como campeones, tras una definición electrizante con la Unión Española del Tano Novello y del Pinina Palacios. Juro que pocas veces he disfrutado tanto el juego de un equipo.
Podría hablar largamente de la sabiduría con la que administraba el balón Chicomito Martínez; de la velocidad del Charola González -a pesar de ser un poco regordete, volaba por las bandas-; de la lucidez del Maestrito Salinas en el medio, colando pases imposibles a sus compañeros; de la elegancia del Flaco Spedaletti -un dandy en el ataque-, o del sorprendente José Luis Ceballos, a quien vi convertir goles increíbles…
En memoria de ese equipo escribo estas líneas; un equipo que, a pesar de mi corazón verde, conserva un lugar importante en mis recuerdos.
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