A ciegas




Ha sido un espectáculo decepcionante, marcado por descalificaciones absurdas, acusaciones sin sentido y una sensible carencia de propuestas concretas. A una semana de elecciones presidenciales donde se juegan aspectos decisivos del ciclo político, y de una contienda parlamentaria donde se pone a prueba un nuevo sistema electoral, la opinión pública es testigo, entre otras cosas, de una sobreactuada denuncia de amenaza de muerte que jamás existió, del anticipo de supuestas "persecuciones brutales" a los empleados públicos en caso que gane la derecha, y de imputaciones de nepotismo sin ninguna base efectuadas a la candidata DC.

Una campaña que ha transcurrido casi en la clandestinidad, definitivamente no aprovechó los siempre limitados espacios para intentar una discusión de los temas sustantivos. Sin ir más lejos, de los ocho candidatos presidenciales seis sostienen el imperativo de una nueva Constitución, pero este tema no ha existido. Como si en un país con un desacuerdo de fondo en esta materia, con un proceso constituyente ya puesto en marcha por la actual administración, pudiera haber otra cosa más relevante.

En paralelo, el cóctel conformado por la escasa información disponible y la mayoritaria indiferencia de la gente, está teniendo consecuencias muy delicadas. ¿Qué porcentaje de la población conoce siquiera a uno solo de los candidatos a Core por los que deberá pronunciarse en caso de concurrir a las urnas? ¿Qué grado de legitimidad o sentido político puede tener una elección que desborda en candidaturas, pero donde la ciudadanía está escogiendo -los pocos que lo hacen- casi a ciegas? Seguramente, en muchas zonas del país y en segmentos enormes de población, la clave que definirá los resultados de la contienda electoral no será solo la abstención, sino la convergencia de ésta con niveles también muy altos de desinformación.

Gente indiferente y con severas limitaciones para informarse; candidatos a todos los niveles sin interés o sin ninguna capacidad de revertir dicho escenario. Muchos de los cuales, como si el problema político generado por esta realidad no fuera suficiente, además quieren agregar en los próximos años la elección directa de intendentes. Y, en este cuadro, candidatos presidenciales que prefieren jugar a las amenazas de muerte, a infundir miedo advirtiendo de eventuales razias, o a denunciar redes de nepotismo sin entregar evidencias.

En síntesis, los principales ejes de la controversia política instalada a partir de la derrota de la Concertación en 2010 -la tensión constitucional y los desacuerdos sobre los énfasis del "modelo" económico- quedaron durante esta campaña en la trastienda. O señalados apenas en los intersticios dejados por consignas, lugares comunes y descalificaciones personales. Signos claros de la larga brecha que hoy existe entre los desafíos que el sistema político pone en agenda y su capacidad para debatirla de cara a la gente y de manera responsable.

Definitivamente estas elecciones no van a ser la instancia de resolución de los desacuerdos generados en el sistema político en los últimos años. Al contrario, dadas las evidencias visibles hasta ahora, todo apunta a que el corrosivo fenómeno de la polarización, los desacuerdos de base y la precarización de la política, tienen y tendrán en el próximo período mucho campo fértil para seguir avanzando.

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