Abrazos del oso
Stanley Loomis, historiador casi completamente olvidado luego de su relativo y fugaz momento de notoriedad en el mundo del lector común y corriente, aunque no en la academia, ámbito donde no se lo olvida porque nunca se lo ha recordado, murió en 1972 sin dejar ni seguidores ni casi lectores, salvo anticuarios y taxidermistas de la literatura y las ciencias sociales "à la mode de Caen", como lo es vuestro servidor. En su corta carrera -falleció atropellado en París dos días antes de cumplir los 50 años- Loomis alcanzó a escribir apenas cuatro libros, todos relacionados con la historia de Francia del siglo XVIII y principios del XIX. Ya no se reeditan. Para conseguirlos son necesarios los servicios de librerías de segunda mano como "La Casa del Libro" o "Abebook", ambas en internet. Es una lástima porque dominaba un estilo expositivo muy brillante, ingenioso e inteligente, ofreciendo además y a menudo golpes de intuición sobre caracteres y temperamentos que no han sido igualados por historiadores profesionales y convencionales. Es el autor de la frase que acompaña esta columna y la hemos citado porque viene a cuento.
Nada de abrazos
En las cada vez más pobladas filas de candidatos a ser candidatos a ser candidatos a la Presidencia de la República, la observación de Stanley Loomis resulta demasiado cierta. En Chile, pese a la urgente necesidad de tenerlos, no hay estadistas. No es simplemente cuestión de la pobreza del pool genético en ese rubro de negocios; se necesitan además ciertas condiciones hoy inexistentes. El Gran Liderazgo tiene su hora y aun un tipo tan talentoso como Churchill debió esperar la suya; antes fue considerado sólo un bebedor en exceso, excelente escritor, brillante orador y políticamente sospechoso.
En Chile las condiciones horarias no se prestan para los abrazos. Sigue cantando, inexorable, el reloj cucú de la política de los extremos, de las profundizaciones y del "echémosle para adelante". Abrazar enemigos entraña no sólo una grandeza de ánimo y sangre fría que nadie tiene entre los candidatos al trono, sino además supone el deseo de llegar a acuerdos, cosa hoy considerada como traición por las hordas cuyas expectoraciones dan la pauta desde la galería del Congreso, desde la calle, desde las universidades y hasta desde los colegios, siempre con el alto y ganoso auspicio de sus ayudistas de los medios de comunicación. Tal es el peso que ha llegado a tener esa vociferante entelequia, "la ciudadanía", invocada con desorbitado oportunismo hasta por el último pelafustán, que incluso a Ricardo Lagos se lo ha visto y oído arrojar al voleo encantadoras frases de avenimiento.
¿Y no está el PS en "estado de reflexión" porque le parece que La Moneda llega a acuerdos con la derecha, pero a ellos no les contestan ni el teléfono? Lo ha dicho hasta un fulano tan sólido como Carlos Montes. Montes, quién lo hubiera dicho, se compró también el discurso, crecientemente imperante y a la moda, de que se ha transado en exceso y no se "profundizan" las reformas. Claramente desde este reflexivo PS no saldrán abrazos. Menos del PC, que en sus "autocríticas" se lamenta de su relativa pérdida de contacto con la calle -también llamada "los movimientos sociales"- no con la realidad. La realidad, ya se sabe, es pequeñoburguesa y a menudo hasta fascista.
¿Y Guillier?
Tampoco Guillier está en la onda de los abrazos. Luego de que a la vista de las cifras se diera una voltereta -¿quién no lo habría hecho?-, lejos de darle a Lagos, con quien jamás competiría había dicho, siquiera un cálido abrazo de despedida, en el acto desenvainó su socarrona lengua de huaso ladino. Guillier probablemente no ha leído a Loomis y además tendría que ser más o menos que humano para resistir impávido el trompeteo de la fama. Siendo humano, día por medio ningunea a Lagos. Pero seamos justos: aunque sus palabras suenen a falta de respeto por la edad y experiencia del ex mandatario, recuérdese que en política el respeto sólo se tiene por las cifras de votos y las de los aportes para la campaña.
Por lo demás Guillier sólo sintoniza con los tiempos. Hoy ni la experiencia ni la sapiencia concitan mucho prestigio. Al contrario. Una suerte de efebocracia domina el panorama. Hasta un mero francotirador como ME-O tuvo su momento de gloria cuando pareció bastarle, para llegar a La Moneda, su estampa de romántico revolucionario de la Francia de 1848 y su incesante locuacidad; aun hoy, en medio de pegajosos enredos judiciales, mantiene una corte itinerante de aduladores, barristas y porristas que lo acompañan en su tournée por los tribunales.
¿Se podría esperar que en este clima adolescente como el reinante, cuando ya no queda ni un joven combatiente que no luche cada mañana frente al espejo para darse un "look" de barbudo a lo Boric o de pelado ascético y monacal como Jackson, imperaran lógicas maduras, reflexivas? Guillier no es un lirio ni tampoco emana de su complaciente barriga de "bon vivant" un perfume de lozanía, pero aun puede quizás trotar un par de cuadras sin desfallecer y políticamente viene llegando. Ya con eso sería más que suficiente.
Isabel y otros
Así pues, no hubo ni habrá abrazos. No los habrá con "la derecha", a la cual por ningún motivo hay que "entregarle" el gobierno, ni puede haberlos con los presuntos aliados del progresismo-leninismo porque no se sabe si harán el papel de tránsfugas pasándose a la derecha o de descerebrados volteando para la extrema izquierda o de apitutados aferrándose a sus cargos o de advenedizos sujetándose a cualquier cosa. ¿Con quién abrazarse entonces y para acordar qué? No se sabe. Nadie lo sabe. La confusión, como decía el huaso, "es la yegua".
Sólo un par de cosas están claras. Primero, la juventud enfermiza del ideario, recetario y catálogo de frases y poses heroicas para los afiches que hoy predomina y que por sí sola hace imposible la política de los abrazos, en Chile llamada "política de los acuerdos".
Por lo demás, si esta hizo furor durante la administración Aylwin fue menos por un repentino arrebato de sabiduría que por efecto de cierto miedo cerval a un reestreno del 11 de septiembre. Como hoy ese pavor no existe, los abrazos con adversarios igualmente asustados ya no son requeridos. La estruendosa aniquilación de la derecha agrega aun más confusión. El cataclismo llegó tan lejos que hizo posible la aparición de eso que la fantasía lírica llama "políticos jóvenes renovados", aunque ni ellos ni sus cenáculos son más efectivos que los salones literarios de la Belle Époque.
Segunda cosa clara: hoy es a los compañeros de ruta a quienes es preciso darles el aplastante y mortífero abrazo del oso. El adversario de frentón ocupa otro territorio; es el viejo camarada quien nos disputa los mismos metros cuadrados. Se les aniquila y con suerte, como hacen los micreros, se pone en el vidrio "Adiós colega y amigo". No lo hicieron tan amorosamente con Isabel Allende, quien terminó más de un mes postrada, quizás con depresión; tal vez sí se decidan por un funeral de lujo para Lagos, aun pegado abajo en las encuestas. Luego le tocará el turno -¿o antes?- a Insulza, quien recibirá en su momento la invitación "a dar un paseo". Todas estas operaciones se celebrarán para despejarle el camino al engalanado con las mejores cifras. Se llevará a cabo por medio de un mecanismo repleto de democracia participativa, las "primarias".
En la derecha
De este sector no vale la pena decir nada. Tiene una sola carta y esta no se decide a pedir o apostar. A Piñera nadie lo abraza en su sector, donde despierta atroces inquinas, mientras desde la izquierda se lo abraza con una campaña inmisericorde organizada por equipos situados en dependencias oficiales y semioficiales. Serán capaces de imputarle crímenes en serie si declara oficialmente su candidatura. De todavía vivir y hacerlo en Chile, Loomis tendría tema para su quinto libro.
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