Abstinencia
Si hablamos en clave religiosa o moral, la abstinencia es una virtud. Significa que quien se abstiene sabe lo que es bueno, se controla, evita males y actúa conforme a ello. En sicología, sin embargo, suele referirse a cierta sintomatología que presenta un paciente enfermo privado bruscamente de ingerir un fármaco o tóxico al que se es adicto, como cuando se habla de "síndrome de abstinencia". Cabe preguntarse, por tanto, qué está pasando políticamente en Chile. La tendencia a no pronunciarse vía el voto viene siendo una preferencia crónica desde hace dos décadas. ¿Es que se está ante un enfermo o se trata de alguien sano? Y de estar enfermo, ¿padece qué?
El fenómeno comenzó a notarse en la elección presidencial de 1993. Al igual que hoy, el resultado en esa ocasión era previsible (para nada un mérito del candidato ganador); la ineptitud de la derecha hizo todo más expedito. La abstención alcanzó un 8,77%, y los nulos y blancos, 5,5%. En la siguiente elección presidencial 1999-2000, aunque más reñida, se evidenció un comportamiento incluso más notorio. Cerca de un 30% del universo total de potenciales electores o no se inscribió, se abstuvo, anuló o votó en blanco. Tendencia que creció en los dos balotajes siguientes (2006 y 2010), llegando a 13% la abstención de los inscritos, los otros en alza también.
Las elecciones municipales del año pasado, con un récord de 60% de abstención, confirmaron que la torta está envenenada. Sea que algunos ni la prueban mientras otros la siguen comiendo aunque infecta (¿hambres atrasadas de cuando no había votaciones?), o bien porque siendo cada vez más los que no comen, el bizcocho se está pudriendo solo: la metáfora es válida en ambos sentidos. En 2012, recordemos, se ensayó por primera vez la inscripción automática y el voto voluntario, lo que posibilitó que al fin se pudiera sincerar el panorama real.
<em> <strong>El efecto fue colosal. No hubo interesado en computar números que no se equivocara.</strong> Los partidos, obviamente, no pudiendo revertir la tendencia. Los "encuestólogos", cada vez más parecidos a los astrólogos, errando sus pronósticos en 20 y hasta en 30 puntos porcentuales.</em>
¿Qué significa todo esto, cómo lo interpretamos? Que está visto que la simple "regla de la mayoría" no vale. Gane quien gane, todos pierden. Los votos pesan menos. Es que la verdadera nueva mayoría, la abstinente, suspende su juicio, no se pronuncia. O si, por el contrario, nos está queriendo decir algo, el repudio que manifiesta puede que sea radical. Lo decía Benjamin Constant en 1819, al diferenciar la libertad de los antiguos de la de los modernos. Según Constant, los modernos no creen tanto como los antiguos en la cosa pública, en la ciudadanía, porque sus goces y preferencias son más bien privados. La indiferencia frente a lo público, por tanto, sería proporcional al celo que se siente por lo íntimo.
La oferta de los actuales candidatos lo refuerza: personalismos inflados, vaguedades programáticas salvo lo de más y más Estado, clientelismos, candidatos que se repiten o son insignificantes, debates penosos, gasto electoral pornográfico, exhibicionismos patéticos, farándula, afanes populistas a tono con demandas callejeras... Obviamente, en la duda, millones y millones se abstienen.
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