Al sur del Río Grande…
¿Qué consecuencias tendrán los resultados de las elecciones de Estados Unidos para América Latina?
Estos comicios entrañan más imprevisibilidad que otros anteriores para la región. En el caso de Donald Trump, el probable pero todavía no seguro perdedor, la imprevisibilidad es un blasón o marca personal. Ha dicho que quiere ser, en política exterior, supongo que para confundir al enemigo pero con el probable efecto de haber despistado al amigo, "imprevisible". En el caso de Hillary Clinton, la probable ganadora, la dificultad viene de su naturaleza proteica, que quiere decir, como lo han puesto en evidencia las filtraciones de Wikileaks, la distancia entre el discurso privado y el oficial.
Uno tiende siempre a creerle más al discurso privado, porque la intimidad es más auténtica que la publicidad. Pero para un político con frecuencia la necesidad política supera la autenticidad privada, de tal forma que el falso discurso público acaba siendo más acertado en los hechos que el pensamiento privado.
Trump ofrece un paquete de populismo/nacionalismo/proteccionismo con algunos aditamentos de economía "supply side" y anticomunismo de mediana intensidad. Un cóctel ideológicamente complejo, que se hace todavía más intrincado si se tiene en cuenta que Trump es, como hombre de negocios, un pragmático negociador. Hillary Clinton ofrece un proteccionismo de intensidad algo menor pero sin la revisión de tratados comerciales ya vigentes, una economía más "keynesiana" sin decirlo así y una continuación de la política exterior de Obama.
Empecemos por el probable perdedor. La principal consecuencia sería "atmosférica" y comercial. Lo primero quiere decir que su retórica y posible praxis xenófoba crearían un ambiente tóxico en la relación de Trump con la región. Aunque los países afectados por su política contra la inmigración serían varios pero no todos (México, Centroamérica, un par de sudamericanos), los gobiernos latinoamericanos menos perjudicados actuarían en solidaridad con los otros. Mal ambiente, pues, de partida.
El otro aspecto, el comercial, sería igual o más tóxico: Estados Unidos tiene 12 tratados o acuerdos comerciales con América Latina que serían revisados. Cierto: Trump se ha referido sólo al Nafta, como se conoce al tratado norteamericano que sirve de argamasa económica a Estados Unidos, Canadá y México. Pero el espíritu de su propuesta permite suponer que todos los acuerdos o tratados están bajo amenaza.
El tratado con México y Canadá, claro, es el principal. Desde su puesta en vigor, en 1994, el comercio tripartita ha crecido de apenas 300 mil millones de dólares a casi 1,4 billones (trillones en inglés) y ha permitido a México, cuyos intercambios bilaterales con la primera potencia se han cuadruplicado, pasar a ser la gran plataforma manufacturera de América Latina (muy por encima de Brasil, a pesar de ser ésta la primera economía latinoamericana). Gracias a esa vinculación con Estados Unidos, la fuerza industrial de México supera a la de la región en su conjunto. Por tanto, si sumamos al problema "atmosférico" el otro, el económico, el perjuicio para México es devastador en potencia.
A ello se añadiría un tercer lío, que podríamos llamar social: la deportación masiva de inmigrantes. Aunque no es realista pensar que seis millones de mexicanos indocumentados (la mitad de todos quienes están en Estados Unidos de forma ilegal) podrían ser despachados en un breve lapso, no hay duda de que un número desproporcionado de retornos supondría para México un reto social por el desgarramiento familiar y porque muchos de esos emigrados ya están bastante desarraigados de su país de origen. Otro tanto puede decirse de los países centroamericanos, donde el grave deterioro del orden público y la existencia de grupos violentos que operan en la marginalidad podrían potenciar las prácticas de reclutamiento o chantaje sobre esos compa- triotas súbitamente devueltos a países donde no tienen trabajo ni un futuro estimable.
En Sudamérica, salvo casos como Colombia, que podría recibir un flujo desproporcionado de ciudadanos expulsados si Trump llevase a la práctica el apocalipsis xenófobo, los efectos serían menos directos.
El conjunto de la región, en vista de los 12 tratados comerciales, sí se vería frontalmente perjudicado por una revisión de la política comercial. Aunque es verdad que el gigante latinoamericano, Brasil, no tiene un acuerdo comercial con Washington, no hay duda de que la nueva orientación ideológica de Brasilia, que quizá se confirme con otros nombres en las elecciones de 2018, prefigura un notorio impulso de la actividad comercial e inversa en relación con el capitalismo norteamericano y de otras partes. Otro tanto se puede decir de Argentina, por supuesto.
Esto cancelaría la posibilidad de que el Mercosur negociase con Estados Unidos algún pacto integral, hipótesis optimista pero no descartable en un escenario normal. Ya vemos, pues, que el efecto "Trump" va mucho más allá de desandar lo andado; en el caso de los países que estaban gobernados por el populismo y ya no lo están, y que carecen de acuerdos con Washington, el problema sería la mutilación de opciones de futuro: un castigo contra quienes quisieran hacer las cosas mejor. Llevando la idea a un "reducto ad absurdum", podría decirse que Trump jugaría, sin proponérselo, el partido de la izquierda populista mediante una extraña carambola que empezaría por sofocar las posibilidades de éxito y desarrollo de los inclinados a llevarse bien y entenderse con… ¡Estados Unidos!
No está claro lo que Trump querría hacer en materia de guerra contra las drogas pero no parece obsesionado con ella; su pasado "liberal" en términos estadounidenses sugiere que no es partidario de un énfasis excesivo en la represión. La menor actividad en este frente, sin embargo, podría verse compensada por su mayor interés en perseguir el terrorismo islámico que, según algunos militares cercanos a él, tiene una presencia mayor de la que se cree en América Latina. El encargado de esta renovada tarea antiterrorista pasaría, indudablemente, por el incómodo Comando Sur.
No ha sido explícito, al menos no reiteradamente, con relación a Cuba y Venezuela. Pero la dependencia que tendría respecto de las bancadas republicanas en ambas cámaras del Congreso permite suponer que Trump frenaría la "normalización" con Cuba y apretaría las tuercas a Venezuela. Negociador al fin y al cabo, no es inconcebible que intentara negociar con Cuba, sin embargo, la caída de Maduro.
¿Y Hillary Clinton, la probable Presidenta? Lo que cabe esperar es una continuidad de la política de Obama, que más que una política es una inercia; teniendo en cuenta el pasado de las relaciones, quizá no sea una mala cosa. Salvo Cuba, la política consiste en tratar sin drama ni aspavientos temas puntuales que van surgiendo aquí o allí. Buena retórica, poca presencia política, cierta inercia económica que corre por cuenta de los agentes privados, alguna asistencia a través de organismos que financian programas contra la corrupción en Centroamérica, pero no mucho más. A menos….
…A menos que el discurso privado de Clinton desplace heroicamente al discurso público y la hipotética Presidenta decida desempolvar la visión que expresó en un discurso a puertas cerradas ante una importante entidad bancaria, del que nos hemos enterado por las filtraciones de Wikileaks: un área de libre comercio para todo el hemisferio, incluyendo la libre circulación de ¡personas! La ex secretaria de Estado no quiso, en el tercer debate con Trump, cuando Mike Wallace le preguntó por esto, ratificar la visión liberal (ahora en el sentido latinoamericano y europeo de la palabra) del hemisferio. Se fue por la tangente diciendo que le gustaría ver una integración de la infraestructura energética… No sabemos si Clinton cree en un hemisferio integrado de verdad o si eso es lo que sintió que debía decirles a los banqueros de inversión. Pero una cosa es segura: los tratados y acuerdos comerciales con la región no correrían peligro.
Sí lo corre, en cambio, un tratado comercial más amplio que toca de cerca a tres países latinoamericanos: el ya famoso "Trans-Pacific Partnership". México, Perú y Chile, interesados en su ratificación definitiva, tendrían que resignarse a una postergación sine die de dicho esquema integrador con buena parte del Asia porque Clinton, a tono con los tiempos proteccionistas, ha cambiado en esto su posición.
¿Podemos estar seguros de que la primera Presidenta de los Estados Unidos mantendría la política de normalización con Cuba? No tanto. Mejor dicho: la mantendría pero con menos ardor que Obama. En materia de dictaduras latinoamericanas de izquierda, los Clinton fueron siempre más de derechas que la izquierda de su partido. Como lo fue, dicho sea de paso, John Kerry hasta que tuvo que hacer un viraje para satisfacer a su presidente: el precio de un cargo -jefe de la diplomacia estadounidense- al que aspiraba desde hacía mucho.
Clinton no ha tenido por el chavismo simpatía alguna, de manera que también allí cabe esperar algo de guerra fría, llevada a cabo al segundo o tercer nivel de la diplomacia, no al primero, que prestará poca atención a esta región, como en los gobiernos anteriores (con excepción del asunto Cubano porque a Obama le interesaba ese legado). Si los republicanos retienen el control del Congreso, o al menos de la Cámara de Representantes, las posibilidades de que Clinton gaste precioso capital político en congraciarse con regímenes dictatoriales que le disgustan íntimamente es casi nula.
Está por verse si Clinton, o quienes la acompañen eventualmente, entenderán la extraordinaria oportunidad que para las relaciones entre la primera potencia y América Latina representa el viraje de Brasil y Argentina, o sea el Mercosur. Nadie de su entorno parece haberle prestado atención todavía a esta cuestión. Ojalá que eso cambie.
En materia de drogas, cabe más de lo mismo. Dicho sea de paso, alguna vez Clinton habló de un "Plan Colombia" para Centroamérica, aunque no ha vuelto a repetirlo. No parece que las maltrechas finanzas estadounidenses permitan esos excesos fiscales.
Por último: la política monetaria. ¿Cuál de los dos presionaría más a la Reserva Federal para mantener muy bajas las tasas de interés o, en su defecto, aumentarlas? Partiendo del entendido de que seguirlas reprimiendo implica agravar las distorsiones actuales y aumentar futuros riesgos inflacionarios, y de que elevarlas tendría en lo inmediato un efecto "llamada" hacia Estados Unidos para los capitales "golondrina" y encarecería la deuda de muchos latinoamericanos, no es un asunto baladí. Trump ha dado señales de querer que la Reserva Federal enmiende su laxa política monetaria pero no ha insistido mucho. Clinton parece cómoda con la línea actual. Pero no han dedicado a este asunto crucial de nuestros días, ni remotamente, el tiempo que merece.
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