Aline Kuppenheim y los fachos pobres




Nazis pobres pelearon con comunistas pobres en las calles de Múnich. Fascistas pobres pelearon con comunistas pobres en las calles de Florencia. Bolcheviques pobres lucharon con zaristas pobres en las avenidas y en los perdidos campos de Rusia. Rojos pobres y fachos pobres, ¿construyendo la historia u operando como carne de cañón?

La respuesta es compleja. Stalin, Hitler y Mussolini, los protagonistas de las zagas más tumultuosas del siglo XX, venían de familias pobres. Formaron partidos que, si bien operaron en alianzas con elementos oligárquicos, tenían un fuerte componente proletario y pequeño-burgués.

Habría que tomarse con cuidado la idea de que los pobres fueron aquí mera carne de cañón y no, mucho más, protagonistas de la historia. El rojo pobre actuaba ya en las secciones parisinas, para lo de 1789; el facho pobre en La Vendée o como Cristero mexicano.

La dueña de almacén, el camionero, la estudiante de técnico en sonido, no entran, como diría Aline Kuppenheim -con una agudeza parecida a la del personaje que interpretó en "Machuca"-, al Club de Polo, salvo como proveedores. Media noticia, podría decirse, como si la identidad de la dueña del almacén, del camionero o de la estudiante de técnico en sonido se viesen dañadas por el clasista comentario.

Lo relevante, políticamente, es ¿qué se sigue de aquí?

Más allá del hecho doméstico de que hay cualidades y bienes cuya consecución requiere de muchos recursos -como jugar polo, practicar el esquí, el rodeo o la numismática, ir de veraneo a ciertos balnearios, viajar al extranjero, tener salud de primer mundo, aprender a tocar bien el piano, educarse correctamente en una tradición filosófica, literaria o científica-, ¿qué se deja inferir de esta constatación?

Todavía queda la pregunta por cómo distribuir esas cualidades y bienes.

Hay una larga tradición, que va de Aristóteles, pasando por Marx y llegando hasta Rawls (y otros muchos, por cierto), que intenta definir criterios según los cuales efectuar la distribución de los bienes a los que se puede acceder en la vida. Esa es la cuestión de la justicia de la repartición, un asunto político relevante.

Pero hay un paso todavía previo. Un paso específicamente político. Consiste en determinar la manera de recoger institucionalmente los anhelos populares. Este paso es previo porque, si bien esa forma institucional no puede ser pura violencia (algo así no es ya política, sino opresión, que llama al alzamiento), ella no necesita todavía resolver todas y cada una de las sutiles cuestiones que plantea la pregunta por la justicia distributiva.

Basta que sea visto como suficientemente correcto y genere la aceptación masiva, y el orden institucional se asienta como legítimo.

El hecho político decisivo de nuestro tiempo es que tenemos clases medias emergentes. Este fenómeno plantea un desafío colosal al sistema político. La pregunta política (no todavía jurídica y menos doméstica, à la Kuppenheim), es: ¿Cómo darles expresión a las pretensiones abrigadas por esas clases medias emergentes en la institucionalidad política y económica? Tal como en el centenario de la república irrumpía la nueva clase proletaria y la clase política no fue capaz de darle respuesta sino hasta entrados los años treinta, el bicentenario nos encuentra puestos ante una cuestión parecida.

Esas clases medias son esquivas a las clasificaciones. Sus demandas son equívocas, no emanan del hambre, como la del proletariado que describía Tancredo Pinochet. Hay ansiedad, deseos de reconocimiento, de integración (y no necesariamente en "el Polo"); problemas de salud mental, de hacinamiento, dispersión tecnológica, de falta de naturalidad en el ocio y el trabajo, deterioro de la vida vecinal; abundancia a la vista y deseo de participar en ella; posibilidades crecientes de educación acompañadas de heterogeneidad en la calidad.

¿Cómo se les da expresión política e institucional a esas clases medias? ¿En un capitalismo salvaje, en un régimen de desplazamiento del mercado y correlativa concentración del poder en el Estado, o en un equilibrio colaborativo entre Estado y mercado? ¿Mediante un centralismo exacerbado, donde casi todo ocurre en la hacinada capital nacional o en un regionalismo en serio, con pocas y grandes regiones, capaces de integrar decisivamente al pueblo a su territorio? Esas son las preguntas políticas relevantes de la época presente. En su respuesta, la consideración de las clases emergentes -esas masivamente contaminadas de "facherío pobre", a la vez ansiosas y angustiadas, golpeadas y esforzadas- es insoslayable.

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