Amores incompletos




Al fondo de la sala, piola, Alvaro Henríquez observa la segunda pasada de Tame Impala por Santiago y más de alguno fantasea con que se le pegue la onda de Kevin Parker, a fin de cuentas ambos se miran en John Lennon. Octubre de 2013 y antes de fin de año Angel Parra se marcha de Los Tres. La banda dirá que se acerca un nuevo álbum, el primero desde el pálido Coliumo (2010), y confirman nuevos integrantes, Sebastián Cabib en guitarra y Boris Ramírez en batería. Pasó más tiempo del esperado y despachan apenas media docena de cortes que, en rigor, no encarnan gran novedad porque la mitad ya se conoce. El asunto es así. Con Los Tres los intereses a cobrar son más altos porque su sitial lo exige. Es la banda sonora del Chile noventero que creía vivir una réplica del destape español. Ahora, cuando la nostalgia apunta esos años -y bien lo retrata la serie documental Chile en llamas (CHV)-, la fiesta era a medias. Pero ahí estuvieron Los Tres con su rock & roll en estado salvaje, jazz huachaca y romanticismo de cantina, coloreando días que pudieron ser más grises.

Por acanga es un título pésimo, parte de ese humor de choro impostado de Alvaro Henríquez, pero refleja la nueva sangre que corre en Los Tres. El puntapié con Hey Soledad, original del mexicano Juan Cicerol, retrotrae al magnífico debut de 1991. El acordeón se mueve suicida y envalentona, mientras la voz lleva ese eco típico de los rockers originales de los 50, otro eslabón del ADN del músico. Quizás con quien es una linda balada con detalles Beatles y soft rock de los 70, arreglos de mellotron, flautas, y un final de tintes orquestales. A palos con laguila revela que Los Tres han escuchado a Jack White: gran arranque de batería en crudo, bajo afilado, buen cruce de guitarras y un coro a garabatos. Seguir hasta que salga persiste en esa veta blues según el ex líder de The White stripes, pero se extraña una guitarra más protagónica. Hey, Hey, Hey tiene la infalible malicia Stones entre el 68 y el 72, mientras el teclado remite nuevamente a la estética de White. Cuento sin final revolotea sobre uno de los grandes temas de Henríquez, los amores incompletos, y la vía de expresión abraza otra vez a los papás Beatles (el pulso, la cita a A day in the life), maridada con la balada romántica latina parida por Los Ángeles Negros. Habría sido mejor juzgar un disco de extensión normal. Los Tres tantean terreno cuando ya nos conocemos. Después de 25 años sabemos qué esperar de ellos y esos elementos más otros nuevos, acá reflejan el peso de un clásico.

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