Así habló Miguel Serrano




Veo unos muros de cemento dentro de los cuales habitan los chilenos. Están ensimismados con su capital y las grandes urbes. No hay en aquella zona gris la alegría del futurismo y la fe en el mañana, sino una atmósfera destructora. Pero no es huyendo de esta realidad como la superaremos, sino que penetrándola valerosamente, aceptándola en su verdad. Por ahora, no hay más camino que cruzar la patria, llegar hasta sus confines, como a los extremos de nosotros mismos. Después, allá lejos, sobre las llanuras blancas y los hielos eternos, puede que encontremos el Oasis.

La patria está donde el destino nos hizo nacer, por muy mal y desgraciados que allí nos sintamos. Nuestra misión es penetrar su sombra, envolvernos en su drama, hasta que de nuestro esfuerzo un día surja una claridad. Este es el sentido místico de la tierra, donde muchos huyen de sus destinos. Pero Chile no podrá hacerlo; porque es demasiado hondo su azar y es dramática la zona del planeta en que reside.

El paisaje de Chile, el del sur del mundo, es un paisaje psíquico y moral. Quienquiera que viaje por el sur sentirá que sus peligros no son físicos, sino morales. La selva aquí no es tropical, infestada de reptiles venenosos, animales feroces, pantanos y lianas podridas. Hay sólo la vegetación solitaria, el paisaje extático, la cumbre inmensa y de belleza evocadora. Sólo la lluvia, el aire sutil, insinuante, la soledad. La tierra, por lo general, es caminos; aquí abajo, en Chile, es final. Todo se acaba, se llega al fin del mundo material.

La lluvia cae. El agua crece, circula, se inmoviliza. La nieve se extiende sobre las cumbres. El peligro está en el agua, símbolo del inconsciente y de los terrores íntimos y profundos; y la salvación en los hielos, patria de un Espíritu límpido, cristalino, donde surgirá esa raza polar del futuro. En las grandes ciudades de cemento gris, el hombre actual carece de la educación necesaria para comprender, para adaptarse al entorno. Sus organismos psíquicos, obstaculizados por la imposición de un espíritu ajeno, foráneo, no son aptos para sobrevivir. Sólo aclimatándose en los hielos, en los aires polares y extremos donde se respira una pureza que no existe en otros lugares, podrá adquirir las condiciones para vencer la tierra.

Las tierras postreras de la patria, surcadas de precipicios, de altas cumbres y de llanuras boscosas, con peñascos laminados por la lengua blanca y mortal de los hielos, son, sin embargo, una zona viva como ninguna. Es decir, el espíritu de una raza misteriosa, que antiguamente las habitó y les entregó de sí lo más grande que es posible dar, un sentido, un alma, una leyenda que se incrustó hasta el fondo de su íntima realidad y le confirió consistencia y vida al más escondido de sus senderos y de sus accidentes geográficos. Recorrida una y mil veces por esos infatigables cazadores y nómadas que fueron los selknam, la Isla Grande de Tierra del Fuego está impregnada de su espíritu. Cada cerro recuerda a un héroe legendario, cada lago o ventisquero, un suceso de la tradición o leyenda. Y esto, que aparentemente se ha esfumado con el desaparecimiento del último vestigio de vida libre y organizada de parte de los selknam, y que los hombres blancos han creído olvidar, retornará con gran fuerza en un futuro, si es que alguna vez aquí tiene que florecer una vida auténtica, en la compenetración del hombre con su paisaje.

Entonces, la antigua sabiduría volverá, junto con la vieja memoria de los primeros dioses, que aún se conserva dentro de los montes. Y puede que el velo del recuerdo por fin sea descorrido; porque los que aquí habitaron supieron demasiado del comienzo y del fin de las cosas. Sus leyendas y mitos, que a primera vista parecieran referirse a esta Isla Grande y a este sur del mundo, encierran, de seguro, una alusión al comienzo y al origen de todo.

Los onas, o selknam, llegaron por el sur, nacieron en los hielos. Nadie conoce su origen, como nadie conoce el del mundo. Ingenuamente se piensa que los selknam se han acabado, que ya no quedan descendientes de su raza. Los selknam no se pueden acabar nunca, porque selknam son los cerros y los bosques. Los selknam solo duermen y algún día despertarán. Selknam quiere decir hombre, y hombre son los cerros y los bosques, la tierra y los astros.

Desde los lejanos astros, desde el Lucero del alba y más allá, retornaremos un día.

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