Aurora Venturini, muchacha punk




La editorial Random House ha relanzado tres de los títulos más emblemáticos de Aurora Venturini, entre ellos la premiada Las primas (2007) y Los rieles (2013), una novela de la que Enrique Vila-Matas dijo que había sido escrita con "enfermiza genialidad"; también ha publicado en Argentina un nuevo título, Cuentos secretos. Se trata de un gran paso hacia la merecida expansión del circuito de lectores de la escritora argentina, recientemente fallecida a los 93 años (ella se reiría de la palabra "merecida").

En Cuentos secretos, Venturini vuelve a hacer todo aquello que se dice a los escritores que no se haga: cambia el tiempo de la narración cuando le viene en gana, rompe la homogeneidad de sus párrafos incluyendo cultismos, anacronismos y jerga popular en la misma frase, interrumpe el relato para que la narradora dé su opinión de lo que está narrando ("basta de añoranzas"). Todo le sirve para crear una voz inconfundible, un estilo que es una aporía, porque va a contrapelo de lo que se supone que hay que hacer para lograr un estilo. A ratos su prosa es tan recargada que cuesta seguirla: "Ni bien se sentó en el banquito del patio enladrillado, la oscuridad se hizo torrente, desbarrancada catarata desde arriba y desde abajo en chifletes soplados por negros bocones empetrolados que acicateaban las paredes y aniquilaban muebles, objetos y aniquilaban a los ciudadanos platenses que corrían cual pescados muertos a direcciones malditas de muertes nunca ni siquiera imaginadas"; eso sí, también es capaz de frases compactas que destilan poesía y lucidez: "Todos nos caemos de la infancia. Algunos nos rompemos".

Los relatos de Venturini que giran en torno a "mamarrachos" sacados de su extravagante gabinete de curiosidades son geniales: uno puede encontrar allí caricaturas entrañables como el estilista Caruso Pertuso, el rerevisionista Bartolomé O. Alárbol ("en realidad pues no me conformo con el resultado del trabajo de investigación de los simples revisiones y cavo más hondo hasta llegar al hueso de la cosa") y la malhadada y cómica Espécimen, "una pobre vieja con cara de lechuzón de tierra y cultura medio atiborrada de anecdotario trucho que ella, inventora, terminó por creer" (contagia, la Venturini; dan ganas de citarla entera); con Espécimen aparece el regodeo con el lenguaje procaz que es otra de las marcas de esta escritora.

Venturini también se especializa en evocar el paisaje inquietante de la infancia. Cuentos como El patio y Jovita, la osa están protagonizados por niñas difíciles, extrañas a la convencionalidad de sus familias, identificadas con los marginales (los gitanos, por ejemplo), que desarrollan sus relaciones más intensas con los animales (chivos, gallinas, osos) y rechazan la idea de dejar la infancia: "Debería crecer y asumir estado de mayoridad, pero no puedo; si lo asumiera, quién lloraría a los desvalidos".

En un par de páginas Venturini puede lograr textos hermosos y trascendentes sobre la fraternidad con las criaturas que pueblan el universo ("El humano, la planta y el animal") y animarse a una crítica social sobre el destino olvidado de los maestros de escuela, "regando amor, iz[ando] la bandera, alfabetiz[ando] en hondo y extenso sobre el hilo tenso de la vida". Venturini tiene la rara maestría de ser escatológica y sentimental a la vez; es la verdadera muchacha punk.

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