Carne picada




Por medio de una decisión que ha sido considerada histórica, el Pentágono comunicó antes de ayer que todas las posiciones de combate están abiertas para las mujeres que forman parte del ejército estadounidense. Visto a la luz de La guerra no tiene rostro de mujer, el impactante y voluminoso documento de Svetlana Alexiévich referido a la participación de las rusas en la Segunda Guerra Mundial, el comunicado del Pentágono puede parecer una nimiedad, dado que, entre 1941 y 1944, las soviéticas combatieron por su patria con igual valentía que los hombres, e incluso con mayor arrojo: al ser mujeres, no estaban obligadas a ir al frente; pero ello no intimidó a las entrevistadas por la autora, quienes, a punta de engañifas o de osadía pura, se las arreglaron para figurar en la primera línea de un conflicto que a la Unión Soviética le costó 20 millones de vidas.

Hay libros magníficos acerca del enfrentamiento entre nazis y soviéticos, evidentemente. Por el lado de los rusos está el insuperable relato de Vasily Grossman, Vida y destino, mientras que la grandísima novela de William T. Vollmann, Europa Central, ofrece variados puntos de vista históricos. Pero como bien señala Svetlana Alexiévich, la bielorrusa ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015, "todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la 'voz masculina'. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones 'masculinas'. De las palabras 'masculinas'".

Fue durante sus viajes en calidad de periodista que la autora comenzó a percatarse de "narraciones completamente nuevas" sobre el período bélico. El material fue recopilado a lo largo de décadas. "En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay, lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen. O cómo son derrotados. O qué técnica se usó o qué generales había. (...) La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio". Y así se fraguó este libro impresionante, confeccionado a punta de centenares de testimonios de guerreras que, al entrar en confianza con Alexiévich, compartieron información valiosísima que llevaba mucho tiempo acallada bajo una sombra intimidatoria. "Los hombres temían que las mujeres contaran otra guerra, una guerra distinta".

La brutalidad es un ingrediente fundamental en el conjunto de relatos (la brutalidad de los nazis, como cabía suponer). "No me había olvidado de nada, recordaba aquellas botas... Cuando los alemanes clavaron delante de sus trincheras una hilera de botas con las piernas cortadas dentro. Era invierno, estaban allí como unas estacas... Aquellas botas... Era todo lo que vimos de nuestros compañeros muertos... Lo que habían dejado". Alexiévich postula, de modo bastante convincente, que la guerra femenina es más terrible que la masculina. "Los hombres se ocultan detrás de la Historia", dice la autora. Las innumerables voces de este libro provienen de francotiradoras, zapadoras, partisanas, espías, marineras, tanquistas, pilotos, enfermeras, lavanderas, casi todas llegadas al frente por iniciativa propia, muchas de ellas siendo apenas unas muchachas: "Yo hasta crecí durante la guerra. De vuelta a casa mi madre me midió... Había crecido 10 centímetros".

"A nuestro hospital llegó la información de que había un tren hecho pedazos en las afueras de Vorónezh, fuimos hasta allá y vimos... ¿Sabe lo que vimos? Carne picada". El aporte que La guerra no tiene rostro de mujer hace a la Historia, así, con mayúscula, es inconmensurable. Y el involucramiento personal de la autora, elegantemente diseminado por aquí y por allá a lo largo de la obra, viene a ser otros de los rasgos conmovedores de este libro único y ejemplar: "El teléfono no para de sonar. Apunto direcciones nuevas, recibo más cartas. Es imposible parar porque cada vez la verdad es más insoportable".

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