Cine adulto




En el campo cultural, el cine es la disciplina que más transformaciones ha vivido en la última década a nivel de circulación. Hoy podemos bajar desde internet lo último de lo último. O comprar películas rumanas, vietnamitas y tailandesas en DVD. O llamar al dealer que vende copias a mil pesos y pegarse un atracón con la última selección del Festival de Toronto.

Esta increíble posibilidad de acceso, inimaginable hace unos años, lleva a pensar que el cine como fenómeno colectivo está muriendo. No nos olvidemos que éste fue concebido como un espectáculo de masas, como un lugar de encuentro en el que cientos o miles de personas compartían sueños y emociones en la complicidad de la sala oscura.

Lo que sobrevive es la nostalgia por el rito, por "ir" al cine. No conozco a ningún cinéfilo que no extrañe ese acontecimiento. Toda la batería de DVD, cable, Netflix, Cuevana, Torrents, etc., funciona como complemento o reacción ante una cartelera infantilizada hasta el hartazgo, en la que directores como Mike Leigh, Olivier Assayas y Jim Jarmusch duran unas pocas semanas en exhibición.

La pobreza de la oferta en los cines ha dado pie a situaciones paradójicas: antes las candidatas al Oscar eran despreciadas por comerciales, ahora su estreno es "la" oportunidad de ver algo decente; antes el cine era un atajo para descubrir la vida, ahora lo ven quienes desean volver a la infancia junto a sus hijos.

Estamos perdiendo el cine que trata al espectador como un adulto, que confía en nuestros criterios, en nuestra sicología, y que está hecho para satisfacer y al mismo tiempo acrecentar la curiosidad.

En este páramo, los festivales de cine son un oasis. Dan la posibilidad de recuperar la costumbre de acudir a la sala y ver una película sin ninguna interrupción. O sea, apreciar la belleza y el drama en su real magnitud. También la de tomar algo después de la película y continuar, así, con la experiencia que significa ver una cinta que nos ha emocionado, intrigado o, sencillamente, que nos descoloca. Fue lo que me ocurrió con Policía, adjetivo, que se dio en el Festival de Cine UC, evento que incluye estrenos y los buenos filmes del 2013. En la selección están La noche más oscura, Amor y The master. Tremenda película, esta última. En manos de cualquier otro director, la historia de un personaje que funda un método terapéutico que colinda con la charlatanería, habría caído en la sátira. En manos de Paul Thomas Anderson, se convierte en una experiencia estética. En vez de abusar del montaje, la espera juega un papel importante en esta película, exaltando la soberbia de los paisajes y dramatizando, por oposición, la clausura que viven tanto el gurú como su paciente. La relación entre ambos es, además, la de un padre con un hijo y la de un dominador con su sometido, lo que hace que la película sea mucho más compleja, abierta y, en definitiva, estimulante.

La revolución tecnológica permite que nos sintamos más informados y menos aislados. También más libres. Sin embargo, es posible que se trate de una libertad pequeña. En estas noches de verano, tras ver un par de películas a la manera antigua, a oscuras y acompañado, me he sentido infinitamente más pleno que con todo el cine del mundo en el computador.

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