Contra el binominal, pero por las razones adecuadas
Por estos días, decir que se está a favor de reformar el sistema electoral binominal no es muy distinto a decir que se está a favor de la democracia como sistema de gobierno; es decir, se ha vuelto una verdad cuasi-incontrovertible, parte del sentido común y de lo políticamente correcto. Quizás por ello, se han popularizado ciertas críticas al sistema binominal cuya razonabilidad dista de ser obvia y que, más que apuntar a falencias reales de dicho sistema (y vaya que las hay), lo único que logran es revelar la ignorancia de los críticos tanto respecto a las propiedades que el sistema binominal comparte como a aquellas que lo distinguen de otros sistemas electorales en el mundo. Una crítica particularmente absurda apunta con el dedo a aquellos parlamentarios que salieron electos en uno de los dos cupos disponibles a pesar de haber salido terceros o incluso cuartos en el ranking individual de votos en su distrito o circunscripción. Esta crítica se ha vuelto tan extendida que recientemente un semanario de circulación nacional (The Clinic) usó dicho criterio para publicar un artículo señalando a "los 70 parlamentarios que se han beneficiado del sistema binominal" (en vez de, presumiblemente, haber sido electos por la gente de manera limpia) desde 1989 a la fecha. Pero el autor de dicho artículo no nos da ninguna explicación respecto a por qué ser primero o segundo en el ranking individual de votos entre los candidatos debiera ser el criterio para decidir quién merecía salir electo.
Lo curioso de este criterio, presentado como autoevidente, es que no se hace cargo de que el sistema binominal, al igual que todos los sistemas proporcionales (a cuya familia pertenece) son sistemas organizados no en base a candidaturas individuales, sino en base a listas de candidatos cuyos votos se suman para determinar cuántos de los escaños disponibles le corresponden a cada lista. Por lo tanto, la unidad básica del sistema son las listas, y no los candidatos considerados individualmente. No está demás señalar que los sistemas de listas existen en la mayor parte de las democracias del mundo, con la excepción de los países que usan el sistema uninominal (principalmente anglosajones). La razón para ello es bien conocida: las listas permiten organizar la competencia de manera razonablemente proporcional cuando existen muchos partidos luchando por el poder, como sucede en el caso chileno. Así, es bueno clarificar que es la regla del doblaje la particularidad del binominal, y no que un candidato que salió individualmente tercero o cuarto salga electo por sobre alguien con más votos personales que él. Esto último sucede con absoluta normalidad y frecuencia en cualquier sistema de listas (abiertas) en el mundo.
<em>Es importante notar que pasarse a un sistema nominativo (es decir, por candidato) pero manteniendo la elección de dos cargos por distrito – como han propuesto algunos senadores y como parece implicar el artículo arriba mencionado – <strong>no solucionaría ningún problema de fondo del binominal y, peor, acentuaría varios de ellos: la selección cupular de los candidatos, la falta de competencia entre las grandes coaliciones, y sobre todo, la escasez de doblajes.</strong></em>
Para ilustrar este último punto baste con un ejemplo. Supongamos que en la lista A Pedro obtiene el 45% de los votos y María el 16%, mientras en la lista B Carolina obtiene el 25% y Juan el 5%. Como se puede apreciar, la lista A dobla a la segunda (61% vs 30%) y bajo el binominal actual sus dos candidatos saldrían electos, a pesar de que María tiene menos votos que Carolina. ¿Es esto justo? Lo es, si es que pensamos que las listas – es decir, los partidos y las coaliciones de partidos que los candidatos representan – son más importantes que la distribución interna de votos entre los dos candidatos de una lista. Si, en cambio, nos cambiáramos a una regla de mayorías simples, saldrían electos Pedro y Carolina, repartiéndose así las listas un cupo cada una a pesar de que la lista A tiene más del doble de votos que la B. Más aún, si se escogieran las dos primeras mayorías individuales, la lista B con toda probabilidad – sabiéndose en una posición débil – habría omitido la candidatura de Juan, para que ese 5% se sumara a Carolina, que habría en dicho caso sacado un 30%.
En suma, si ya bajo el binominal es difícil romper el empate entre coaliciones, con dicho sistema se vuelve aún más difícil, pues en la medida en que la coalición más débil presente un solo candidato por distrito, la coalición más fuerte requeriría en la práctica doblarla en votos y además asegurarse que sus dos candidatos superen individualmente al candidato único de la otra lista. Así, es difícil ver cómo un sistema que refuerza el empate entre coaliciones de muy distinto apoyo electoral podría considerarse un sistema más justo que el actual.
En todo caso, y más allá de la mecánica de los sistemas electorales, es preocupante advertir que en Chile la lógica de la competencia entre listas parece cada vez más ajena a la comprensión ciudadana. El problema es que si bien las personalidades y cualidades individuales de los candidatos son relevantes, el sistema electoral no es una competencia de popularidad personal sino una manera de conectar las preferencias de los electores con las ofertas programáticas de partidos y coaliciones. Los candidatos no son, pues, meros representantes de sí mismos, sino que de grandes corrientes de opinión que ellos defenderán en el Congreso en caso de salir electos. Se sabe hace ya mucho tiempo que la organización de la disputa legislativa en torno a grupos, facciones o partidos es un elemento ordenador de la política y sin el cual la transparencia, el accountability electoral y la acción en función de horizontes de largo plazo se ven seriamente dañados. Por ello, estructurar un sistema multipartidista en torno a pactos y listas electorales es de hecho mucho mejor para la calidad de nuestra democracia que estructurarla como una competencia entre personas cuya identidad partidaria es poco relevante. En suma, el incentivo a la cooperación entre partidos mediante la suma de sus votos y la formación de pactos es un aspecto del binominal que es recomendable mantener a la hora de realizar una futura reforma electoral. Y si ello es así, sería bueno que critiquemos al binominal por sus fallas reales – en inclusión, proporcionalidad, 'cupularidad' y déficit de competencia – antes que por no satisfacer criterios que tienen poco sentido desde el punto de vista de la calidad de la democracia.
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