Convivencia escolar y rol de los padres
Recién iniciado el año escolar 2017, quienes somos padres y apoderados, podemos tomar distancia del intenso ajetreo de los preparativos previos, que sumados al término de las vacaciones y a las múltiples obligaciones de marzo, pueden lograr que perdamos de vista lo esencial.
Porque en la cada vez más extensa lista de materiales, textos, uniformes, mochilas y bolsos de diverso tamaño, quizás se nos ha olvidado incluir aquellas necesarias conversaciones sobre lo importante que es ser compasivos y dispuestos al servicio, con nuestros hijos, como parte de la preparación para enfrentar el nuevo año.
Nos preocupa que ellos logren ser responsables y autónomos, que se porten bien en clases para que no los anoten, que adquieran hábitos de estudio y se mejoren sus calificaciones. Intentamos que visualicen el futuro, como un severo escenario darwiniano, en que los que logran sobrevivir son los más aptos y capaces. En este sentido, que útil es preguntarnos acerca de cómo definimos el éxito y hacerlo en conjunto con nuestros hijos. Más que formar buenos estudiantes, formar buenas personas.
Y estas no son palabras de buena crianza, buenas intenciones que no se condicen mucho con la realidad. Se trata en efecto, de uno de los desafíos prioritarios de la educación actual ¿Por qué? Diversas investigaciones desde hace ya 15 años han ido mostrando cómo el fenómeno de la violencia escolar en todas sus dimensiones ha ido adquiriendo relevancia para quienes integran la comunidad educativa (Chile, Ministerio del Interior & Ministerio de Educación, 2005; Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo, 2005; López & Filsecker, 2001; Magendzo & Donoso, 2000; Navarro Navarro, 2003).
De acuerdo a cifras del Ministerio de Educación, en Chile uno de cada 10 estudiantes reporta haber sido víctima de violencia reiterada en su establecimiento educacional y de ellos un 23,3% indica vivirlo a diario. Uno de cada cinco establecimientos educacionales clasifica en una frecuencia alta de violencia entre pares, es decir, en estos los estudiantes reportan la ocurrencia reiterada de más de una forma de violencia. Como esta es una realidad que se viene evidenciando en diversos estudios por más de 15 años, el año 2011 se promulgó la Ley 20.536 de violencia escolar, que se encarga de normar la relación entre los estudiantes. Y desde el año 2014, la Agencia de la Calidad de la Educación ha incorporado en las peguntas del Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (Simce) preguntas relacionadas con clima escolar, intentando producir información que oriente en la toma de decisiones sobre convivencia.
A pesar de este conjunto de iniciativas, estudios en Chile posteriores a 2011 sugieren que los niveles de violencia entre estudiantes son percibidos con una mayor magnitud que en estudios previos. Esto se debe en parte, a la cada vez más fuerte presencia del cyberbullying o bullying en las redes sociales, que magnifica el alcance y las graves consecuencias de este fenómeno. Diversos investigadores sostienen que, una vez que los estudiantes experimentan violencia escolar por parte de sus compañeros de escuela y/o profesores, se instala un sentido de inseguridad acerca de las relaciones interpersonales en general y la desconfianza. Todos sabemos o intuimos que una buena autoestima, así como la confianza en sí mismo y en los demás, son pilares fundamentales del éxito futuro. De un éxito integral, por cierto.
Son varios los colegios que han tomado este asunto en serio y han contratado servicios de expertos en materia de convivencia escolar, y han incluido en sus programas contenidos tendientes a reforzar tanto en sus alumnos como en profesores, que provienen de ámbitos como la psicología, la filosofía o la neurociencia. Ello es muy positivo, pero puede caer en saco roto si no ocurre otro tanto en los hogares. Antes que los sermones, el ejemplo de los padres y también abuelos, tíos y amigos cercanos a la familia van formando o "deformando" la mentalidad de los niños y jóvenes. Comentarios despectivos y ataques personales por motivaciones políticas, religiosas, deportivas o cualquiera otra, van sentando una desgraciada pauta. Una mirada negativa y desconfiada del mundo y de los demás, siembran la desesperanza. La ausencia de demostraciones de afecto, la falta de tiempo para jugar y/o conversar, inculcan el individualismo y la indiferencia.
Así como la caridad, la convivencia respetuosa, comienza en casa.
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