Crítica de discos
Piensa en grande
El rock británico tiene en Steven Wilson a un Quijote. Le importan aspectos que la escena de ese país desechó hace mucho entre sus artistas más prestigiados y promocionados, incluyendo la técnica depurada, la espesura conceptual, las canciones extensas, ambiciosas y subdivididas. El líder de Porcupine Tree lleva años en una cruzada con características de curatoría para enaltecer una tradición a la que pertenecen nombres tan influyentes y a la vez disímiles como King Crimson, Pink Floyd, Genesis, Jethro Tull, Yes y Deep Purple, bandas que exploraron los caminos del virtuosismo y la pretensión intelectual hasta agotar stock (y la paciencia del punk). Si no está colaborando con algunos de ellos o produciendo para los campeones del metal sueco Opeth, trabaja en reeditar catálogos históricos como lo hizo con King Crimson, ungido por el mismísimo Robert Fripp, como si se tratara de una misión de El Señor de los anillos.
Wilson viene de Hand. Cannot. Erase. editado en febrero pasado, un trabajo conceptual basado en una historia real muy de Primer Mundo: la muerte de Joyce Vincent, una londinense que falleció en la soledad más absoluta, y cuyo cuerpo se descubrió solo un par de años más tarde. Los elogios fueron universales y muy entusiastas, con reseñas que lo equiparaban a The Wall. Este título pretende erigir un puente entre aquel y el que vendrá. De hecho, de los seis cortes, cuatro pertenecen a las sesiones de Hand. Cannot. Erase., otro a The raven that refused to sing (and other stories) (2013), mientras el último, Don't hate me, es del catálogo de Porcupine Tree.
El inglés se explaya en el talento de componer rock clásico, contemporáneo y avezado a la vez. La textura del sonido enlaza el presente, en tanto las estructuras de las canciones ingenian diálogos entre referentes clásicos. El instrumental Sunday rain sets in deambula en un paisaje con los contornos de No quarter de Led Zeppelin, unos espasmos guitarreros de la escuela Fripp, y un piano reposado, jazzie. Vermillioncore, también una pieza sin voces, comienza a tensar el ambiente con un bajo cadencioso y ligeramente pastoso, teclados fantasmagóricos tejen el fondo, hasta que sucede un quiebre de metal que evoluciona hasta otro pasaje de características electrónicas y ambientales. El tema más extenso, los casi diez minutos de My book of regrets, se instala como una canción de pop rock radial, hasta torcer en distintos temperamentos, siempre regresando a la naturaleza pop del arranque. 4 1/2 no posee la fuerza temática del disco anterior, a cambio reitera que Steven Wilson encontró la mejor combinación para que el rock progresivo sea popular otra vez.
¿qué pasó anoche?
ABrendan Urie (28) le tomó diez años hacerse del control total de esta banda estadounidense de melodramático rock emo. Uno a uno los miembros fundadores fueron cediendo ante el principal compositor y multiinstrumentista, hasta que Urie pudo concebir este álbum como una pieza solista respecto de su vida en pareja, y como músico que se ha esforzado por convertirse en ídolo de jovencitas con canciones pegajosas, buenos trajes y un gran peinado. Así, en su mirada la música debe ser confesional, teatral, voluptuosa y chillona, para hablar de fiestas salvajes, resacas y pasajes borrados de la memoria. Death of a bachelor está compuesto con mucha gente, y algunos son figuras legendarias, incluyendo el líder de Weezer Rivers Cuomo, y la coqueta cantante de The B-52's, Kate Pierson. El resultado es un álbum un poco histérico, a la vez denso y consistente en su ambiente carnavalesco. Murallas de espesos bronces, coros masivos, aullidos, combinaciones de hip hop, pasajes crooner, soul de ojos azules, injertos de big band, todo ha sido combinado con grandilocuencia y efectividad. Es un rock aparentemente desechable por su target, pero con lo necesario para mantenerse en la memoria.
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