De aquí no sale: La vida en el limbo
De aquí no sale es un programa que UCV-TV transmite todos los días a las 17:30 horas desde hace más o menos un año y en el que nadie parece fijarse mucho. Conducido originalmente por Pamela Díaz y Giancarlo Petaccia, se trata de un talk show magazinesco que unas veces parece un matinal y otras, una versión alien del mítico Pase lo que pase de Felipe Camiroaga y Karen Doggenweiler.
Pero hasta ahí duran las semejanzas porque se trata de una experiencia televisiva algo extraña, ya que está grabado al parecer en el living de un departamento con un sonido algo precario, mientras tiene de invitados casi siempre a figuras televisivas a las que ya se les pasó su cuarto de hora hace tiempo: antiguos participantes de Mekano y Yingo, humoristas perdidos en el éter, modelos de discoteca convertidos al fitness, bandas de covers, expertos en salud o pseudociencias.
Todo lo anterior carece de drama o estridencia. O de urgencia. Animado ahora por Petaccia y Carla Ochoa (que reemplazó a Díaz), el show está construido sobre una plataforma de canciones, juegos y comentarios de actualidad más bien ligeros. Esto hace que lo que vemos parezca al mismo tiempo un matinal y programa de trasnoche, moviéndose sin culpa entre lo familiar y lo sexual, y logrando por ejemplo que en una misma emisión se converse en cámara sobre la historia del Metro de Santiago, se preparen tragos dieciocheros y Petaccia le pueda preguntar a Ochoa: "¿Cómo te gustan los potros?".
Especie de alegre purgatorio, De aquí no sale tiene entonces la levedad que la televisión le adjudica a la entretención pura, aquella que no aspira a no estar contaminada con la ideología o la realidad y que se encarna en esa clase de personajes que simplemente se definen como comunicadores, aunque lo sean del puro vacío. Lo interesante es que todo aquello, que podría ser un desastre de proporciones, proyecta aquí una inédita aura de felicidad, como si el hecho de hacer todas las tardes el programa fuese suficiente para dejar satisfechos a sus animadores e invitados, quizás porque todos son sobrevivientes de sí mismos y de la fama que alguna vez los devoró.
Resilientes de una cultura de la farándula que los sacudió de mil maneras posibles, todos ellos hacen que el show tenga sentido a pesar de la precariedad y obviedad de sus recursos, como si en aquella pobreza material se escondiese una suerte de dignidad: la de poder estar aún en pantalla, la de resistir en medio de la crisis apocalíptica de la industria, la de encontrar un lugar tranquilo donde esperar el futuro o el olvido mientras Keko Yunge, ese cantautor inexplicable, toma su guitarra y demuestra que esos viejos hits que arrasaron algún día en los pubs de calle Suecia aún siguen conmoviendo a la gente.
En una televisión abierta donde TVN fracasó estrepitosamente una y otra vez en implementarle un espacio parecido a José Miguel Viñuela, lo más interesante de De aquí no sale es su triunfo sordo, una supervivencia que tiene el encanto de lo irreal porque quizás existe fuera del mundo, por más que la única escenografía sea paradójicamente un fondo de edificios reales.
Están ahí los modales de una farándula que ahora puede verse como un fósil excéntrico, fabricado con sonrisas que alguna vez fueron falsas pero que ahora, por alguna razón, lucen como verdaderas. Están ahí la sombra del poder y de la gloria o de la fama, que es una versión hueca de ambas cosas.
Esa sombra es quizás una forma de la nostalgia; es el recuerdo de algo que alguna vez fue importante y que luego se desvaneció en una serie de explosiones, cada una más pequeña que la otra. Quizás ese es el encanto del show de Petaccia y Carla Ochoa: el hacer una televisión que trasmite desde otro planeta mientras esperan que la cámara les devuelva ese mundo que alguna vez fue suyo.
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