Defraudando expectativas




El número de nuevos estudiantes universitarios que tendrá en 2016 acceso a la gratuidad será muy inferior al predicho.  Obviamente hubo un error -otro más- de las autoridades, que debe haber defraudado a muchos.  Hay, sin embargo, un problema de fondo y está relacionado con las expectativas creadas por la reforma de la educación superior en curso, que promete una educación universitaria universalmente gratuita, inclusiva, no competitiva y de calidad, objetivos que en su conjunto son -de facto- inalcanzables.

La historia de la educación universitaria en el país es larga. La Universidad de Chile se creó en 1842, la Pontificia Universidad Católica de Chile en 1888, y la Universidad de Concepción en 1919. Hasta 1981 habían iniciado actividades solo un puñado de universidades adicionales, por lo que apenas una minúscula proporción de la población -generalmente acomodada- recibió los beneficios de la educación universitaria. Es más, ésta se financió principalmente con aportes fiscales, en desmedro de los recursos necesarios  para solventar la cobertura de calidad de la educación primaria y media.

En 1981 el gobierno decidió cambiar radicalmente el sistema de financiamiento de la educación, para hacerlo más justo y eficiente. Se optó por reducir el financiamiento asignado a las universidades y aumentar aquel para la educación escolar. Simultáneamente, se permitió la creación de nuevas universidades privadas, para satisfacer -sin generar presiones sobre el erario nacional- la demanda por educación superior. Y también se echó a andar un sistema de crédito para financiar la educación de los estudiantes de escasos recursos.

El esquema implementado a partir de 1981 ha sido extraordinariamente exitoso en aumentar la matrícula, al mismo tiempo que algunas de las universidades del país han pasado a liderar la región y varias privadas van en camino a lograr lo mismo. El esquema se basa en la noción de que -primero y como principio general- los beneficios de la educación universitaria se traducen en mayores remuneraciones para los educados y que por eso no es más que justo que estos últimos la financien (con fondos propios o créditos), y que, segundo, el mercado y la competencia son el mejor mecanismo para asignar los escasos recursos de que dispone la sociedad.

No obstante, el diablo está en los detalles, y éstos  no fueron adecuadamente atendidos, especialmente en materia de créditos estudiantiles.  Surgió entonces, entre otras cosas, la actual demanda por una educación superior de calidad y gratuita, que está llamada a defraudar a muchos de nuestros futuros estudiantes. Lo hará porque no existen los recursos suficientes para ello y para simultáneamente ampliar la cobertura de la educación de párvulos y mejorar significativamente la calidad de la educación primaria y media. Y aun si existieran esos recursos, la falta de incentivos que proveen los mercados competitivos, impedirán que se cumplan los objetivos prometidos. En futuras columnas profundizaremos sobre cada uno de estos últimos temas. 

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