Democracia primero




FUE UN día imposible de olvidar. Los ministros de Relaciones Exteriores de todo el continente estábamos reunidos en Lima para un acto histórico: la aprobación de la Carta Democrática de la Organización de los Estados Americanos. Para algunos de los presentes, la democracia pertenecía a la historia de sus pueblos de manera natural. Para otros, había sido el fruto de conquistas largas y dolorosas.

Estaba presente el Secretario de Estado norteamericano Colin Powell. De pronto, el clima de alegría de todos se vio turbado por una noticia espantosa. Era el 11 de septiembre de 2001, día del atentado a las Torres Gemelas.

Colin Powell tenía buenas razones para abandonar de inmediato la reunión y volver a su país. Pero se quedó hasta que fuera aprobada la Carta Democrática. Su permanencia en la reunión fue una clara señal no solo de la importancia que para los EE.UU. tenía la vigencia de la democracia en todo el continente. También indicaba que ni siquiera uno de los actos terroristas más graves de la historia era capaz de alterar el funcionamiento de las instituciones que la comunidad internacional se había dado para asegurar el respeto del Derecho y la promoción de la paz y la democracia. El documento fue suscrito por la unanimidad de los presentes.

Han pasado muchos años, y en estos días la Carta Democrática ha adquirido una vigencia especial. Ella señala que la ruptura del orden democrático o su grave alteración en un estado miembro, constituye "un obstáculo insuperable" para la participación de su gobierno en las diversas instancias de la organización. El Secretario General de la OEA, Luis Almagro, ha dicho lo que todos sabemos: la situación de Venezuela constituye un motivo de legítima preocupación para todos los países americanos, porque ha llegado a tal límite que la democracia misma se ve afectada.

A nosotros las desgracias del pueblo venezolano nos afectan especialmente. Se trata de un país al que debemos mucho. En momentos difíciles de nuestra historia, abrió los brazos para recibir con toda generosidad a tantos chilenos que debieron partir al exilio. Esa gratitud nos compromete.

No sería justo que ahora cerrásemos los ojos ante una crisis humanitaria y política que puede traer gravísimas consecuencias -ya las está trayendo- para esa nación hermana. Sería una mala excusa el acudir al no intervencionismo para evitarnos una situación incómoda. Sería traicionar nuestra propia historia, pues hubo un tiempo en que los chilenos agradecíamos que los otros países se preocuparan por el respeto de los derechos humanos en nuestra tierra, y no se escudaran en la "no intervención" para hacer oídos sordos a nuestros clamores.

Nuestro país debe apoyar al Secretario General de la OEA. Debe hacerlo pronto y con claridad, de modo que se aplique la Carta Democrática, se apoye al pueblo venezolano, y quede muy claro que el principio de protección de los derechos humanos sigue siendo el pilar fundamental y la razón de ser de la OEA.

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