Donald Trump: el legado republicano y la crisis del estado liberal
Encontrar una explicación integrada del triunfo de Donald Trump se convierte en el nuevo fetiche de políticos y analistas. La batería conceptual exhibida a pocas horas del desenlace trágico para el Club Anti Trump, es copiosa. Aumenta a medida que se asienta el pulso del desenlace electoral más inesperado de las últimas cinco décadas o más, en la política a nivel global. Quizás ni el mismo Trump lo tenga claro y es más que probable que para él también sea una sorpresa.
Se ha formado en pocos días un espectro amplio de premisas y supuestos políticos, sociológicos y económicos que dan para un tratado. Los más atrevidos ya estarán pensando en el surgimiento de un nuevo paradigma con el fenómeno de Trump agregado al Brexit.
Una candidata como Hillary Clinton, con sus virtudes y defectos, fue tal vez un factor determinante en el crecimiento de Donald Trump como un candidato con posibilidades hasta los últimos sondeos. Sin embargo, es más que un tema de virtudes y defectos en candidatos y campañas. Tampoco es solo la globalización, o el populismo, términos recurrentes para explicar en la superficie, o el deterioro de los sistemas políticos, o la antropología de la descomposición capitalista, lo que permite explicar el triunfo del candidato republicano. Si en apenas un mes antes de ser elegido, a su candidatura se le había dado un certificado de defunción, una explicación menos unilateral y fragmentada hay que encontrarla en un marco político más amplio.
Es fundamental poner la mirada en la actual situación del estado liberal como constructo sociopolítico, cultural y económico, entidad que no se ha reconstituido después del desmantelamiento del estado de bienestar social desde la década de 1970, uno de los pilares de liberalismo clásico.
Observar los lineamientos generales en la candidatura de Trump, sus indiscriminados disparos hacia el sistema todo y las vicisitudes electorales por las que tuvo que atravesar una mujer con posibilidades de llegar a la Casa Blanca, es un ejercicio suficiente para constatar una crisis mayor en el plano político del estado liberal y que ocurre en el corazón del liberalismo: en la nación que ha propuesto las recetas para su mantención y perfeccionamiento.
Desde el período de la guerra en Vietnam, nunca una elección presidencial en Estados Unidos había provocado la atención global con la intensidad de la encarnada por la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump. Una elección que ha sacudido la política en el planeta, en donde prevaleció un foco catastrofista, propagado en forma indebida por los medios. Abundaron interpretaciones cargadas de subjetivismo por la naturaleza de los dos contendores, y los diagnósticos apresurados respecto a la situación en Estados Unidos y el mundo. Todo ello en colaboración con un candidato serendipity, como resultó ser el vencedor republicano.
La disputa entre los dos candidatos durante los últimos meses, por la violencia verbal, estuvo más cerca los reality shows que el mismo, el ahora electo Donald Tump, protagonizó en televisión, y que inteligentemente, usó como estrategia para hacer que la contienda fuera conducida hacia esa atmósfera: entre lo real y lo abstracto.
Ahora, elegido, lo real y lo abstracto, se prolonga hacia el Trump presidente, abriendo una incertidumbre mayor. A juzgar por el paroxismo que ha generado en vastos círculos su llegada a la posición de mayor poder político en el mundo, la incertidumbre pareciera ser ilimitada.
Este clima de múltiples incertezas ha generado inseguridad en muchos cuarteles acostumbrados a dirigir desde cúpulas corporativas sobre protegidas. De hecho, salvo en excepciones institucionales muy escasas, Trump ganó su batalla casi en solitario, Con menos dinero para la campaña, y probablemente menos ideas programáticas, el menú de consignas altisonantes que alimentaron su campaña apuntaron al corazón de la crisis del estado Liberal, que social demócratas como Hillary Clinton no pueden resolver. Es así que su candidatura se hizo muy fuerte remando a contra corriente en su partido y en el mundo corporativo que respalda al sistema político.
Esto nos lleva a un personaje tan cuestionado como Richard Nixon. Un ultra de la guerra fría. Obligado a renunciar por el caso Watergate, antes de fallecer rasguña una reivindicación por sus capacidades como líder. En su libro: "Beyond Peace" (1994), emite un mensaje central: Estados Unidos debe liderar (el mundo). Lo planteaba como un imperativo. Falleció en medio del "blanqueo" que Philip Slater llama: la cultura del toilette, (The pursuit of loneliness, 1990). Consiste en la creencia de que los hechos desagradables dejarían de existir una vez que están en un toilette.
En este plano, no fue una elección cualquiera. Es una elección en tiempos de guerra, varias guerras agrupadas bajo la égida del terrorismo internacional y las amenazas multidimensionales. En consecuencia, la preferencia del elector al final decidió por los aspectos de liderazgo en tiempos de guerra, más que en el manejo sustancial de temas clásicos en elecciones presidenciales: empleo, presupuesto fiscal, programas sociales, medio ambiente y ahora inmigración.
La necesidad de liderar el mundo está enraizada en el ethos del político norteamericano y Trump en este plano sacó ventajas por el solo hecho de estar enfrentando a una mujer que al ser elegida comandaría a las fuerzas armadas. La estrategia de Trump fue simple en desacreditar a la ex secretaria de estado por el tema de la confianza. Él (Trump, el novato) podría no tener la experiencia y su personalidad no encajaba en el perfil del estadista diseñado por Hans Morgenthau. En cambio, Hillary Clinton comprobadamente había fallado, a pesar de sus múltiples aciertos.
El legado de Nixon fue absorbido por Reagan quien reconoció en Nixon un tutor. El ex presidente George Bush (padre), en su discurso inaugural en 1989 refleja esa cultura con una frase: " la lección de Vietnam es precisamente eso; no debemos debatir la guerra más".
Donald Trump entra en la tesitura del legado de Nixon. Estados Unidos debe liderar. La complicada programación político- administrativa de raíz social demócrata, que articuló Barack Obama en sus mandatos y que nutrió a la campaña de Hillary Clinton, tuvo que enfrentar ese pasado. Donald Trump venció con una postura fiel a ese legado. En un estado liberal que atraviesa una aguda crisis política había que golpear. Lo refrendó Rudolph Giuliani, uno de sus generalísimos. "Hay que limpiar Washington D.C". Él lo va a hacer.
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