EE.UU: Las consecuencias del ataque a Siria




El bombardeo estadounidense con 59 misiles crucero Tomahawk contra la base aérea siria de Shayrat, a modo de represalia por el ataque con armas químicas a población civil —que dejó casi 90 muertos, entre ellos 30 niños—, es la primera acción militar a gran escala del gobierno que encabeza el Presidente Donald Trump. Y abre una serie de flancos en términos del significado y alcance de esta decisión.

En primer lugar, marca un punto de inflexión en lo que había sido el discurso de Trump sobre Siria. Porque durante su campaña insistió en que resolver la guerra civil en este país —que ya enteró seis años— no era una prioridad y que, por el contrario, lo relevante era enfocarse en la destrucción del Estado Islámico, lo que en su momento permitió acercar posiciones con Rusia.

De esta forma su gobierno, que a fines de este mes cumplirá sus primeros cien días en la Casa Blanca, se desmarca de la política que Barack Obama tuvo frente a Siria en los años anteriores. Cabe recordar que el ex Presidente demócrata había advertido a Bashar al Assad que no cruzara la "línea roja" que implicaba el uso de armas químicas. Y que cuando atacó el suburbio de Guta, en Damasco, en el agosto de 2013 con gas sarín, Obama estuvo a punto de concretar una ofensiva militar contra el régimen de Al Assad. Pero la gestión de Rusia desactivó ese plan al lograr un compromiso para que el gobierno sirio entregara su arsenal químico bajo supervisión de la  ONU y de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ).

En ese contexto, es importante no perder de vista que para EE.UU. las largas guerras en Afganistán e Irak —ambas bajo el gobierno de George W. Bush— aún están lejos de haber quedado en el pasado. Así lo entendió Obama, que concretó la retirada estadounidense de suelo iraquí, redujo significativamente el contingente que aún permanece en Afganistán y comprometió solo el poder aéreo durante su apoyo a los rebeldes en Libia.

El recuerdo de los miles de muertos y de veteranos baldados permanece vivo en la opinión pública —sobre todo en aquellos que votaron por Trump—, la que no está dispuesta a avalar un nuevo despliegue de tropas en Medio Oriente u otra región del mundo. Un factor clave para los niveles de popularidad del actual Mandatario.

Aún es muy temprano para saber si este ataque será el inicio de una mayor intervención de Estados Unidos en Siria o si solo se trata de una acción aislada. Un tema no menor, considerando que el bombardeo con los Tomahawk se produjo precisamente en el marco de la visita del Presidente de China, Xi Jinping, a EE.UU. La primera bajo la administración Trump y cuya agenda ha estado marcada por temas delicados, como la situación naval en el Mar del Sur de China y la influencia de esta potencia asiática sobre Corea del Norte.

En ese contexto, será fundamental la manera en que Beijing lea los alcances de este episodio y cómo puede influir en la relación de ambas potencias en los próximos cuatro años.

El otro frente que se abre es, obviamente, Rusia. Y no solo porque habría habido tropas de este país en la basa atacada (Washington informó con antelación a Moscú del ataque). Rusia tiene una relación histórica con Siria, ya desde comienzos de los año 70, cuando este país era gobernando por Hafez al Assad, padre del actual Mandatario.

Durante los años de la Guerra Fría, la entonces Unión Soviética apoyó al régimen sirio de la época con dinero, armas y respaldo diplomático. Algo que se mantuvo tras la llegada de Bashar al Assad al poder en 2000. Sobre todo porque la permanencia de Al Assad garantiza que Rusia pueda seguir utilizando el puerto sirio de Tartús como la base naval que le permite tener presencia en el Mediterráneo.

De modo que es esperable que la tensión Washington-Moscú aumente a partir de ahora. Y que la cercanía entre Trump y Putin dé paso a un distanciamiento que se vea reflejado a futuro en otros ámbitos internacionales, como la situación en Ucrania o el combate al Estado Islámico.

Por último, el hecho de que Washington haya lanzado este ataque sin haber involucrado al Consejo de Seguridad de la ONU, pone sobre la mesa la interrogante de cuánto valora el actual gobierno estadounidense a este organismo o la necesidad de actuar en conjunto con países aliados. Y ante eso, cabe preguntarse si el bombardeo en Siria es la primera señal de un "neounipolarismo", en consonancia con el emblemático  eslogan de la campaña de Trump: "Hacer a Estados Unidos grande de nuevo".

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