El barro




Manuel José Ossandón logró hacer del debate para las primarias de Chile Vamos un verdadero tributo al deterioro que hoy recorre la política nacional; una mixtura entre odiosidad, descalificaciones personales, carencia de propuestas y demagogia estéril. Se dio incluso el lujo de lucir con orgullo su ignorancia respecto a los costos de su propio programa, atributo del que ya había hecho gala cuando afirmó desconocer el Acuerdo de París sobre cambio climático, un instrumento internacional que él mismo había ratificado con su voto en el Senado.

El debate de la centroderecha quedó al final como testimonio de un papelón vergonzoso, una puesta en escena degradada por una forma de entender la actividad política que ya no se limita solo al escarnio, sino que se extiende también a la ausencia de un mínimo sentido de responsabilidad pública. En los hechos, hoy no es infrecuente escuchar a dirigentes políticos que reconocen no haber leído los programas de gobierno que apoyaron o los proyectos de ley que votan, como tampoco es extraño que parlamentarios presenten y apoyen mociones sabiendo de antemano que son abiertamente inconstitucionales.

El deterioro de la política se ha vuelto un fenómeno baladí, y "el barro" al cual consiguen arrastrarla ciertas lógicas de campaña es solo uno de sus síntomas. En efecto, tanto o más delicado que el discurso tóxico es el impacto que este deterioro genera en la calidad de las políticas públicas, un activo por el cual Chile tuvo durante muchos años un valioso reconocimiento pero que, en el último tiempo, se ha convertido en un bien cada vez más escaso. En la actualidad no es raro encontrar proyectos de gobierno diseñados en función de caricaturas ideológicas, con escasa densidad técnica y sin ninguna base para construir acuerdos amplios que aseguren su estabilidad en el tiempo.

Así, no resulta extraño que el país exhiba hoy una legislación tributaria que nadie entiende, que debió ser corregida antes de entrar en vigencia y que, tarde o temprano, tendrá que serlo de nuevo. Tampoco es sorpresivo que la nueva estructura impositiva ya esté golpeando el ahorro y desincentivando la inversión, para generar finalmente niveles de recaudación menores a los proyectados. O que la legislación laboral recientemente aprobada ya empiece a afectar la contratación, a aumentar el trabajo informal y el riesgo de judicialización de los conflictos.

Ahora el país espera resignado que por primera vez en la historia nuestra clasificación de riesgo crediticio sea rebajada, mientras la deuda pública se encamina ya al 25% del producto interno. En paralelo, el gobierno renunció a cumplir el compromiso de converger al equilibrio fiscal durante este período, un objetivo que también estaba escrito en el sacralizado y "no leído" programa. En rigor, todo parece indicar que a futuro el país dispondrá de recursos cada vez menores en términos relativos, teniendo la necesidad de financiar programas sociales y políticas públicas cada día más ambiciosas.

En síntesis, lo observado esta semana en el debate presidencial de la centroderecha no puede entenderse al margen del contexto general que lo hace posible. Al final del día, es precisamente este contexto el que está ayudando a políticos como Manuel José Ossandón a imponer sus términos, a batir el barro en el que finalmente consiguen que se revuelquen todos los demás.

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