El capital es cobarde




Los dirigentes empresariales vienen señalando que la desaceleración económica puede ser superada sólo si el gobierno detiene su "afán reformista". Este último, por su parte, reitera los compromisos adquiridos en la campaña presidencial y propone como salida la colaboración pública–privada cuyo significado para las actuales circunstancias, no logra explicar. En tal contexto, es poco lo que se puede hacer para enfrentar las dificultades económicas que enfrenta el país.

La declaración de Juan Antonio Galmez (antiguo controlador de Almacenes Paris) de que "el capital es cobarde" entrega algunas luces interesantes. Su opinión coincide con la visión de Mariana Mazzucato, de la Universidad de Sussex, quien sostiene que las inversiones de empresarios privados están limitadas por regla general, no por la cantidad de ahorro disponible, sino por la falta de coraje y una actitud de "business as usual". En efecto, el destacado economista John Maynard Keynes llamaba la atención respecto de que el conocimiento disponible para estimar la rentabilidad en 10 años de diferentes alternativas de inversión era poco y a veces nada. En tales condiciones de incertidumbre las decisiones de inversión no responden al cálculo racional sino que resultan de los "animal spirits".

El debate nacional sobre la desaceleración y las reformas en marcha parece dar razón al diagnóstico indicado. El alza tributaria de 1 punto del PIB en el 2015, la reforma educacional y más en general la dinámica reformista generada, conforman parte de los argumentos al que el empresariado recurre para explicar la paralización que los aflige. No obstante, desde mucho antes que siquiera se enunciaran las reformas, se arrastran problemas como la dependencia excesiva del cobre; la incapacidad de generar nuevos motores para el crecimiento económico y el estancamiento congénito de la productividad, asociada a los bajos niveles de inversión productiva. Recurrir a las reformas para explicar esta situación resulta al menos insuficiente.

La profesora Mazzucato sostiene que la experiencia histórica deja en evidencia que las innovaciones más radicales y revolucionarias que impulsaron el capitalismo –desde el ferrocarril, pasando por el Internet hasta el actual desarrollo de la nanotecnología y la investigación farmacéutica– provinieron de las inversiones más tempranas, más valientes, más intensivas en capital y más emprendedoras del Estado.

Mazzucato justifica con claridad las razones por las cuales en el campo de la innovación el Estado juega un papel emprendedor insustituible. Chile también presenta experiencias relevantes en este campo, como son la creación de la industria de concesiones, la industria salmonera y la forestal. Enfrentamos, en consecuencia, una paradoja: no empezamos a dar un nuevo salto en nuestro desarrollo porque el "capital es cobarde" y se resiste (con razón) a enfrentar la incertidumbre Knightiana, esto es, lo desconocido, el riesgo inconmensurable. Al mismo tiempo, por razones ideológicas -que alcanzan al empresariado y al propio equipo económico- el Estado rechaza asumir un papel emprendedor en la creación de nuevas actividades y nuevos mercados que le abran al país nuevos motores de crecimiento.

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